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  Cultura  Teatro ‘queer’ en territorio Trump
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Teatro ‘queer’ en territorio Trump

1 de agosto de 2025
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La coqueta localidad de Shepherdstown, a orillas del río Potomac, es famosa entre los aficionados a la historia de la guerra civil estadounidense, porque, cerca de aquí, se despliegan los solemnes campos de Antietam, una de las batallas más cruentas del principio de la contienda. Con su universidad, su librería con sección de títulos prohibidos incluida, sus restaurantes refinados y sus bares adornados con banderas gais, esta isla de 1.500 habitantes en mitad de Virginia Occidental, puro territorio Trump, es, dice Peggy McKowen, “todo lo que uno no esperaría” de este Estado republicano.. McKowen es directora del Festival de Teatro Contemporáneo Estadounidense (CATF son sus siglas en inglés), otro de los motivos que hacen de Shepherdstown una excepción en la vasta región de los Apalaches que, además de una cordillera que atraviesa buena parte del este de Estados Unidos, es también, a esta altura del mapa, una conservadora, orgullosa y desconfiada manera de estar en el mundo. Gracias a su dedicación exclusiva a las obras de nuevo cuño, el certamen resiste como uno de los últimos de su especie en un país en el que el apoyo a la dramaturgia actual está en retroceso y la red de escenarios regionales cuenta año sus bajas.. El CATF se celebra cada mes de julio y atrae a una nutrida parroquia de amantes del teatro, que también lo son, dice McKowen, de “correr riesgos”, porque “no saben lo que les espera cuando se sientan en sus butacas”.. Vienen de otras partes de Virginia Occidental, y de todo el país, pero sobre todo, de las grandes ciudades cercanas: Baltimore y Washington, núcleo urbano que está a una hora y media en coche y que abastece al pueblo de visitantes y propietarios de refugios para el fin de semana. Este verano, el CATF cumple 35 ediciones con una fórmula que ha ido cambiando con los años hasta cristalizar en la actual: cinco estrenos de nuevas obras repartidos en los tres teatros que hay en el pueblo y que se pasan durante cuatro semanas. El festival termina el domingo.. “Historias valientes” es el lema del certamen. Porque eso, dicen sus organizadoras, es lo que define las obras incluidas en el programa de este año, un destilado de los “entre 100 y 150 textos” que se presentan para optar a ser “desarrollados y producidos”. La selección de esta edición incluye una crítica sobre el sistema de salud y las grandes farmacéuticas estadounidenses (Side Effects May Include…; Los efectos secundarios pueden incluir), una desigual comedia romántica gay ambientada en el mundo hipermasculino de los extras de acción del Hollywood de los ochenta (Happy Fall, A Queer Stunt Spectacular, Feliz caída, un espectáculo de acrobacias queer) y Uraveled (Desentrañado), en la que un “contador de historias” con discapacidad, Kevin Kling, repasa su peripecia vital con la ayuda de un músico.. Los tres títulos representan, cada uno a su manera, el Estados Unidos que Trump quiere borrar. Virginia Occidental fue, con un 70%, el segundo Estado que más votó republicano en las elecciones de noviembre, solo por detrás de Wyoming. En el condado de Jefferson, al que pertenece Shepherdstown, lo apoyó un 57% del electorado, así que una obra como Happy Fall, con sus escenas homoeróticas, se antoja un desafío a los valores de la mayoría de los habitantes de Virginia Occidental. El festival, si bien está asociado a la universidad, es, dice McKowen, “una fundación independiente”. “Y eso les ahorra muchos problemas”, añade con una sonrisa.. Contra la industria farmacéutica. Side Effects…, de la reputada dramaturga Lisa Loomer, es la más redonda del lote, que completan una revisión del mito de María Magdalena y una reflexión sobre lo que significa crecer como asiático estadounidense en un Estado con un 92,8% de población blanca. La obra de Loomer está basada en su propia experiencia de madre de un hijo que contrae acatisia, un trastorno neurológico caracterizado por una sensación del paciente de inquietud extrema y la imposibilidad de estarse quieto. Está asociado a ciertos medicamentos antipsicóticos que los médicos recetan con ligereza en Estados Unidos.. Loomer, que viene de estrenar en Broadway, con éxito de crítica, el musical Las mujeres reales tienen curvas, explicó esta semana en una entrevista telefónica que sintió la necesidad de contar esa historia, dejando claro que ella la conocía de primera mano. “De lo contrario, nadie había creído por lo que pasa la protagonista”, dice. La madre, interpretada por la actriz Lisa Fernandez −que encabeza un estupendo reparto de cuatro actores que interpretan sin abandonar nunca la sencilla escenografía varios papeles, de médicos a amigos y familiares−, va de un tratamiento en otro, a cada cual más caro, sin dar con una solución.. “El CATF es un sitio deseado por los autores en Estados Unidos. Un lugar en el que saben que pueden probar sus obras con público, e ir perfeccionando sus textos. Hay mucho respeto. Todo el mundo está concentrado en una cosa: que el trabajo dé el mejor resultado posible”, explica Loomer.. Una de las actrices de Side Effects…, Susan Lynskey, explicó al término de la representación del sábado pasado que el festival se hace cargo de ocho semanas de estancia a los actores: “Las cuatro de ensayos, en nuestro caso, con Loomer, y las cuatro en las que se representa la obra”. “Ese esquema te permite trabajar muy a fondo los personajes, en un lugar como este, en el que no hay distracciones posibles”, añadió Lynskey, que vive entre Washington y Nueva York y que se define como una actriz que va “más allá del repertorio de Shakespeare”, enfocando su carrera “en la nueva dramaturgia”. “Una incubadora de nuevas producciones como esta es una rareza en este país”, aclaró.. En una sala vacía del campus de la universidad de Shepherd, McKowen, la directora creativa, explicó tras un pase de la pieza sobre dobles de acción queer que el modelo del CATF era más común antes, y que tuvo un espejo extraordinario en el que mirarse en el Festival Humana de Nuevas Obras, que se celebró en Louisville (Kentucky) entre 1976 y 2021, año en el que echó el cierre por la pandemia.. El CATF nació en 1991 por iniciativa de un rector de la universidad que se fijó en el festival de Williamstown, en Massachusetts, que aún se sigue celebrando y este año clausurará, también el domingo, su edición número 71, cuyo plato fuerte ha sido un montaje de Camino Real, de Tennessee Williams, con la vigilante de la playa Pamela Anderson en el reparto. “A nuestro fundador, Ed Herendeen, lo trajeron de Williamstown con idea de que hiciera un festival clásico”, recuerda McKowen, que lleva “unos 20 años” viviendo en Shepherdstown. Pero Herendeen, añade, no era “un hombre de Shakespeare; sino un tipo interesado en las obras nuevas”.. Ese interés prevalece. El festival no solo financia los montajes, también se implica en afinar los textos seleccionados, cuando estos lo necesitan. La financiación proviene en una tercera parte, según aclara Amy Wratchford, directora ejecutiva interina del CATF, de la venta de entradas. “El resto son donaciones individuales e institucionales”, añade. “Antes, también había dinero federal, pero este, como ha sucedido con tantas otras iniciativas culturales, ha desaparecido tras la vuelta de Trump a la Casa Blanca”.. Las obras que nacen en este rincón de los Apalaches viajan a menudo después por el circuito de teatros regionales, una categoría que en EE UU sirve para definir los escenarios de ciudades medianas, de Washington o Columbus (Ohio), que representan una alternativa a Broadway, un espacio físico y artístico en el que las piezas más exitosas de Shepherdstown a veces también terminan. No solo: McKowen cita dos de ellas que acabaron siendo películas: Farragut North, que originó el thriller político Los idus de marzo (George Clooney, 2011), y el largometraje Belleza prohibida (2004), con Claire Danes y Billy Crudup.. “El teatro en Estados Unidos tiene un problema de falta de renovación de su público, que es muy mayor y esencialmente blanco. Como no hagamos algo, se morirá”, opina Loomer, la dramaturga, cuyo musical Las mujeres reales tienen curvas sedujo esta temporada a una audiencia latina, “gente que no había ido a Broadway nunca”. La autora también apunta que el elevado precio de las entradas tampoco ayuda. “La gente se lo piensa mucho si se tiene que gastar 150 o 200 dólares, y para justificar esos precios las producciones tienen que tener estrellas. Es un círculo vicioso”. Los tiques en Shepherdstown cuestan una media de 70 dólares.. Cuando el festival echa el cierre, todo el dinero que genere la gira de esta o aquella obra es para sus autores. Salvo, bromea McKowen, si surge un gran contrato de Hollywood. “Entonces es posible que pidamos compartir el dinero de los derechos”. Hasta entonces, se conforma con poder seguir creando cada verano este oasis para el teatro contemporáneo en pleno territorio Trump.. Seguir leyendo

 

Un festival dedicado a la nueva dramaturgia en el Estado republicano de Virginia Occidental desafía las convenciones conservadoras con “historias valientes”

  

La coqueta localidad de Shepherdstown, a orillas del río Potomac, es famosa entre los aficionados a la historia de la guerra civil estadounidense, porque, cerca de aquí, se despliegan los solemnes campos de Antietam, una de las batallas más cruentas del principio de la contienda. Con su universidad, su librería con sección de títulos prohibidos incluida, sus restaurantes refinados y sus bares adornados con banderas gais, esta isla de 1.500 habitantes en mitad de Virginia Occidental, puro territorio Trump, es, dice Peggy McKowen, “todo lo que uno no esperaría” de este Estado republicano.

McKowen es directora del Festival de Teatro Contemporáneo Estadounidense (CATF son sus siglas en inglés), otro de los motivos que hacen de Shepherdstown una excepción en la vasta región de los Apalaches que, además de una cordillera que atraviesa buena parte del este de Estados Unidos, es también, a esta altura del mapa, una conservadora, orgullosa y desconfiada manera de estar en el mundo. Gracias a su dedicación exclusiva a las obras de nuevo cuño, el certamen resiste como uno de los últimos de su especie en un país en el que el apoyo a la dramaturgia actual está en retroceso y la red de escenarios regionales cuenta año sus bajas.

El CATF se celebra cada mes de julio y atrae a una nutrida parroquia de amantes del teatro, que también lo son, dice McKowen, de “correr riesgos”, porque “no saben lo que les espera cuando se sientan en sus butacas”.

Vista de la calle principal de Shepherdstown,  pueblo de Virginia Occidental.
Vista de la calle principal de Shepherdstown, pueblo de Virginia Occidental.Education Images / Universal Image

Vienen de otras partes de Virginia Occidental, y de todo el país, pero sobre todo, de las grandes ciudades cercanas: Baltimore y Washington, núcleo urbano que está a una hora y media en coche y que abastece al pueblo de visitantes y propietarios de refugios para el fin de semana. Este verano, el CATF cumple 35 ediciones con una fórmula que ha ido cambiando con los años hasta cristalizar en la actual: cinco estrenos de nuevas obras repartidos en los tres teatros que hay en el pueblo y que se pasan durante cuatro semanas. El festival termina el domingo.

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“Historias valientes” es el lema del certamen. Porque eso, dicen sus organizadoras, es lo que define las obras incluidas en el programa de este año, un destilado de los “entre 100 y 150 textos” que se presentan para optar a ser “desarrollados y producidos”. La selección de esta edición incluye una crítica sobre el sistema de salud y las grandes farmacéuticas estadounidenses (Side Effects May Include…; Los efectos secundarios pueden incluir), una desigual comedia romántica gay ambientada en el mundo hipermasculino de los extras de acción del Hollywood de los ochenta (Happy Fall, A Queer Stunt Spectacular, Feliz caída, un espectáculo de acrobacias queer) y Uraveled (Desentrañado), en la que un “contador de historias” con discapacidad, Kevin Kling, repasa su peripecia vital con la ayuda de un músico.

Los tres títulos representan, cada uno a su manera, el Estados Unidos que Trump quiere borrar. Virginia Occidental fue, con un 70%, el segundo Estado que más votó republicano en las elecciones de noviembre, solo por detrás de Wyoming. En el condado de Jefferson, al que pertenece Shepherdstown, lo apoyó un 57% del electorado, así que una obra como Happy Fall, con sus escenas homoeróticas, se antoja un desafío a los valores de la mayoría de los habitantes de Virginia Occidental. El festival, si bien está asociado a la universidad, es, dice McKowen, “una fundación independiente”. “Y eso les ahorra muchos problemas”, añade con una sonrisa.

Contra la industria farmacéutica

Side Effects…, de la reputada dramaturga Lisa Loomer, es la más redonda del lote, que completan una revisión del mito de María Magdalena y una reflexión sobre lo que significa crecer como asiático estadounidense en un Estado con un 92,8% de población blanca. La obra de Loomer está basada en su propia experiencia de madre de un hijo que contrae acatisia, un trastorno neurológico caracterizado por una sensación del paciente de inquietud extrema y la imposibilidad de estarse quieto. Está asociado a ciertos medicamentos antipsicóticos que los médicos recetan con ligereza en Estados Unidos.

Loomer, que viene de estrenar en Broadway, con éxito de crítica, el musical Las mujeres reales tienen curvas, explicó esta semana en una entrevista telefónica que sintió la necesidad de contar esa historia, dejando claro que ella la conocía de primera mano. “De lo contrario, nadie había creído por lo que pasa la protagonista”, dice. La madre, interpretada por la actriz Lisa Fernandez −que encabeza un estupendo reparto de cuatro actores que interpretan sin abandonar nunca la sencilla escenografía varios papeles, de médicos a amigos y familiares−, va de un tratamiento en otro, a cada cual más caro, sin dar con una solución.

“El CATF es un sitio deseado por los autores en Estados Unidos. Un lugar en el que saben que pueden probar sus obras con público, e ir perfeccionando sus textos. Hay mucho respeto. Todo el mundo está concentrado en una cosa: que el trabajo dé el mejor resultado posible”, explica Loomer.

Susan Lynskey (izquierda) y Lisa Fernandez, en la pieza 'Side Effects May Include...', en el festival CATF.
Susan Lynskey (izquierda) y Lisa Fernandez, en la pieza ‘Side Effects May Include…’, en el festival CATF.Seth Freeman

Una de las actrices de Side Effects…, Susan Lynskey, explicó al término de la representación del sábado pasado que el festival se hace cargo de ocho semanas de estancia a los actores: “Las cuatro de ensayos, en nuestro caso, con Loomer, y las cuatro en las que se representa la obra”. “Ese esquema te permite trabajar muy a fondo los personajes, en un lugar como este, en el que no hay distracciones posibles”, añadió Lynskey, que vive entre Washington y Nueva York y que se define como una actriz que va “más allá del repertorio de Shakespeare”, enfocando su carrera “en la nueva dramaturgia”. “Una incubadora de nuevas producciones como esta es una rareza en este país”, aclaró.

En una sala vacía del campus de la universidad de Shepherd, McKowen, la directora creativa, explicó tras un pase dela pieza sobre dobles de acción queer que el modelo del CATF era más común antes, y que tuvo un espejo extraordinario en el que mirarse en el Festival Humana de Nuevas Obras, que se celebró en Louisville (Kentucky) entre 1976 y 2021, año en el que echó el cierre por la pandemia.

El CATF nació en 1991 por iniciativa de un rector de la universidad que se fijó en el festival de Williamstown, en Massachusetts, que aún se sigue celebrando y este año clausurará, también el domingo, su edición número 71, cuyo plato fuerte ha sido un montaje de Camino Real, de Tennessee Williams, con la vigilante de la playa Pamela Anderson en el reparto. “A nuestro fundador, Ed Herendeen, lo trajeron de Williamstown con idea de que hiciera un festival clásico”, recuerda McKowen, que lleva “unos 20 años” viviendo en Shepherdstown. Pero Herendeen, añade, no era “un hombre de Shakespeare; sino un tipo interesado en las obras nuevas”.

Ambiente a las puertas del teatro Marinoff, en Shepherdstown, durante el festival CATF.
Ambiente a las puertas del teatro Marinoff, en Shepherdstown, durante el festival CATF.Seth Freeman

Ese interés prevalece. El festival no solo financia los montajes, también se implica en afinar los textos seleccionados, cuando estos lo necesitan. La financiación proviene en una tercera parte, según aclara Amy Wratchford, directora ejecutiva interina del CATF, de la venta de entradas. “El resto son donaciones individuales e institucionales”, añade. “Antes, también había dinero federal, pero este, como ha sucedido con tantas otras iniciativas culturales, ha desaparecido tras la vuelta de Trump a la Casa Blanca”.

Las obras que nacen en este rincón de los Apalaches viajan a menudo después por el circuito de teatros regionales, una categoría que en EE UU sirve para definir los escenarios de ciudades medianas, de Washington o Columbus (Ohio), que representan una alternativa a Broadway, un espacio físico y artístico en el que las piezas más exitosas de Shepherdstown a veces también terminan. No solo: McKowen cita dos de ellas que acabaron siendo películas: Farragut North, que originó el thriller político Los idus de marzo (George Clooney, 2011), y el largometraje Belleza prohibida (2004), con Claire Danes y Billy Crudup.

Ryan Gosling, a las órdenes de George Clooney en el rodaje del drama político 'Los idus de marzo' (2011).
Ryan Gosling, a las órdenes de George Clooney en el rodaje del drama político ‘Los idus de marzo’ (2011).

“El teatro en Estados Unidos tiene un problema de falta de renovación de su público, que es muy mayor y esencialmente blanco. Como no hagamos algo, se morirá”, opina Loomer, la dramaturga, cuyo musical Las mujeres reales tienen curvas sedujo esta temporada a una audiencia latina, “gente que no había ido a Broadway nunca”. La autora también apunta que el elevado precio de las entradas tampoco ayuda. “La gente se lo piensa mucho si se tiene que gastar 150 o 200 dólares, y para justificar esos precios las producciones tienen que tener estrellas. Es un círculo vicioso”. Los tiques en Shepherdstown cuestan una media de 70 dólares.

Cuando el festival echa el cierre, todo el dinero que genere la gira de esta o aquella obra es para sus autores. Salvo, bromea McKowen, si surge un gran contrato de Hollywood. “Entonces es posible que pidamos compartir el dinero de los derechos”. Hasta entonces, se conforma con poder seguir creando cada verano este oasis para el teatro contemporáneo en pleno territorio Trump.

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