El tiempo es cruel con los clásicos vivos. Consumes tu existencia cultivando el legado por el que quieres ser recordado y luego te mueres y te recuerdan como les da la gana. Que se lo digan a Ryszard Kapuscinski, insigne reportero, ensayista y poeta polaco, fallecido en 2007 después de ganarse innumerables doctorados honoris causa, el premio Príncipe de Asturias y la admiración de generaciones de colegas. Por encima de toda su obra, el común de los mortales recuerda su legendaria frase “para ser buen periodista hay que ser buena persona”. Ahí queda eso. Se refería el maestro a que, mucho más que cualquier título o máster del universo, el bagaje esencial del buen cronista es innato. Tener la humanidad suficiente para ponerse en la piel del otro. Escucharlo sin prejuicios ni interferencias. Mirarlo a los ojos con curiosidad e interés genuinos. Intentar aprehenderlo para luego poder contarle al mundo lo que has aprehendido. Solo después viene el resto. Como consecuencia, no como medio ni como propósito. Fiscalizar al poder, destapar corruptelas, derribar gobiernos, sacar a la luz lo que el lado oscuro desea mantener oculto, toda esa épica de película americana es periodismo, por supuesto. Pero debajo de todo eso debe latir la vocación de querer entender al ser humano en todas sus manifestaciones. Lo que nos distingue de las bestias. Y luego ya, si eso, ganar premios, escuchar lisonjas y que le pongan tu nombre a una cátedra o a una rotonda de tu pueblo, que a nadie le amarga un dulce.
Me temo que la máxima del maestro de que para ser buen periodista hay que ser buena persona es tan bella como errada. De buenas intenciones está empedrado el infierno
El tiempo es cruel con los clásicos vivos. Consumes tu existencia cultivando el legado por el que quieres ser recordado y luego te mueres y te recuerdan como les da la gana. Que se lo digan a Ryszard Kapuscinski, insigne reportero, ensayista y poeta polaco, fallecido en 2007 después de ganarse innumerables doctorados honoris causa, el premio Príncipe de Asturias y la admiración de generaciones de colegas. Por encima de toda su obra, el común de los mortales recuerda su legendaria frase “para ser buen periodista hay que ser buena persona”. Ahí queda eso. Se refería el maestro a que, mucho más que cualquier título o máster del universo, el bagaje esencial del buen cronista es innato. Tener la humanidad suficiente para ponerse en la piel del otro. Escucharlo sin prejuicios ni interferencias. Mirarlo a los ojos con curiosidad e interés genuinos. Intentar aprehenderlo para luego poder contarle al mundo lo que has aprehendido. Solo después viene el resto. Como consecuencia, no como medio ni como propósito. Fiscalizar al poder, destapar corruptelas, derribar gobiernos, sacar a la luz lo que el lado oscuro desea mantener oculto, toda esa épica de película americana es periodismo, por supuesto. Pero debajo de todo eso debe latir la vocación de querer entender al ser humano en todas sus manifestaciones. Lo que nos distingue de las bestias. Y luego ya, si eso, ganar premios, escuchar lisonjas y que le pongan tu nombre a una cátedra o a una rotonda de tu pueblo, que a nadie le amarga un dulce.
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