La CUP trabaja en Barcelona en una candidatura “amplia,
popular y transformadora” que no llevará sus siglas y que tiene el objetivo de
recuperar representación en el Ayuntamiento en 2027. El movimiento se justifica
como una “alianza de base”.
A nivel de votos, parece que la CUP no funciona en general y
en la capital catalana en particular. En cuatro intentos solo lograron
representación una vez, en 2015, durante el apogeo del procés. Desde entonces,
la caída ha sido constante: del 7,2% de los votos y tres concejales a poco más
del 3,7% en 2023. Ese resultado dejó a la formación fuera del consistorio y
evidenció la desconexión entre el discurso cupaire y las
preocupaciones reales de los vecinos.
La CUP vive una de las etapas más complicadas desde su
irrupción en el panorama político catalán, marcada por una pérdida de peso
institucional, tensiones internas y una visible desconexión con parte de su
base social.
Tras años de influencia decisiva en el Parlament de Catalunya
y en numerosos ayuntamientos, la CUP ha visto reducir su representación y
capacidad de incidencia. En el Parlament, su grupo parlamentario se ha
debilitado notablemente y ha sufrido bajas recientes, como la de Laia
Estrada, que abandonó su escaño el pasado julio alegando “discrepancias
políticas”.
La formación también enfrenta un proceso de refundación
interna, que busca redefinir su papel dentro del independentismo y
reorientar sus ejes programáticos. En los últimos meses, el partido ha
anunciado que centrará su acción en la defensa de la lengua catalana y el
derecho a la vivienda, con el objetivo de recuperar la conexión con los
movimientos sociales y la ciudadanía.
Sin embargo, diversas voces dentro y fuera de la organización
reconocen que la CUP atraviesa un declive en su influencia política y social,
después de haber sido una fuerza clave durante el ciclo independentista y las
protestas posteriores al 1-O. Según analistas, la pérdida de visibilidad
mediática, la falta de renovación generacional y el desgaste ideológico han
contribuido a este momento de debilidad.
Aun así, el partido mantiene presencia en el territorio y en
el activismo local, y no descarta futuros acuerdos puntuales con otras fuerzas,
incluido el PSC, en cuestiones sociales o municipales.
“La CUP no está en su mejor momento, pero sigue siendo un
actor relevante que puede reinventarse si logra reconectar con su base”,
apuntan fuentes consultadas.
El discurso d elos anticapitalistas está cada vez más lejos de los principales problemas de la ciudadanía
La CUP trabaja en Barcelona en una candidatura “amplia,
popular y transformadora” que no llevará sus siglas y que tiene el objetivo de
recuperar representación en el Ayuntamiento en 2027. El movimiento se justifica
como una “alianza de base”.
A nivel de votos, parece que la CUP no funciona en general y
en la capital catalana en particular. En cuatro intentos solo lograron
representación una vez, en 2015, durante el apogeo del procés. Desde entonces,
la caída ha sido constante: del 7,2% de los votos y tres concejales a poco más
del 3,7% en 2023. Ese resultado dejó a la formación fuera del consistorio y
evidenció la desconexión entre el discurso cupaire y las
preocupaciones reales de los vecinos.
La CUP vive una de las etapas más complicadas desde su
irrupción en el panorama político catalán, marcada por una pérdida de peso
institucional, tensiones internas y una visible desconexión con parte de su
base social.
Tras años de influencia decisiva en el Parlament de Catalunya
y en numerosos ayuntamientos, la CUP ha visto reducir su representación y
capacidad de incidencia. En el Parlament, su grupo parlamentario se ha
debilitado notablemente y ha sufrido bajas recientes, como la de Laia
Estrada, que abandonó su escaño el pasado julio alegando “discrepancias
políticas”.
La formación también enfrenta un proceso de refundación
interna, que busca redefinir su papel dentro del independentismo y
reorientar sus ejes programáticos. En los últimos meses, el partido ha
anunciado que centrará su acción en la defensa de la lengua catalana y el
derecho a la vivienda, con el objetivo de recuperar la conexión con los
movimientos sociales y la ciudadanía.
Sin embargo, diversas voces dentro y fuera de la organización
reconocen que la CUP atraviesa un declive en su influencia política y social,
después de haber sido una fuerza clave durante el ciclo independentista y las
protestas posteriores al 1-O. Según analistas, la pérdida de visibilidad
mediática, la falta de renovación generacional y el desgaste ideológico han
contribuido a este momento de debilidad.
Aun así, el partido mantiene presencia en el territorio y en
el activismo local, y no descarta futuros acuerdos puntuales con otras fuerzas,
incluido el PSC, en cuestiones sociales o municipales.
“La CUP no está en su mejor momento, pero sigue siendo un
actor relevante que puede reinventarse si logra reconectar con su base”,
apuntan fuentes consultadas.
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