Del año 2024, que ha quedado ya, como pasa con todo, para que se lo repartan entre ellos el recuerdo y el olvido. Y la que resultó elegida por la Fundación del Español Urgente (FundéuRAE), un organismo promovido por la Real Academia de la Lengua y la Agencia Efe, y que es sin duda el de más de prestigio y autoridad en la materia, fue “dana”, un acrónimo formado por las iniciales de Depresión Aislada en Niveles Altos (de la atmósfera, se entiende). Que ya puede escribirse además así, con letras minúsculas, porque desde el pasado mes de diciembre está admitida en el diccionario.. Competían con ella otras once palabras (alucinación, fango, gordofobia, inquiokupa, mena, micropiso, narcolancha, pellet, reduflación, turistificación y woke), seleccionadas todas por cumplir con un doble requisito: por un lado, haber aparecido con frecuencia durante el año en los medios de comunicación y en el debate social, y por otro, ofrecer interés desde el punto de vista lingüístico. Está bien la lista, a la que podría haberse añadido alguna otra, como porfa (de «por favor»), finde (de «fin de semana») y viejoven (con la doble acepción de «persona supuestamente joven con aspecto o mentalidad de viejo» y «persona de edad avanzada que trata de parecer joven»), tan simpáticas, ingeniosas y creativas como todas las que surgen de la inventiva popular, que es la que de verdad, más que la Academia, da esplendor a la lengua.. Y aunque, por ser vieja y persistente un año y otro su actualidad, pase ya desapercibida, debería haber ocupado algún lugar en las listas la palabra «educación» (y particularmente en el caso de Cataluña, «informe PISA», que saltó a la palestra de la opinión pública en 2024, por los desastrosos resultados que los escolares catalanes obtuvieron en ese reputado informe). Pues para nadie es un secreto que la educación en España está sumida, desde hace ya demasiado tiempo, en el desbarajuste. Del que a buen seguro no va salir en este año que empieza, a no ser que los Reyes Magos nos traigan –y eso es lo que uno les pediría en la carta si mañana decidiera escribirles– una ley de educación sin etiqueta de caducidad, pensada y redactada por expertos en la materia, los profesores los primeros, y consensuada y aprobada por todos los partidos políticos, los que ahora mandan y los que mandarán mañana; una ley que ponga remedio y fin a este disparate que rige ahora y parece a veces, si se me permite decirlo, una burla y una estafa.. «Dana» se suma así a las palabras que la han precedido en los últimos años, confinamiento (2020), vacuna (2021), inteligencia artificial (2022) y polarización (2023), muy reveladoras de por dónde van las cosas en esta insegura y problemática tercera década del siglo XXI.
Podría haberse añadido alguna otra, como porfa, finde y viejoven
Del año 2024, que ha quedado ya, como pasa con todo, para que se lo repartan entre ellos el recuerdo y el olvido. Y la que resultó elegida por la Fundación del Español Urgente (FundéuRAE), un organismo promovido por la Real Academia de la Lengua y la Agencia Efe, y que es sin duda el de más de prestigio y autoridad en la materia, fue “dana”, un acrónimo formado por las iniciales de Depresión Aislada en Niveles Altos (de la atmósfera, se entiende). Que ya puede escribirse además así, con letras minúsculas, porque desde el pasado mes de diciembre está admitida en el diccionario.. Competían con ella otras once palabras (alucinación, fango, gordofobia, inquiokupa, mena, micropiso, narcolancha, pellet, reduflación, turistificación y woke), seleccionadas todas por cumplir con un doble requisito: por un lado, haber aparecido con frecuencia durante el año en los medios de comunicación y en el debate social, y por otro, ofrecer interés desde el punto de vista lingüístico. Está bien la lista, a la que podría haberse añadido alguna otra, como porfa (de «por favor»), finde (de «fin de semana») y viejoven (con la doble acepción de «persona supuestamente joven con aspecto o mentalidad de viejo» y «persona de edad avanzada que trata de parecer joven»), tan simpáticas, ingeniosas y creativas como todas las que surgen de la inventiva popular, que es la que de verdad, más que la Academia, da esplendor a la lengua.. Y aunque, por ser vieja y persistente un año y otro su actualidad, pase ya desapercibida, debería haber ocupado algún lugar en las listas la palabra «educación» (y particularmente en el caso de Cataluña, «informe PISA», que saltó a la palestra de la opinión pública en 2024, por los desastrosos resultados que los escolares catalanes obtuvieron en ese reputado informe). Pues para nadie es un secreto que la educación en España está sumida, desde hace ya demasiado tiempo, en el desbarajuste. Del que a buen seguro no va salir en este año que empieza, a no ser que los Reyes Magos nos traigan –y eso es lo que uno les pediría en la carta si mañana decidiera escribirles– una ley de educación sin etiqueta de caducidad, pensada y redactada por expertos en la materia, los profesores los primeros, y consensuada y aprobada por todos los partidos políticos, los que ahora mandan y los que mandarán mañana; una ley que ponga remedio y fin a este disparate que rige ahora y parece a veces, si se me permite decirlo, una burla y una estafa.. «Dana» se suma así a las palabras que la han precedido en los últimos años, confinamiento (2020), vacuna (2021), inteligencia artificial (2022) y polarización (2023), muy reveladoras de por dónde van las cosas en esta insegura y problemática tercera década del siglo XXI.
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