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  Cultura  Petros Márkaris investiga un crimen universitario en tiempos de desorden social
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Petros Márkaris investiga un crimen universitario en tiempos de desorden social

14 de octubre de 2025
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“Lo único que me queda es la oscuridad y la angustia por el futuro”, dice el personaje de Kostas Jaritos y cierra así La ira de los humillados (2025), la decimosexta entrega de las historias policiales firmadas por Petros Márkaris. Que el novelista griego, creador de este entrañable policía investigador al que le ha dado la responsabilidad de protagonizar cada una de las tramas en que se ha visto envuelto, lance al espacio semejante percepción de su contexto, reafirma lo que considero la mayor virtud de esta serie novelesca: la intención de su creador de trasmitirnos un turbio estado de ánimo colectivo por los destinos de nuestras sociedades, asoladas por tantas crisis. Se trata de un ejercicio cuasi sociológico que Márkaris ha tenido la capacidad y la habilidad de envolver en historias de carácter policial para hacernos tragar de un modo menos doloroso la tremenda píldora que siempre nos coloca en los labios.. A lo largo de esta ya dilatada zaga que Tusquets Editores ha puesto a disposición de los lectores en español, Petros Márkaris ha ido tejiendo una crónica íntima e intensa de la sociedad griega contemporánea, tan semejante en muchos aspectos a las de otros ámbitos europeos, pero con el indiscutible sabor de los peculiares componentes locales que la distinguen (incluidos, por supuesto, los prodigiosos sabores de los tomates rellenos, los suvlakis y el satsiki de la cocina griega que prepara Adrianí, la eterna esposa del policía). Ningún asunto espinoso de esa realidad parece ser ajeno al interés del escritor que, de la mano, con la voz y sobre todo con la sensibilidad y las perspectivas del comisario Jaritos, nos ha paseado por las congestionadas calles de Atenas para hablarnos de inmigración, pobreza, desigualdades sociales, corrupciones de todo tipo (incluidas las políticas), odios y envidias personales aunque también para recordarnos las bondades de los seres humanos, en su caso representadas del mejor modo por la decencia de su protagonista, su sentido de la justicia y de la fidelidad, y su incombustible amor filial, entre otras cualidades.. Leer cada una de sus entregas deviene un ejercicio de reconocimiento que allana el camino hacia los devastadores mensajes que el escritor lanza en cada ocasión. El universo Markaris tiene, además, un atractivo especial para sus lectores. Y es que penetrar en cada una de sus tramas es como asomarse a un territorio que nos acoge con la presencia de referencias de las cuales ya nos hemos apropiado. Leer cada una de sus entregas deviene entonces un ejercicio de reconocimiento que nos facilita su decodificación y allana el camino hacia los devastadores mensajes que el escritor lanza en cada ocasión para refrendar que, cada vez más, nos acechan la oscuridad y la angustia del futuro.. Como en muchas de sus obras precedentes, en La Ira de los humillados, Márkaris emplea una estructura simple y directa para armar su argumento. Acá ocurre un crimen cuya víctima es un controvertido profesor universitario de Ciencias Económicas, al que sigue otro asesinato, luego un frustrado intento de sabotaje criminal y, para complicar más las cosas, un triple homicidio (con trazas de ejecución), un acto que todo parece indicar está relacionado con los hechos sangrientos ocurridos anteriormente. El ambiente en que se mueve el argumento es en esta ocasión el de la universidad y lo impulsa el conflicto en auge entre el incremento de los estudios de ciencias económicas —como vía para garantizar un futuro personal— y la consecuente contracción de los estudios de humanidades —por su precaria proyección de porvenir profesional—. En esencia, piensa Jaritos, una cuestión de competitividad.. El curso de la investigación, lento y trabado, que va armando la propia estructura de la novela, intenta reproducir los modos en que se podría desarrollar en la realidad este tipo de pesquisas. Márkaris ha creado para ello una pirámide del trabajo policial muy semejante a la que existe en su país y que incluye, por supuesto, los diversos y tensionantes niveles burocráticos por los cuales ha ascendido el antes inspector Jaritos, que ahora se estrena como Jefe de las Fuerzas de Seguridad del Ática. El trabajo de equipo, distribuido en especialidades y funciones, la presión de los estratos superiores, todo contribuye a entregar al argumento ese fuerte sentido de verosimilitud (que tanto valoraba Raymond Chandler para las obras del género) que prescinde de las excentricidades intelectuales y los excesos escatológicos muy bañados de sangre tras los que se escudan tantos malos creadores de ficciones policiales. Porque esa sensación de realidad que trasmite Márkaris es otra de sus virtudes, y la aparente simpleza de sus argumentos y estructuras, una evidencia de que no son necesarios ciertos malabarismos hiperbólicos para lograr un alto objetivo literario: trasmitir una certeza de que el mundo de cada día puede ser así de violento y feroz, pero, sobre todo, tan alienado y cínico. Aunque, también nos advierte el novelista, es posible preservar redentores espacios humanos.. La solución del caso nos llega como el fluir natural de una investigación y no como revelación iluminada de un personaje estrafalario. La solución de los misterios alrededor de las muertes ocurridas en la novela nos llega entonces como el fluir natural de una investigación montada paso a paso y no cómo revelación iluminada de un personaje estrafalario. Y nos revela un conflicto social que va mucho más allá de unos crímenes puntuales, aunque iluminado por el reflector de esos actos violentos.. Mientras, la vida, con sus vaivenes, transcurre para Jaritos y sus acompañantes profesionales y afectivos. Su cotidianeidad personal roza la rutina y la rutina constituye su refugio en forma de familia, amigos y de un diccionario en el cual intenta encontrar la lógica reveladora de los significados. Si el desorden social lo ocupa en cada una de sus horas de faena policial, la necesidad de un orden personal hace que el policía levante murallas alrededor de ese espacio que es propio, amable, reconfortante (con tomates rellenos, suvlakis y satsikis incluidos) para quizás poder encontrar una luz que quiebre la oscuridad y un alivio para las avasallantes angustias del destino que nos atenazan. En fin, con la existencia de su Kostas Jaritos, el creador se propone entregarnos algo que se parece mucho a la vida y a nuestra humana necesidad de, entre tanto caos, salvar lo salvable. Gracias, Petros.. Seguir leyendo

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“Lo único que me queda es la oscuridad y la angustia por el futuro”, dice el personaje de Kostas Jaritos y cierra así La ira de los humillados (2025), la decimosexta entrega de las historias policiales firmadas por Petros Márkaris. Que el novelista griego, creador de este entrañable policía investigador al que le ha dado la responsabilidad de protagonizar cada una de las tramas en que se ha visto envuelto, lance al espacio semejante percepción de su contexto, reafirma lo que considero la mayor virtud de esta serie novelesca: la intención de su creador de trasmitirnos un turbio estado de ánimo colectivo por los destinos de nuestras sociedades, asoladas por tantas crisis. Se trata de un ejercicio cuasi sociológico que Márkaris ha tenido la capacidad y la habilidad de envolver en historias de carácter policial para hacernos tragar de un modo menos doloroso la tremenda píldora que siempre nos coloca en los labios.A lo largo de esta ya dilatada zaga que Tusquets Editores ha puesto a disposición de los lectores en español, Petros Márkaris ha ido tejiendo una crónica íntima e intensa de la sociedad griega contemporánea, tan semejante en muchos aspectos a las de otros ámbitos europeos, pero con el indiscutible sabor de los peculiares componentes locales que la distinguen (incluidos, por supuesto, los prodigiosos sabores de los tomates rellenos, los suvlakis y el satsiki de la cocina griega que prepara Adrianí, la eterna esposa del policía). Ningún asunto espinoso de esa realidad parece ser ajeno al interés del escritor que, de la mano, con la voz y sobre todo con la sensibilidad y las perspectivas del comisario Jaritos, nos ha paseado por las congestionadas calles de Atenas para hablarnos de inmigración, pobreza, desigualdades sociales, corrupciones de todo tipo (incluidas las políticas), odios y envidias personales aunque también para recordarnos las bondades de los seres humanos, en su caso representadas del mejor modo por la decencia de su protagonista, su sentido de la justicia y de la fidelidad, y su incombustible amor filial, entre otras cualidades.Leer cada una de sus entregas deviene un ejercicio de reconocimiento que allana el camino hacia los devastadores mensajes que el escritor lanza en cada ocasiónEl universo Markaris tiene, además, un atractivo especial para sus lectores. Y es que penetrar en cada una de sus tramas es como asomarse a un territorio que nos acoge con la presencia de referencias de las cuales ya nos hemos apropiado. Leer cada una de sus entregas deviene entonces un ejercicio de reconocimiento que nos facilita su decodificación y allana el camino hacia los devastadores mensajes que el escritor lanza en cada ocasión para refrendar que, cada vez más, nos acechan la oscuridad y la angustia del futuro.Como en muchas de sus obras precedentes, en La Ira de los humillados, Márkaris emplea una estructura simple y directa para armar su argumento. Acá ocurre un crimen cuya víctima es un controvertido profesor universitario de Ciencias Económicas, al que sigue otro asesinato, luego un frustrado intento de sabotaje criminal y, para complicar más las cosas, un triple homicidio (con trazas de ejecución), un acto que todo parece indicar está relacionado con los hechos sangrientos ocurridos anteriormente. El ambiente en que se mueve el argumento es en esta ocasión el de la universidad y lo impulsa el conflicto en auge entre el incremento de los estudios de ciencias económicas —como vía para garantizar un futuro personal— y la consecuente contracción de los estudios de humanidades —por su precaria proyección de porvenir profesional—. En esencia, piensa Jaritos, una cuestión de competitividad.El curso de la investigación, lento y trabado, que va armando la propia estructura de la novela, intenta reproducir los modos en que se podría desarrollar en la realidad este tipo de pesquisas. Márkaris ha creado para ello una pirámide del trabajo policial muy semejante a la que existe en su país y que incluye, por supuesto, los diversos y tensionantes niveles burocráticos por los cuales ha ascendido el antes inspector Jaritos, que ahora se estrena como Jefe de las Fuerzas de Seguridad del Ática. El trabajo de equipo, distribuido en especialidades y funciones, la presión de los estratos superiores, todo contribuye a entregar al argumento ese fuerte sentido de verosimilitud (que tanto valoraba Raymond Chandler para las obras del género) que prescinde de las excentricidades intelectuales y los excesos escatológicos muy bañados de sangre tras los que se escudan tantos malos creadores de ficciones policiales. Porque esa sensación de realidad que trasmite Márkaris es otra de sus virtudes, y la aparente simpleza de sus argumentos y estructuras, una evidencia de que no son necesarios ciertos malabarismos hiperbólicos para lograr un alto objetivo literario: trasmitir una certeza de que el mundo de cada día puede ser así de violento y feroz, pero, sobre todo, tan alienado y cínico. Aunque, también nos advierte el novelista, es posible preservar redentores espacios humanos.La solución del caso nos llega como el fluir natural de una investigación y no como revelación iluminada de un personaje estrafalarioLa solución de los misterios alrededor de las muertes ocurridas en la novela nos llega entonces como el fluir natural de una investigación montada paso a paso y no cómo revelación iluminada de un personaje estrafalario. Y nos revela un conflicto social que va mucho más allá de unos crímenes puntuales, aunque iluminado por el reflector de esos actos violentos.Mientras, la vida, con sus vaivenes, transcurre para Jaritos y sus acompañantes profesionales y afectivos. Su cotidianeidad personal roza la rutina y la rutina constituye su refugio en forma de familia, amigos y de un diccionario en el cual intenta encontrar la lógica reveladora de los significados. Si el desorden social lo ocupa en cada una de sus horas de faena policial, la necesidad de un orden personal hace que el policía levante murallas alrededor de ese espacio que es propio, amable, reconfortante (con tomates rellenos, suvlakis y satsikis incluidos) para quizás poder encontrar una luz que quiebre la oscuridad y un alivio para las avasallantes angustias del destino que nos atenazan. En fin, con la existencia de su Kostas Jaritos, el creador se propone entregarnos algo que se parece mucho a la vida y a nuestra humana necesidad de, entre tanto caos, salvar lo salvable. Gracias, Petros. Seguir leyendo

  

“Lo único que me queda es la oscuridad y la angustia por el futuro”, dice el personaje de Kostas Jaritos y cierra así La ira de los humillados (2025), la decimosexta entrega de las historias policiales firmadas por Petros Márkaris. Que el novelista griego, creador de este entrañable policía investigador al que le ha dado la responsabilidad de protagonizar cada una de las tramas en que se ha visto envuelto, lance al espacio semejante percepción de su contexto, reafirma lo que considero la mayor virtud de esta serie novelesca: la intención de su creador de trasmitirnos un turbio estado de ánimo colectivo por los destinos de nuestras sociedades, asoladas por tantas crisis. Se trata de un ejercicio cuasi sociológico que Márkaris ha tenido la capacidad y la habilidad de envolver en historias de carácter policial para hacernos tragar de un modo menos doloroso la tremenda píldora que siempre nos coloca en los labios.. A lo largo de esta ya dilatada zaga que Tusquets Editores ha puesto a disposición de los lectores en español, Petros Márkaris ha ido tejiendo una crónica íntima e intensa de la sociedad griega contemporánea, tan semejante en muchos aspectos a las de otros ámbitos europeos, pero con el indiscutible sabor de los peculiares componentes locales que la distinguen (incluidos, por supuesto, los prodigiosos sabores de los tomates rellenos, los suvlakis y el satsiki de la cocina griega que prepara Adrianí, la eterna esposa del policía). Ningún asunto espinoso de esa realidad parece ser ajeno al interés del escritor que, de la mano, con la voz y sobre todo con la sensibilidad y las perspectivas del comisario Jaritos, nos ha paseado por las congestionadas calles de Atenas para hablarnos de inmigración, pobreza, desigualdades sociales, corrupciones de todo tipo (incluidas las políticas), odios y envidias personales aunque también para recordarnos las bondades de los seres humanos, en su caso representadas del mejor modo por la decencia de su protagonista, su sentido de la justicia y de la fidelidad, y su incombustible amor filial, entre otras cualidades.. Leer cada una de sus entregas deviene un ejercicio de reconocimiento que allana el camino hacia los devastadores mensajes que el escritor lanza en cada ocasión. El universo Markaris tiene, además, un atractivo especial para sus lectores. Y es que penetrar en cada una de sus tramas es como asomarse a un territorio que nos acoge con la presencia de referencias de las cuales ya nos hemos apropiado. Leer cada una de sus entregas deviene entonces un ejercicio de reconocimiento que nos facilita su decodificación y allana el camino hacia los devastadores mensajes que el escritor lanza en cada ocasión para refrendar que, cada vez más, nos acechan la oscuridad y la angustia del futuro.. Como en muchas de sus obras precedentes, en La Ira de los humillados, Márkaris emplea una estructura simple y directa para armar su argumento. Acá ocurre un crimen cuya víctima es un controvertido profesor universitario de Ciencias Económicas, al que sigue otro asesinato, luego un frustrado intento de sabotaje criminal y, para complicar más las cosas, un triple homicidio (con trazas de ejecución), un acto que todo parece indicar está relacionado con los hechos sangrientos ocurridos anteriormente. El ambiente en que se mueve el argumento es en esta ocasión el de la universidad y lo impulsa el conflicto en auge entre el incremento de los estudios de ciencias económicas —como vía para garantizar un futuro personal— y la consecuente contracción de los estudios de humanidades —por su precaria proyección de porvenir profesional—. En esencia, piensa Jaritos, una cuestión de competitividad.. El curso de la investigación, lento y trabado, que va armando la propia estructura de la novela, intenta reproducir los modos en que se podría desarrollar en la realidad este tipo de pesquisas. Márkaris ha creado para ello una pirámide del trabajo policial muy semejante a la que existe en su país y que incluye, por supuesto, los diversos y tensionantes niveles burocráticos por los cuales ha ascendido el antes inspector Jaritos, que ahora se estrena como Jefe de las Fuerzas de Seguridad del Ática. El trabajo de equipo, distribuido en especialidades y funciones, la presión de los estratos superiores, todo contribuye a entregar al argumento ese fuerte sentido de verosimilitud (que tanto valoraba Raymond Chandler para las obras del género) que prescinde de las excentricidades intelectuales y los excesos escatológicos muy bañados de sangre tras los que se escudan tantos malos creadores de ficciones policiales. Porque esa sensación de realidad que trasmite Márkaris es otra de sus virtudes, y la aparente simpleza de sus argumentos y estructuras, una evidencia de que no son necesarios ciertos malabarismos hiperbólicos para lograr un alto objetivo literario: trasmitir una certeza de que el mundo de cada día puede ser así de violento y feroz, pero, sobre todo, tan alienado y cínico. Aunque, también nos advierte el novelista, es posible preservar redentores espacios humanos.. La solución del caso nos llega como el fluir natural de una investigación y no como revelación iluminada de un personaje estrafalario. La solución de los misterios alrededor de las muertes ocurridas en la novela nos llega entonces como el fluir natural de una investigación montada paso a paso y no cómo revelación iluminada de un personaje estrafalario. Y nos revela un conflicto social que va mucho más allá de unos crímenes puntuales, aunque iluminado por el reflector de esos actos violentos.. Mientras, la vida, con sus vaivenes, transcurre para Jaritos y sus acompañantes profesionales y afectivos. Su cotidianeidad personal roza la rutina y la rutina constituye su refugio en forma de familia, amigos y de un diccionario en el cual intenta encontrar la lógica reveladora de los significados. Si el desorden social lo ocupa en cada una de sus horas de faena policial, la necesidad de un orden personal hace que el policía levante murallas alrededor de ese espacio que es propio, amable, reconfortante (con tomates rellenos, suvlakis y satsikis incluidos) para quizás poder encontrar una luz que quiebre la oscuridad y un alivio para las avasallantes angustias del destino que nos atenazan. En fin, con la existencia de su Kostas Jaritos, el creador se propone entregarnos algo que se parece mucho a la vida y a nuestra humana necesidad de, entre tanto caos, salvar lo salvable. Gracias, Petros.. Petros Márkaris. Traducción de Ersi Marina Samará Spiliotopulu. Tusquets, 2025. 280 páginas. 19,90 euros. Búsquelo en su librería. Petros Màrkaris. Traducción de Joaquim Gestí Bautista. Columna Edicions, 2025 (en catalán). 280 páginas. 19,90 euros. Búsquelo en su librería

 

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