Martes de carnaval, el título de una trilogía valleinclaniana de madurez, alude a sus protagonistas, militares transfigurados en muñecos de guiñol: ¡Pim, pam, pum!, grita el teniente Astete, mientras le dispara a su mujer con su pistolón. Los cuernos de don Friolera, pieza central del tríptico, es una parodia de El médico de su honra, drama de honor de Calderón de la Barca en el que don Gutierre asesina a su esposa porque se rumorea que puede haberle sido infiel. Del mismo modo, en el esperpento recién reestrenado, en una producción dirigida por Ainhoa Amestoy, Astete, motejado como don Friolera, ante los rumores sobre la fidelidad de su pareja, cortejada por un don Juan de pacotilla, decide matarla.. Don Gutierre y don Friolera, los victimarios, son, a su vez, víctimas del qué dirán. Pero lo que Calderón cuenta con gravedad, para Valle-Inclán es motivo de sorna: los dramas de honor le parecen desfasados. Por eso decide parodiarlos en esta obra, escrita a la manera de un género donde el tema de los celos se aborda de manera risueña: el guiñol. El distanciamiento que los titiriteros mantienen respecto de los personajes de las farsas de Pulcinella, Don Cristóbal y Mister Punch, le parece a Valle-Inclán una actitud moral muy provechosa. Lorca sentía la misma devoción por los títeres de cachiporra: viendo en nuestros días retablillos como el de Salvatore Gatto entendemos el porqué.. Amestoy ha entendido perfectamente la naturaleza de Los cuernos… En su puesta en escena, se advierten las líneas maestras que marca Valle-Inclán: atmósfera festiva, cosificación o animalización de los personajes… Nacho Fresneda crea un Pachequín grotesco a la vez que humano, punzante, en línea con el que encarnó Juan Diego en el histórico montaje de José Tamayo. Lidia Otón es una Loreta atractiva por derecho, gaditana y aflamencada. Manolita, criatura de pocas palabras, resulta una verdadera creación en manos de Iballa Rodríquez. Miguel Cubero soluciona con enorme oficio el comienzo y el cierre del espectáculo. Roberto Enríquez colorea el personaje principal con una paleta de emociones realista, en un estilo casi opuesto al del resto del reparto. Su don Friolera no es un fantoche, sino una víctima, como lo es también el soldado Woyzeck en la tragedia homónima de Büchner. El buen pulso de la escenificación declina en ciertos momentos, pero se restaura en su recta final.. Seguir leyendo
Martes de carnaval, el título de una trilogía valleinclaniana de madurez, alude a sus protagonistas, militares transfigurados en muñecos de guiñol: ¡Pim, pam, pum!, grita el teniente Astete, mientras le dispara a su mujer con su pistolón. Los cuernos de don Friolera, pieza central del tríptico, es una parodia de El médico de su honra, drama de honor de Calderón de la Barca en el que don Gutierre asesina a su esposa porque se rumorea que puede haberle sido infiel. Del mismo modo, en el esperpento recién reestrenado, en una producción dirigida por Ainhoa Amestoy, Astete, motejado como don Friolera, ante los rumores sobre la fidelidad de su pareja, cortejada por un don Juan de pacotilla, decide matarla.Don Gutierre y don Friolera, los victimarios, son, a su vez, víctimas del qué dirán. Pero lo que Calderón cuenta con gravedad, para Valle-Inclán es motivo de sorna: los dramas de honor le parecen desfasados. Por eso decide parodiarlos en esta obra, escrita a la manera de un género donde el tema de los celos se aborda de manera risueña: el guiñol. El distanciamiento que los titiriteros mantienen respecto de los personajes de las farsas de Pulcinella, Don Cristóbal y Mister Punch, le parece a Valle-Inclán una actitud moral muy provechosa. Lorca sentía la misma devoción por los títeres de cachiporra: viendo en nuestros días retablillos como el de Salvatore Gatto entendemos el porqué.Amestoy ha entendido perfectamente la naturaleza de Los cuernos… En su puesta en escena, se advierten las líneas maestras que marca Valle-Inclán: atmósfera festiva, cosificación o animalización de los personajes… Nacho Fresneda crea un Pachequín grotesco a la vez que humano, punzante, en línea con el que encarnó Juan Diego en el histórico montaje de José Tamayo. Lidia Otón es una Loreta atractiva por derecho, gaditana y aflamencada. Manolita, criatura de pocas palabras, resulta una verdadera creación en manos de Iballa Rodríquez. Miguel Cubero soluciona con enorme oficio el comienzo y el cierre del espectáculo. Roberto Enríquez colorea el personaje principal con una paleta de emociones realista, en un estilo casi opuesto al del resto del reparto. Su don Friolera no es un fantoche, sino una víctima, como lo es también el soldado Woyzeck en la tragedia homónima de Büchner. El buen pulso de la escenificación declina en ciertos momentos, pero se restaura en su recta final. Seguir leyendo
Martes de carnaval, el título de una trilogía valleinclaniana de madurez, alude a sus protagonistas, militares transfigurados en muñecos de guiñol: ¡Pim, pam, pum!, grita el teniente Astete, mientras le dispara a su mujer con su pistolón. Los cuernos de don Friolera, pieza central del tríptico, es una parodia de El médico de su honra, drama de honor de Calderón de la Barca en el que don Gutierre asesina a su esposa porque se rumorea que puede haberle sido infiel. Del mismo modo, en el esperpento recién reestrenado, en una producción dirigida por Ainhoa Amestoy, Astete, motejado como don Friolera, ante los rumores sobre la fidelidad de su pareja, cortejada por un don Juan de pacotilla, decide matarla.
Don Gutierre y don Friolera, los victimarios, son, a su vez, víctimas del qué dirán. Pero lo que Calderón cuenta con gravedad, para Valle-Inclán es motivo de sorna: los dramas de honor le parecen desfasados. Por eso decide parodiarlos en esta obra, escrita a la manera de un género donde el tema de los celos se aborda de manera risueña: el guiñol. El distanciamiento que los titiriteros mantienen respecto de los personajes de las farsas de Pulcinella, Don Cristóbal y Mister Punch, le parece a Valle-Inclán una actitud moral muy provechosa. Lorca sentía la misma devoción por los títeres de cachiporra: viendo en nuestros días retablillos como el de Salvatore Gatto entendemos el porqué.
Amestoy ha entendido perfectamente la naturaleza de Los cuernos… En su puesta en escena, se advierten las líneas maestras que marca Valle-Inclán: atmósfera festiva, cosificación o animalización de los personajes… Nacho Fresneda crea un Pachequín grotesco a la vez que humano, punzante, en línea con el que encarnó Juan Diego en el histórico montaje de José Tamayo. Lidia Otón es una Loreta atractiva por derecho, gaditana y aflamencada. Manolita, criatura de pocas palabras, resulta una verdadera creación en manos de Iballa Rodríquez. Miguel Cubero soluciona con enorme oficio el comienzo y el cierre del espectáculo. Roberto Enríquez colorea el personaje principal con una paleta de emociones realista, en un estilo casi opuesto al del resto del reparto. Su don Friolera no es un fantoche, sino una víctima, como lo es también el soldado Woyzeck en la tragedia homónima de Büchner. El buen pulso de la escenificación declina en ciertos momentos, pero se restaura en su recta final.
Los cuernos de don Friolera
Texto: Valle-Inclán. Dirección: Ainhoa Amestoy.
Reparto: Roberto Enríquez, Nacho Fresneda, Lidia Otón, Ester Bellver, Miguel Cubero, Pablo Rivero Madriñán, José Bustos e Iballa Rodríguez.
Teatros del Canal. Madrid. Del 4 al 23 de marzo.
EL PAÍS