Podría parecer que tras la muerte de Francisco Ibáñez y la inteligente decisión de sus herederos de que otras manos no continuaran dibujando Mortadelo y Filemón, ya estaba todo dicho, que ya no había más que publicar. Esa apreciación es injusta e incorrecta porque hay mucho todavía por conocer y divulgar de ese gran creador. Buena prueba de ello es el libro que acaba de editar Bruguera y que es todo un acontecimiento para los seguidores fieles del maestro.. El título no engaña. «Lo mejor de los comienzos de Ibáñez» es una magnífica oportunidad de conocer al dibujante más allá de sus creaciones más recordadas, recuperando mucho material perdido en hemerotecas, pero también procedente de colecciones privadas. De esta manera podemos tener un retrato completo de Ibáñez, autor en esos inicios de series en las que ya aparece ese humor tan característico, esa marca de la casa basada en la comicidad y en un dibujo agilísimo y expresivo. Son los años de personajes como Don Adelfo; Don Pedrito, que está como nunca; el Sheriff de Porra City; o Doña Pura y Doña Pera, entre muchos otros.. Pero empecemos por el principio de este relato, el que nos cuenta este libro, que nos habla de un muchacho con mucho talento que hasta ese momento se dedicaba a llenar de dibujos en los ratos libres que le dejaba su empleo en un banco. En el prólogo del libro, Antoni Guiral, uno de los especialistas en el mundo del cómic patrio, nos habla de la llegada de aquel niño que vio con 11 años que se publicaba por primera vez en la revista «Chicos» uno de sus dibujos: el retrato de un indio. Cinco años más tarde, mientras trabajaba como botones en un banco, lograba que algunas de sus creaciones aparecieran en las páginas de la revista «Nicolás» de Ediciones Clíper.. Fueron los años en los que la carpeta de Francisco Ibáñez, con sus geniales chistes, se paseó por redacciones y editoriales, como el suplemento de historietas del diario «La Prensa» titulado «A todo color». Fue el tiempo en el que creó sus primeras series propias, como La Familia Repollino, Haciendo el indio, Melenas o Kokolo, además de continuar los personajes de otros dibujantes como Emili Boix o Alfons Figueras.. El propio Ibáñez afirmó en diferentes entrevistas que cuando se fue del banco «estaba ganando un sueldecillo de unas 1.200 pesetas al mes; ya en la primera editorial en que colaboré, ese sueldo se multiplicó por ocho o por diez. Así que entraba en la lógica, sobre todo siendo tan joven, abandonar la cosa segura del banco y tirarse a la piscina».. Pero Bruguera era lo más parecido a la tierra prometida. Era el sello por excelencia para los amantes de esas revistas que se llamaban tebeos. Era una gran empresa que tenía en sus filas a algunas de las grandes firmas del momento, como Cifré, Conti, Escobar, Giner y Peñarroya, por cierto, los mismos artistas que acabarían marchándose del sello para crear, a la manera de cooperativa, la mítica revista «Tío Vivo». Aquello sucedió en 1957, momento en el que nuestro protagonista aterrizó en Bruguera y cuando se buscaba en aquella casa a nuevos creadores. Eso hizo que Ibáñez empezara a ser un habitual con sus viñetas en las revistas «Pulgarcito», «DDT» o «Selecciones de Humor de El DDT». Un año más tarde, en enero de 1958, en «Pulgarcito» comenzaría la aventura de una agencia de información que tenía como empleados a Mortadelo y Filemón. Era el nacimiento de la serie más célebre de Francisco Ibáñez y que su responsable mantendría en activo hasta el momento de su muerte.. Volviendo al libro, en el se constata el talento del autor, con una gran imaginación como avala la enorme cantidad de series, algunas de ellas de vida efímera, que creó para Bruguera, algo que la editorial potenció. Fueron miles las páginas que desde 1957, entre historietas, chistes de una viñeta y portadas. En alguna ocasión, Ibáñez «heredó» alguna sección iniciada por otro dibujante, como «La Historia esa vista por Hollywood» que pasó de sus manos después de que la dejara Manuel Vázquez, el conocido creador de las hermanas Gilda o la Familia Cebolleta. Pero, con su lápiz, Ibáñez llevaba esa historia a su terreno, con un humor basado en unos gags efectistas, como pasa en esta historia hollywoodense de tinta china en la que cuenta vidas como las de José María el Tempranillo, Hamlet, Ulises, Moby Dick o Edgar Allan Poe.. Ibáñez solía decir que se puede copiar el trazo de un dibujante, pero la clave siempre estaba en el guion, algo a lo que dedicó siempre una especial atención. Eso resulta evidente en series que, por desgracia, el autor tuvo que dejar para centrar su atención en Mortadelo y Filemón. Por eso es muy interesante poder encontrarse en este libro al doctor Esparadrapo y su ayudante Gazapo, un médico que sirve para todo y que cuenta con el ayudante más torpe posible. En este grupo también están dos vecinas de escalera como eran Doña Pura y Doña Pera, de las que solamente se publicaron cuatro páginas protagonizadas por una fisgona y cascarrabias que contrastaba con una anciana amable y simpática que vivía con un loro.. Ibáñez siguió creando personajes, pasando algunos de ellos a protagonizar grandes series, más allá de los agentes de la T.I.A., como sucedió con Rompetechos, ese alocado edificio en el 13 Rue del Percebe, la Familia Trapisonda o Pepe Gotera y Otilio. Otros murieron en el intento, como el Sheriff de Porra City, una historieta de cuatro páginas que bio la luz en el Almanaque de 1965 para «Tío Vivo»; o Policarpo, un vagabundo que pernocta en las calles y del que solo se dibujo una página para «Pulgarcito», también en 1965.. El lápiz de Ibáñez lo dibujaba todo al servicio de Bruguera, incluso páginas de publicidad, como las de un niño superhéroe con capa llamado Pepsi Man con el que se quería promocionar un refresco, o Kinito que servía para dar a conocer la célebre Kina San Clemente. Todos tienen como denominador común la maestría del gran Francisco Ibáñez.
Un libro recorre la carrera del gran dibujante antes de la creación de sus personajes más conocidos, aportando documentación inédita de uno de los indiscutibles referentes del cómic
Podría parecer que tras la muerte de Francisco Ibáñez y la inteligente decisión de sus herederos de que otras manos no continuaran dibujando Mortadelo y Filemón, ya estaba todo dicho, que ya no había más que publicar. Esa apreciación es injusta e incorrecta porque hay mucho todavía por conocer y divulgar de ese gran creador. Buena prueba de ello es el libro que acaba de editar Bruguera y que es todo un acontecimiento para los seguidores fieles del maestro.. El título no engaña. «Lo mejor de los comienzos de Ibáñez» es una magnífica oportunidad de conocer al dibujante más allá de sus creaciones más recordadas, recuperando mucho material perdido en hemerotecas, pero también procedente de colecciones privadas. De esta manera podemos tener un retrato completo de Ibáñez, autor en esos inicios de series en las que ya aparece ese humor tan característico, esa marca de la casa basada en la comicidad y en un dibujo agilísimo y expresivo. Son los años de personajes como Don Adelfo; Don Pedrito, que está como nunca; el Sheriff de Porra City; o Doña Pura y Doña Pera, entre muchos otros.. Pero empecemos por el principio de este relato, el que nos cuenta este libro, que nos habla de un muchacho con mucho talento que hasta ese momento se dedicaba a llenar de dibujos en los ratos libres que le dejaba su empleo en un banco. En el prólogo del libro, Antoni Guiral, uno de los especialistas en el mundo del cómic patrio, nos habla de la llegada de aquel niño que vio con 11 años que se publicaba por primera vez en la revista «Chicos» uno de sus dibujos: el retrato de un indio. Cinco años más tarde, mientras trabajaba como botones en un banco, lograba que algunas de sus creaciones aparecieran en las páginas de la revista «Nicolás» de Ediciones Clíper.. Fueron los años en los que la carpeta de Francisco Ibáñez, con sus geniales chistes, se paseó por redacciones y editoriales, como el suplemento de historietas del diario «La Prensa» titulado «A todo color». Fue el tiempo en el que creó sus primeras series propias, como La Familia Repollino, Haciendo el indio, Melenas o Kokolo, además de continuar los personajes de otros dibujantes como Emili Boix o Alfons Figueras.. El propio Ibáñez afirmó en diferentes entrevistas que cuando se fue del banco «estaba ganando un sueldecillo de unas 1.200 pesetas al mes; ya en la primera editorial en que colaboré, ese sueldo se multiplicó por ocho o por diez. Así que entraba en la lógica, sobre todo siendo tan joven, abandonar la cosa segura del banco y tirarse a la piscina».. Pero Bruguera era lo más parecido a la tierra prometida. Era el sello por excelencia para los amantes de esas revistas que se llamaban tebeos. Era una gran empresa que tenía en sus filas a algunas de las grandes firmas del momento, como Cifré, Conti, Escobar, Giner y Peñarroya, por cierto, los mismos artistas que acabarían marchándose del sello para crear, a la manera de cooperativa, la mítica revista «Tío Vivo». Aquello sucedió en 1957, momento en el que nuestro protagonista aterrizó en Bruguera y cuando se buscaba en aquella casa a nuevos creadores. Eso hizo que Ibáñez empezara a ser un habitual con sus viñetas en las revistas «Pulgarcito», «DDT» o «Selecciones de Humor de El DDT». Un año más tarde, en enero de 1958, en «Pulgarcito» comenzaría la aventura de una agencia de información que tenía como empleados a Mortadelo y Filemón. Era el nacimiento de la serie más célebre de Francisco Ibáñez y que su responsable mantendría en activo hasta el momento de su muerte.. Volviendo al libro, en el se constata el talento del autor, con una gran imaginación como avala la enorme cantidad de series, algunas de ellas de vida efímera, que creó para Bruguera, algo que la editorial potenció. Fueron miles las páginas que desde 1957, entre historietas, chistes de una viñeta y portadas. En alguna ocasión, Ibáñez «heredó» alguna sección iniciada por otro dibujante, como «La Historia esa vista por Hollywood» que pasó de sus manos después de que la dejara Manuel Vázquez, el conocido creador de las hermanas Gilda o la Familia Cebolleta. Pero, con su lápiz, Ibáñez llevaba esa historia a su terreno, con un humor basado en unos gags efectistas, como pasa en esta historia hollywoodense de tinta china en la que cuenta vidas como las de José María el Tempranillo, Hamlet, Ulises, Moby Dick o Edgar Allan Poe.. Ibáñez solía decir que se puede copiar el trazo de un dibujante, pero la clave siempre estaba en el guion, algo a lo que dedicó siempre una especial atención. Eso resulta evidente en series que, por desgracia, el autor tuvo que dejar para centrar su atención en Mortadelo y Filemón. Por eso es muy interesante poder encontrarse en este libro al doctor Esparadrapo y su ayudante Gazapo, un médico que sirve para todo y que cuenta con el ayudante más torpe posible. En este grupo también están dos vecinas de escalera como eran Doña Pura y Doña Pera, de las que solamente se publicaron cuatro páginas protagonizadas por una fisgona y cascarrabias que contrastaba con una anciana amable y simpática que vivía con un loro.. Ibáñez siguió creando personajes, pasando algunos de ellos a protagonizar grandes series, más allá de los agentes de la T.I.A., como sucedió con Rompetechos, ese alocado edificio en el 13 Rue del Percebe, la Familia Trapisonda o Pepe Gotera y Otilio. Otros murieron en el intento, como el Sheriff de Porra City, una historieta de cuatro páginas que bio la luz en el Almanaque de 1965 para «Tío Vivo»; o Policarpo, un vagabundo que pernocta en las calles y del que solo se dibujo una página para «Pulgarcito», también en 1965.. El lápiz de Ibáñez lo dibujaba todo al servicio de Bruguera, incluso páginas de publicidad, como las de un niño superhéroe con capa llamado Pepsi Man con el que se quería promocionar un refresco, o Kinito que servía para dar a conocer la célebre Kina San Clemente. Todos tienen como denominador común la maestría del gran Francisco Ibáñez.
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