El presente libro, que recoge las entrevistas del doctor Leon Goldensohn a los principales acusados en los juicios de Núremberg, constituye un documento histórico imprescindible además de un estudio psicológico fascinante que profundiza en la naturaleza humana cuando se enfrenta al mal absoluto. Con una mezcla de rigor clínico y un estilo casi novelístico, Goldensohn consigue desvelar, en palabras del propio autor, la paradoja de la «normalidad» en quienes perpetraron o apoyaron algunas de las atrocidades más inconcebibles del siglo XX. Desde el principio, queda claro que el doctor mantuvo una postura profesional, pero sin perder nunca su capacidad crítica y, en ocasiones, su franca incredulidad ante las justificaciones ofrecidas por los acusados. Como se relata, «Goldensohn no vaciló en dejar muy claras sus opiniones, incluido su profundo escepticismo ante muchas de las explicaciones ofrecidas por los encausados». Esta ambivalencia entre la neutralidad profesional y el juicio moral personal dota al libro de una tensión constante que atrapa al lector.. Uno de los episodios más impactantes es la entrevista con Otto Ohlendorf, jefe del Einsatzgruppe D de la SS, responsable directo del asesinato de al menos noventa mil personas, principalmente judíos. Ohlendorf se veía a sí mismo como un «intelectual» e «idealista», no un antisemita, y, sin embargo, cuando Goldensohn le acusa de ser «un sádico y un pervertido o un lunático», la reacción del acusado es de evidente molestia y desconcierto. El médico le desafía con una pregunta brutal y directa: «¿Qué otra cosa podía explicar, preguntó el médico, que Ohlendorf –un hombre que se jactaba de ser ‘‘íntegro e incorruptible’’– hubiera ordenado el asesinato de tantos hombres, mujeres y niños inocentes?».. Esta confrontación pone en evidencia la disonancia cognitiva de un hombre que intentaba racionalizar el mal mediante un sentido distorsionado de la integridad. Sin embargo, Goldensohn no se limita a exhibir la crudeza de los acusados, sino que ofrece una visión más compleja y, en cierto sentido, perturbadora: la mayoría de los procesados eran personas que, en otro contexto, podrían parecer «normales», incluso competentes y formadas. Según el examen de coeficiente intelectual realizado por el doctor Gilbert, la mayoría poseía una inteligencia superior a la media –algunos con un CI por encima de 130 e incluso 140–. Esta constatación es profundamente inquietante, pues desmonta el estereotipo del monstruo irracional para mostrar cómo personas inteligentes y aparentemente respetables pueden estar implicadas en crímenes atroces. El contraste entre la «normalidad» de los acusados y la magnitud de sus crímenes añade una capa de complejidad moral y psicológica que Goldensohn aborda con sutileza y detalle.. En palabras del autor, «la mayoría de ellos eran buenos padres de familia y muchos habían recibido una educación superior o una buena formación profesional». Esta realidad obliga a preguntarse no solo qué mecanismos internos permitieron esta doble vida, sino también hasta qué punto la sociedad alemana fue cómplice, consciente o inconsciente, de tales horrores.. Asimismo, la cuestión de la responsabilidad colectiva emerge también de las entrevistas, especialmente en el diálogo con Karl Dönitz, sucesor designado de Hitler y condenado a diez años de prisión. En su conversación con Goldensohn, Dönitz se presenta como un hombre educado, afable y con una férrea justificación para su conducta: «El lema de Hitler era: “Cíñete a tus asuntos y limítate a cumplir con tu deber”».. El exterminio. Según Dönitz, esto implicaba desconocer los planes de exterminio, la guerra de agresión o las atrocidades en Europa del Este. Cuando Goldensohn le desafía, Dönitz se apoya en una Prensa nazi que informaba de crímenes similares cometidos por los soviéticos, buscando equiparar ambas atrocidades para, de esta manera, intentar deslegitimar las acusaciones que recibía contra su bando. La ironía y la contradicción se despliegan en estas declaraciones, pues mientras Dönitz reclama su inocencia por ignorancia, su proximidad al poder es indudable y está fuera de cualquier duda: durante los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial mantenía contacto frecuente con Adolf Hitler y fue nombrado su sucesor. Su argumento de que «sólo una figura ajena a la política podía solicitar la paz y preparar la rendición» parece más un intento desesperado de deslindarse de la responsabilidad que una explicación plausible. Además, su observación sobre los bávaros y los austriacos –«Son coléricos… Si a unos bávaros les sucede algo, el conductor del trineo baja echando pestes y golpeando el palo contra una roca»– añade un tono casi trivial y pintoresco que contrasta con la gravedad de los hechos juzgados, evidenciando una desconexión que resulta muy sorprendente con la realidad que en ese momento le rodea. El libro, por otra parte, también desvela la dimensión política y jurídica que tuvo Núremberg, que fue mucho más que un juicio: fue un proyecto político inacabado que buscaba establecer precedentes en el derecho internacional y abordar la responsabilidad individual y colectiva. Como se explica, «los juicios posteriores resultaron particularmente importantes para arrojar luz sobre la participación de la sociedad en las violaciones de los derechos humanos y su implicación en los crímenes de guerra y los asesinatos en masa». Esta continuidad judicial y moral ha marcado la evolución del derecho penal internacional, aunque no sin controversias.. Crímenes sin precedentes. En este sentido, el debate entre los positivistas del derecho y los teóricos del derecho natural sigue vigente, y el libro lo refleja con claridad. Los primeros rechazan la validez de Núremberg por no basarse en la legalidad internacional previa, mientras que los segundos defienden la necesidad de juzgar crímenes sin precedentes, como un acto necesario para la protección de la civilización.. La visión pragmática que prevaleció en el año 1945, cuando «se pasaron por alto todas las objeciones filosóficas y legales y los juicios continuaron», anticipa hoy las tensiones que acompañan a tribunales internacionales como el de La Haya. No menos interesante es el papel de Goldensohn mismo, cuya labor como psiquiatra y entrevistador resulta crucial para entender la psicología de los acusados durante el Tercer Reich. Su método, aunque profesional, a veces rozaba la intromisión y el acorralamiento cuando las respuestas eran insatisfactorias. La entrevista con Ohlendorf ejemplifica este enfoque, pero, en general, Goldensohn «no solía ser tan brusco» y sabía cuándo retroceder para después obtener más información de los acusados y así no enfadarlos ni enemistarse con ellos durante las conversaciones que mantenían.. El propio proceso de conservación y transmisión de sus notas añade un aura casi detectivesca a la obra que luego dejó escrita. Sus cuadernos, mecanografiados y guardados con celo durante décadas, fueron finalmente entregados a sus hijos y al autor del libro, permitiendo un acceso inédito a estos testimonios.. La minuciosidad del trabajo realizado por Goldensohn durante este tiempo, tomando notas a mano en las celdas de Núremberg, revela su propio compromiso no solo con la ciencia sino también con la memoria histórica sobre unos acontecimientos que fueron terribles y que aún no se han olvidado en Europa; algo que podemos complementar con otro trabajo reciente y también excelente: «El castillo de los escritores. Cuando la literatura universal se encontró con la historia (Núremberg, 1946)», de Uwe Neumahr (Debate), que recrea cómo fue la convivencia de multitud de escritores y periodistas que coincidieron para informar al mundo sobre los famosos juicios a los nazis.. Finalmente, el excelente libro de Goldensohn confronta al lector con la dificultad de comprender cómo seres humanos ordinarios pudieron participar en actos tan inhumanos, obligándonos a reflexionar sobre la naturaleza del mal y la fragilidad ética de las sociedades. En palabras del propio texto, «nos resulta difícil creer que la violación de los derechos humanos alcanzara tales extremos, o la escala de los asesinatos, o la magnitud de crueldades indescriptibles».. Lo mejor: La profundidad con la que Goldensohn retrata a los acusados y muestra su complejidad. Lo peor: Que a veces la narrativa clínica puede resultar un tanto densa, ralentizando el ritmo de la obra
Durante los juicios de Núremberg, el psiquiatra americano León Goldensohn entrevistó a los acusados de crímenes contra la humanidad y sacó su perfil psicológico
El presente libro, que recoge las entrevistas del doctor Leon Goldensohn a los principales acusados en los juicios de Núremberg, constituye un documento histórico imprescindible además de un estudio psicológico fascinante que profundiza en la naturaleza humana cuando se enfrenta al mal absoluto. Con una mezcla de rigor clínico y un estilo casi novelístico, Goldensohn consigue desvelar, en palabras del propio autor, la paradoja de la «normalidad» en quienes perpetraron o apoyaron algunas de las atrocidades más inconcebibles del siglo XX. Desde el principio, queda claro que el doctor mantuvo una postura profesional, pero sin perder nunca su capacidad crítica y, en ocasiones, su franca incredulidad ante las justificaciones ofrecidas por los acusados. Como se relata, «Goldensohn no vaciló en dejar muy claras sus opiniones, incluido su profundo escepticismo ante muchas de las explicaciones ofrecidas por los encausados». Esta ambivalencia entre la neutralidad profesional y el juicio moral personal dota al libro de una tensión constante que atrapa al lector.. Uno de los episodios más impactantes es la entrevista con Otto Ohlendorf, jefe del Einsatzgruppe D de la SS, responsable directo del asesinato de al menos noventa mil personas, principalmente judíos. Ohlendorf se veía a sí mismo como un «intelectual» e «idealista», no un antisemita, y, sin embargo, cuando Goldensohn le acusa de ser «un sádico y un pervertido o un lunático», la reacción del acusado es de evidente molestia y desconcierto. El médico le desafía con una pregunta brutal y directa: «¿Qué otra cosa podía explicar, preguntó el médico, que Ohlendorf –un hombre que se jactaba de ser ‘‘íntegro e incorruptible’’– hubiera ordenado el asesinato de tantos hombres, mujeres y niños inocentes?».. Esta confrontación pone en evidencia la disonancia cognitiva de un hombre que intentaba racionalizar el mal mediante un sentido distorsionado de la integridad. Sin embargo, Goldensohn no se limita a exhibir la crudeza de los acusados, sino que ofrece una visión más compleja y, en cierto sentido, perturbadora: la mayoría de los procesados eran personas que, en otro contexto, podrían parecer «normales», incluso competentes y formadas. Según el examen de coeficiente intelectual realizado por el doctor Gilbert, la mayoría poseía una inteligencia superior a la media –algunos con un CI por encima de 130 e incluso 140–. Esta constatación es profundamente inquietante, pues desmonta el estereotipo del monstruo irracional para mostrar cómo personas inteligentes y aparentemente respetables pueden estar implicadas en crímenes atroces. El contraste entre la «normalidad» de los acusados y la magnitud de sus crímenes añade una capa de complejidad moral y psicológica que Goldensohn aborda con sutileza y detalle.. En palabras del autor, «la mayoría de ellos eran buenos padres de familia y muchos habían recibido una educación superior o una buena formación profesional». Esta realidad obliga a preguntarse no solo qué mecanismos internos permitieron esta doble vida, sino también hasta qué punto la sociedad alemana fue cómplice, consciente o inconsciente, de tales horrores.. Asimismo, la cuestión de la responsabilidad colectiva emerge también de las entrevistas, especialmente en el diálogo con Karl Dönitz, sucesor designado de Hitler y condenado a diez años de prisión. En su conversación con Goldensohn, Dönitz se presenta como un hombre educado, afable y con una férrea justificación para su conducta: «El lema de Hitler era: “Cíñete a tus asuntos y limítate a cumplir con tu deber”».. El exterminio. Según Dönitz, esto implicaba desconocer los planes de exterminio, la guerra de agresión o las atrocidades en Europa del Este. Cuando Goldensohn le desafía, Dönitz se apoya en una Prensa nazi que informaba de crímenes similares cometidos por los soviéticos, buscando equiparar ambas atrocidades para, de esta manera, intentar deslegitimar las acusaciones que recibía contra su bando. La ironía y la contradicción se despliegan en estas declaraciones, pues mientras Dönitz reclama su inocencia por ignorancia, su proximidad al poder es indudable y está fuera de cualquier duda: durante los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial mantenía contacto frecuente con Adolf Hitler y fue nombrado su sucesor. Su argumento de que «sólo una figura ajena a la política podía solicitar la paz y preparar la rendición» parece más un intento desesperado de deslindarse de la responsabilidad que una explicación plausible. Además, su observación sobre los bávaros y los austriacos –«Son coléricos… Si a unos bávaros les sucede algo, el conductor del trineo baja echando pestes y golpeando el palo contra una roca»– añade un tono casi trivial y pintoresco que contrasta con la gravedad de los hechos juzgados, evidenciando una desconexión que resulta muy sorprendente con la realidad que en ese momento le rodea. El libro, por otra parte, también desvela la dimensión política y jurídica que tuvo Núremberg, que fue mucho más que un juicio: fue un proyecto político inacabado que buscaba establecer precedentes en el derecho internacional y abordar la responsabilidad individual y colectiva. Como se explica, «los juicios posteriores resultaron particularmente importantes para arrojar luz sobre la participación de la sociedad en las violaciones de los derechos humanos y su implicación en los crímenes de guerra y los asesinatos en masa». Esta continuidad judicial y moral ha marcado la evolución del derecho penal internacional, aunque no sin controversias.. Crímenes sin precedentes. En este sentido, el debate entre los positivistas del derecho y los teóricos del derecho natural sigue vigente, y el libro lo refleja con claridad. Los primeros rechazan la validez de Núremberg por no basarse en la legalidad internacional previa, mientras que los segundos defienden la necesidad de juzgar crímenes sin precedentes, como un acto necesario para la protección de la civilización.. La visión pragmática que prevaleció en el año 1945, cuando «se pasaron por alto todas las objeciones filosóficas y legales y los juicios continuaron», anticipa hoy las tensiones que acompañan a tribunales internacionales como el de La Haya. No menos interesante es el papel de Goldensohn mismo, cuya labor como psiquiatra y entrevistador resulta crucial para entender la psicología de los acusados durante el Tercer Reich. Su método, aunque profesional, a veces rozaba la intromisión y el acorralamiento cuando las respuestas eran insatisfactorias. La entrevista con Ohlendorf ejemplifica este enfoque, pero, en general, Goldensohn «no solía ser tan brusco» y sabía cuándo retroceder para después obtener más información de los acusados y así no enfadarlos ni enemistarse con ellos durante las conversaciones que mantenían.. El propio proceso de conservación y transmisión de sus notas añade un aura casi detectivesca a la obra que luego dejó escrita. Sus cuadernos, mecanografiados y guardados con celo durante décadas, fueron finalmente entregados a sus hijos y al autor del libro, permitiendo un acceso inédito a estos testimonios.. La minuciosidad del trabajo realizado por Goldensohn durante este tiempo, tomando notas a mano en las celdas de Núremberg, revela su propio compromiso no solo con la ciencia sino también con la memoria histórica sobre unos acontecimientos que fueron terribles y que aún no se han olvidado en Europa; algo que podemos complementar con otro trabajo reciente y también excelente: «El castillo de los escritores. Cuando la literatura universal se encontró con la historia (Núremberg, 1946)», de Uwe Neumahr (Debate), que recrea cómo fue la convivencia de multitud de escritores y periodistas que coincidieron para informar al mundo sobre los famosos juicios a los nazis.. Finalmente, el excelente libro de Goldensohn confronta al lector con la dificultad de comprender cómo seres humanos ordinarios pudieron participar en actos tan inhumanos, obligándonos a reflexionar sobre la naturaleza del mal y la fragilidad ética de las sociedades. En palabras del propio texto, «nos resulta difícil creer que la violación de los derechos humanos alcanzara tales extremos, o la escala de los asesinatos, o la magnitud de crueldades indescriptibles».. Lo mejor: La profundidad con la que Goldensohn retrata a los acusados y muestra su complejidad. Lo peor: Que a veces la narrativa clínica puede resultar un tanto densa, ralentizando el ritmo de la obra
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