La noche del 13 de octubre de 1957 una riada devastó la ciudad de la Valencia. Oficialmente se confirmaron entre 80 y 100 fallecidos, pero pudo haber muchos más, pues algunas de las víctimas vivían en condiciones muy precarias. La catástrofe de entonces obligó a la construcción de un nuevo cauce para desviar el camino natural del Turia. Esa obra es la que precisamente ha evitado que la inundación afectase a la ciudad.. Esta obra de ingeniería llegó a desaguar durante la tarde de ayer hasta 2.000 metros cúbicos por segundo e incluso podría haber admitido más caudal. Es la demostración de que los cálculos de esta infraestructura se hicieron correctamente, afirma a LA RAZÓN Ferran Dalmau- Rovira, ingeniero forestal y director de la Ingeniería Ambiental Medi XXI GSA. La infraestructura, por tanto, ha funcionado como se esperaba.. Sin embargo, en otras muchas poblaciones de la provincia de Valencia, no existen estas infraestructuras de protección. La consecuencia es el inasumible número de víctimas humanas que ha convertido este episodio de lluvias en una catástrofe que, al menos, debe servir para replantear cómo se abordan las situaciones de alerta meteorológicas.. Las lluvias se produjeron al mismo tiempo en la cuenca del Júcar y del Turia. Como explica el presidente de la Federación Nacional de Comunidades de Regantes (Fenacore), Juan Valero de Palma, el barranco del Poyo desemboca en el río Turia, a su paso por Quart de Poblet, pero también recibe agua del río Magro, especialmente durante los episodios de lluvias fuertes. A su vez, el río Magro es un afluente del Júcar y, en su trayecto varios barrancos, como el del Poyo, pueden recibir agua de sus aportaciones, ya sea directamente o a través de flujos de escorrentía que conectan con este sistema fluvial.. «El cambio climático es esto», apunta Dalmau- Rovira, «había un diez por ciento más agua precipitable en la atmósfera» y se produjeron unas lluvias extraordinarias que, lamentablemente, «van a ser recurrentes». De ahí que insista en que debe haber un antes y un después de esta tragedia. «Tenemos un problema y la población debe comenzar a formarse. El 112 colapsó, no tiene capacidad para atender tantas llamadas, por lo que la población debe saber qué debe hacer para autoprotegerse». Uno de los aspectos fundamentales es evitar cualquier tipo de desplazamiento y esto, defiende, lo deben aceptar las empresas.. Apunta además a que en los próximos días habrá que empezar a analizar en qué estado se encuentran las infraestructuras y si se mantienen correctamente. Como ejemplo, apuntó a la conveniencia de instalar cámaras en los embalses para conocer la situación real.. Territorio DANA. Por su parte, el catedrático de Análisis Geográfico Regional de la Universidad de Alicante, UA, y director del Laboratorio de Climatología de la UA, Jorge Olcina, explicó a LA RAZÓN que el litoral Mediterráneo es un espacio de riesgo de fenómenos meteorológicos adversos, matizando que tanto la DANA que asoló en 2019 la comarca de la Vega Baja, al sur de la provincia de Alicante, como la de ahora en la provincia de Valencia son consecuencia del cambio climático.. «La gente tiene que entender que si hay una alerta meteorológica de riesgo no pueden hacer su vida cotidiana como si nada pasara, por eso, es importante educar a la ciudadanía». Aclaró también que la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), ha funcionado muy bien en esta ocasión, emitiendo las alertas adecuadas y ajustadas al riesgo, pero «estos fenómenos cambian en pocas horas». «El problema no ha sido la alerta, sino lo que ha venido después y una DANA de esta magnitud es muy difícil de gestionar».. «Las evidencias del cambio climático en la Comunitat son claras y se traducen en el aumento de la temperatura del mar que, a su vez, es el motor para la formación de una DANA». A la pregunta de si hay soluciones, aclara que no son fáciles ni únicas y que pasan por planificar de manera sensata el territorio, actualizar los protocolos de Protección Civil para adaptarlos a «los extremos del clima provocados».
Si la riada de 1957 transformó para siempre la ciudad de Valencia, esta catástrofe obliga a replantear las medidas de protección de la población
La noche del 13 de octubre de 1957 una riada devastó la ciudad de la Valencia. Oficialmente se confirmaron entre 80 y 100 fallecidos, pero pudo haber muchos más, pues algunas de las víctimas vivían en condiciones muy precarias. La catástrofe de entonces obligó a la construcción de un nuevo cauce para desviar el camino natural del Turia. Esa obra es la que precisamente ha evitado que la inundación afectase a la ciudad.. Esta obra de ingeniería llegó a desaguar durante la tarde de ayer hasta 2.000 metros cúbicos por segundo e incluso podría haber admitido más caudal. Es la demostración de que los cálculos de esta infraestructura se hicieron correctamente, afirma a LA RAZÓN Ferran Dalmau- Rovira, ingeniero forestal y director de la Ingeniería Ambiental Medi XXI GSA. La infraestructura, por tanto, ha funcionado como se esperaba.. Sin embargo, en otras muchas poblaciones de la provincia de Valencia, no existen estas infraestructuras de protección. La consecuencia es el inasumible número de víctimas humanas que ha convertido este episodio de lluvias en una catástrofe que, al menos, debe servir para replantear cómo se abordan las situaciones de alerta meteorológicas.. Las lluvias se produjeron al mismo tiempo en la cuenca del Júcar y del Turia. Como explica el presidente de la Federación Nacional de Comunidades de Regantes (Fenacore), Juan Valero de Palma, el barranco del Poyo desemboca en el río Turia, a su paso por Quart de Poblet, pero también recibe agua del río Magro, especialmente durante los episodios de lluvias fuertes. A su vez, el río Magro es un afluente del Júcar y, en su trayecto varios barrancos, como el del Poyo, pueden recibir agua de sus aportaciones, ya sea directamente o a través de flujos de escorrentía que conectan con este sistema fluvial.. «El cambio climático es esto», apunta Dalmau- Rovira, «había un diez por ciento más agua precipitable en la atmósfera» y se produjeron unas lluvias extraordinarias que, lamentablemente, «van a ser recurrentes». De ahí que insista en que debe haber un antes y un después de esta tragedia. «Tenemos un problema y la población debe comenzar a formarse. El 112 colapsó, no tiene capacidad para atender tantas llamadas, por lo que la población debe saber qué debe hacer para autoprotegerse». Uno de los aspectos fundamentales es evitar cualquier tipo de desplazamiento y esto, defiende, lo deben aceptar las empresas.. Apunta además a que en los próximos días habrá que empezar a analizar en qué estado se encuentran las infraestructuras y si se mantienen correctamente. Como ejemplo, apuntó a la conveniencia de instalar cámaras en los embalses para conocer la situación real.. Por su parte, el catedrático de Análisis Geográfico Regional de la Universidad de Alicante, UA, y director del Laboratorio de Climatología de la UA, Jorge Olcina, explicó a LA RAZÓN que el litoral Mediterráneo es un espacio de riesgo de fenómenos meteorológicos adversos, matizando que tanto la DANA que asoló en 2019 la comarca de la Vega Baja, al sur de la provincia de Alicante, como la de ahora en la provincia de Valencia son consecuencia del cambio climático.. «La gente tiene que entender que si hay una alerta meteorológica de riesgo no pueden hacer su vida cotidiana como si nada pasara, por eso, es importante educar a la ciudadanía». Aclaró también que la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), ha funcionado muy bien en esta ocasión, emitiendo las alertas adecuadas y ajustadas al riesgo, pero «estos fenómenos cambian en pocas horas». «El problema no ha sido la alerta, sino lo que ha venido después y una DANA de esta magnitud es muy difícil de gestionar».. «Las evidencias del cambio climático en la Comunitat son claras y se traducen en el aumento de la temperatura del mar que, a su vez, es el motor para la formación de una DANA». A la pregunta de si hay soluciones, aclara que no son fáciles ni únicas y que pasan por planificar de manera sensata el territorio, actualizar los protocolos de Protección Civil para adaptarlos a «los extremos del clima provocados».
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