Con un “sobresalto emocional”, el consejero de Cultura, Turismo y Deporte, Gonzalo Santonja, recibió el pasado martes el anuncio ante los medios del presidente de la Fundación Atapuerca, Antonio Méndez Pozo, de que la biblioteca del nuevo Centro de Investigación Emiliano Aguirre llevaría su nombre. “Me enteré en ese mismo momento, e inmediatamente me acordé muchísimo de mi padre. Me llena de orgullo y de satisfacción que su apellido vaya a estar ahí, unido para siempre al de su gran amigo Emiliano, a través de sus libros y de las anotaciones que muchas veces compartieron”, señala en declaraciones a Ical, antes de adelantar que donará la extensa colección de libros y revistas de arqueología de su progenitor.. Su padre, Manuel Santonja, médico de profesión, fue durante toda su vida un apasionado de la arqueología. Hasta tal punto que, en 1974, constituyó junto a un grupo de personas que compartían sus mismas inquietudes la Asociación Española de Amigos de la Arqueología, cuyos miembros se reunían ocasionalmente en esos años en el hogar familiar de los Santonja en Madrid.. Fue en uno de esos encuentros cuando Gonzalo Santonja conoció a Emiliano Aguirre, que, según recuerda, “ya por aquel entonces tenía clarísimo lo que iba a ser Atapuerca. Hablaba de su potencial en todos los sentidos y era consciente de que se necesitaba acometer allí unas investigaciones sistemáticas”. “Si hubiera podido grabar aquellas conversaciones la gente se quedaría atónita, porque Atapuerca es hoy lo que este hombre tenía en la cabeza a comienzos de los años 80. Se dio cuenta de las posibilidades que había y se implicó en ello, con toda su ilusión pero con pocos medios. Había mucho que hacer y Emiliano lo sacó adelante, con decisiones como la propia elección de los tres codirectores”, relata.. Viajando en el tiempo, vuelve a su memoria el resto de integrantes de aquel grupo de amigos apasionados por la investigación y recuperación del patrimonio que se reunían en su hogar. Junto a su padre y Emiliano (que no solo fue el descubridor e impulsor de Atapuerca, sino que también participó en las excavaciones de los yacimientos de Torralba y Ambrona, en Soria), aparecían intelectuales como Teógenes Ortego, casado con la soriana Concha García Hernández y autor de las mejores fotografías que a día de hoy se conservan de la ermita de San Baudelio de Berlanga, antes de que extirparan de sus paredes las pinturas murales; la miniaturista Laura de la Torre, viuda del pintor italiano afincado en Ávila Guido Caprotti; o Emeterio Cuadrado, ingeniero de canales y puertos que descubrió el yacimiento de El Cigarralejo, en Murcia.. Una pasión heredada. Según cuenta el consejero, su padre fue el responsable de impregnar a sus tres hijos la pasión por la arqueología desde que eran niños. “Mi hermano Manolo es un profesional de la arqueología”, señala en alusión al descubridor de Siega Verde, antes de recalcar que tanto él mismo como su otro hermano, Rafael, han sido siempre “muy respetuosos” con esa disciplina. “Yo he estado en muchas excavaciones y voy todos los veranos un día a excavar en Atapuerca. Allí me admiten y lo paso estupendamente; recupero mi juventud”, reconoce antes de subrayar las conexiones de esa disciplina con la que ha sido su gran vocación: los estudios en torno a los orígenes del español: “Lo que yo hago con el español es, en cierto modo, arqueología también, en ese caso de la lengua”.. Sobre el chispazo que pudo despertar el interés de su padre por la arqueología, recuerda que, desde bien niños, él les contaba cómo, durante la guerra, “le tocaba hacer guardia en unas trincheras en la Sierra de San Pedro, cerca del castillo de Locubín (Jaén), que atravesaban una fortificación ibérica en la que podía apreciar restos de cerámica y otros vestigios que le empezaron a llamar mucho la atención”.. Aquella afición siguió ganando terreno en su vida y se consolidó gracias a cómplices como el padre Ignacio Belda, con quien trabó “muy buena amistad” y compartía lecturas “muy osadas para la época”, de autores como el jesuita francés Pierre Teilhard de Chardin, uno de los primeros pensadores en intentar conciliar la ortodoxia católica y la ciencia.. Tras el fallecimiento de su padre en 2010, los hermanos organizaron su biblioteca, que pasó a manos del consejero, que avanza su intención de donar al Centro de Investigación Emiliano Aguirre buena parte de ella, incluidos todos los libros de arqueología (entre ellos alude a un ejemplar de ‘La evolución’, el libro coescrito por el propio Emiliano Aguirre en 1966, junto a Miguel Crusafont y Bermudo Meléndez), además de la colección completa del Boletín de la Asociación Española de Amigos de la Arqueología que atesora.
El consejero de Cultura agradece a la Fundación Atapuerca que le ponga su nombre a esa biblioteca y recuerda la amistad que unió durante décadas a su progenitor con el descubridor de los yacimientos
Con un “sobresalto emocional”, el consejero de Cultura, Turismo y Deporte, Gonzalo Santonja, recibió el pasado martes el anuncio ante los medios del presidente de la Fundación Atapuerca, Antonio Méndez Pozo, de que la biblioteca del nuevo Centro de Investigación Emiliano Aguirre llevaría su nombre. “Me enteré en ese mismo momento, e inmediatamente me acordé muchísimo de mi padre. Me llena de orgullo y de satisfacción que su apellido vaya a estar ahí, unido para siempre al de su gran amigo Emiliano, a través de sus libros y de las anotaciones que muchas veces compartieron”, señala en declaraciones a Ical, antes de adelantar que donará la extensa colección de libros y revistas de arqueología de su progenitor.. Su padre, Manuel Santonja, médico de profesión, fue durante toda su vida un apasionado de la arqueología. Hasta tal punto que, en 1974, constituyó junto a un grupo de personas que compartían sus mismas inquietudes la Asociación Española de Amigos de la Arqueología, cuyos miembros se reunían ocasionalmente en esos años en el hogar familiar de los Santonja en Madrid.. Fue en uno de esos encuentros cuando Gonzalo Santonja conoció a Emiliano Aguirre, que, según recuerda, “ya por aquel entonces tenía clarísimo lo que iba a ser Atapuerca. Hablaba de su potencial en todos los sentidos y era consciente de que se necesitaba acometer allí unas investigaciones sistemáticas”. “Si hubiera podido grabar aquellas conversaciones la gente se quedaría atónita, porque Atapuerca es hoy lo que este hombre tenía en la cabeza a comienzos de los años 80. Se dio cuenta de las posibilidades que había y se implicó en ello, con toda su ilusión pero con pocos medios. Había mucho que hacer y Emiliano lo sacó adelante, con decisiones como la propia elección de los tres codirectores”, relata.. Viajando en el tiempo, vuelve a su memoria el resto de integrantes de aquel grupo de amigos apasionados por la investigación y recuperación del patrimonio que se reunían en su hogar. Junto a su padre y Emiliano (que no solo fue el descubridor e impulsor de Atapuerca, sino que también participó en las excavaciones de los yacimientos de Torralba y Ambrona, en Soria), aparecían intelectuales como Teógenes Ortego, casado con la soriana Concha García Hernández y autor de las mejores fotografías que a día de hoy se conservan de la ermita de San Baudelio de Berlanga, antes de que extirparan de sus paredes las pinturas murales; la miniaturista Laura de la Torre, viuda del pintor italiano afincado en Ávila Guido Caprotti; o Emeterio Cuadrado, ingeniero de canales y puertos que descubrió el yacimiento de El Cigarralejo, en Murcia.. Según cuenta el consejero, su padre fue el responsable de impregnar a sus tres hijos la pasión por la arqueología desde que eran niños. “Mi hermano Manolo es un profesional de la arqueología”, señala en alusión al descubridor de Siega Verde, antes de recalcar que tanto él mismo como su otro hermano, Rafael, han sido siempre “muy respetuosos” con esa disciplina. “Yo he estado en muchas excavaciones y voy todos los veranos un día a excavar en Atapuerca. Allí me admiten y lo paso estupendamente; recupero mi juventud”, reconoce antes de subrayar las conexiones de esa disciplina con la que ha sido su gran vocación: los estudios en torno a los orígenes del español: “Lo que yo hago con el español es, en cierto modo, arqueología también, en ese caso de la lengua”.. Sobre el chispazo que pudo despertar el interés de su padre por la arqueología, recuerda que, desde bien niños, él les contaba cómo, durante la guerra, “le tocaba hacer guardia en unas trincheras en la Sierra de San Pedro, cerca del castillo de Locubín (Jaén), que atravesaban una fortificación ibérica en la que podía apreciar restos de cerámica y otros vestigios que le empezaron a llamar mucho la atención”.. Aquella afición siguió ganando terreno en su vida y se consolidó gracias a cómplices como el padre Ignacio Belda, con quien trabó “muy buena amistad” y compartía lecturas “muy osadas para la época”, de autores como el jesuita francés Pierre Teilhard de Chardin, uno de los primeros pensadores en intentar conciliar la ortodoxia católica y la ciencia.. Tras el fallecimiento de su padre en 2010, los hermanos organizaron su biblioteca, que pasó a manos del consejero, que avanza su intención de donar al Centro de Investigación Emiliano Aguirre buena parte de ella, incluidos todos los libros de arqueología (entre ellos alude a un ejemplar de ‘La evolución’, el libro coescrito por el propio Emiliano Aguirre en 1966, junto a Miguel Crusafont y Bermudo Meléndez), además de la colección completa del Boletín de la Asociación Española de Amigos de la Arqueología que atesora.
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