La intensidad que alimentan los algoritmos de las redes sociales ha convertido la opinión en distracción. Incluso ignoramos que la opinión sin conocimiento no sirve de demasiado. Pero las pasiones de la viralidad nos empujan a la osadía de intentar demostrar que tenemos opinión de todo, todo el rato. La propia televisión se ha ido contagiado de tal efecto, dando voz a la especulación más que a la sabiduría contrastada sobre aquello que se trata. La prudencia que nos enseñaron a la hora de hablar está en desuso. Los prejuicios, los calentones y las susceptibilidades suman más likes y crean más reels virales. Lo que lleva años provocando un nuevo tipo de censura: la censura de la ofensa, que simplifica la realidad, que confunde términos y encima favorece trincheras de enfrentamiento en las que parasitan para crecer con más fuerza los populismos más ultras.. En este caldo de pasiones e indignaciones, se han ido naturalizando unos jueces de la moral que deciden preocuparse por lo que es bueno que el espectador vea y lo que no. Así se ha ido desvirtuando por completo, y hasta límites perversos, lo que supone una obra de ficción. El panorama ha quedado delatado esta semana tras las declaraciones de Leticia Dolera en Movistar Plus sobre Anora, la peli triunfadora en los Oscar: “Entiendo que un cineasta habla de lo que quiere y es su punto de vista, pero realmente como Hollywood y el cine es una máquina de pensamiento, genera ideología y te ayuda a entender otras realidades, a mí me dejó patidifusa que mostrara la prostitución de una manera tan estetizada, romantizada…», comentó la actriz y directora. Una opinión.. Pero, como era de esperar, la argumentación de Dolera ha despertado controversia en redes. Quizá hasta para eso la invitaron a este programa, ya que desde hace tiempo está en la diana de la suspicacia colectiva con según qué temas. «Vamos a hablar de feminismo, llama a Leticia Dolera». Pero, en el fondo, el debate surgido por unos y otros sobre la pulcritud de Anora, y si deja bien o mal a la prostitución, muestra una fisura más honda: estamos olvidando por completo que la ficción nunca ha ido de dogmatizar. La ficción trata de indagar en realidades, dudas o fantasías a partir de la libertad creativa del autor y del atrevimiento de la productora, plataforma, compañía o cadena.. Se puede educar con la ficción, sí, pero resultar ejemplarizante no es su obligación. De hecho, es sano que la ficción muestre la sociedad con sus imperfecciones, que son las nuestras. Y solo faltaría que los guionistas ya ni puedan crear personajes negativos, ni reflejar lo peor de los claroscuros del ser humano. Eso no va a favorecer que el mundo sea más terrible, eso simplemente es denostar la inteligencia del espectador.. Habitamos en tiempos de la abreviatura en la que caemos en una nueva moral simplista que no se fija en los trasfondos, en los contextos, en los detalles y en las complejidades que nos envuelven. Todos caemos alguna vez, pues la celeridad de consumo de las redes sociales nos arrastra a la opinión inmediata. También desde los medios de comunicación. Pero deberían saltar las alarmas cuando pedimos una perturbadora pulcritud a los enfoques de la obra de un creador de ficción desde los púlpitos virales en constante búsqueda de atención.. La misión de la cultura nunca ha sido quedar bien con la moral ajena, sino movilizar nuestros sentidos. Nadie debería cuestionar a estas alturas que el arte también es descolocar, molestar, desafiar. Mostrar lo que no querríamos vivir para solo descubrirlo viviéndolo en la pantalla.
Las palabras de Leticia Dolera en Movistar Plus han dejado entrever una moral viral que corta alas al arte.
20MINUTOS.ES – Televisión
La intensidad que alimentan los algoritmos de las redes sociales ha convertido la opinión en distracción. Incluso ignoramos que la opinión sin conocimiento no sirve de demasiado. Pero las pasiones de la viralidad nos empujan a la osadía de intentar demostrar que tenemos opinión de todo, todo el rato. La propia televisión se ha ido contagiado de tal efecto, dando voz a la especulación más que a la sabiduría contrastada sobre aquello que se trata. La prudencia que nos enseñaron a la hora de hablar está en desuso. Los prejuicios, los calentones y las susceptibilidades suman más likes y crean más reels virales. Lo que lleva años provocando un nuevo tipo de censura: la censura de la ofensa, que simplifica la realidad, que confunde términos y encima favorece trincheras de enfrentamiento en las que parasitan para crecer con más fuerza los populismos más ultras.. En este caldo de pasiones e indignaciones, se han ido naturalizando unos jueces de la moral que deciden preocuparse por lo que es bueno que el espectador vea y lo que no. Así se ha ido desvirtuando por completo, y hasta límites perversos, lo que supone una obra de ficción. El panorama ha quedado delatado esta semana tras las declaraciones de Leticia Dolera en Movistar Plus sobre Anora, la peli triunfadora en los Oscar: “Entiendo que un cineasta habla de lo que quiere y es su punto de vista, pero realmente como Hollywood y el cine es una máquina de pensamiento, genera ideología y te ayuda a entender otras realidades, a mí me dejó patidifusa que mostrara la prostitución de una manera tan estetizada, romantizada…», comentó la actriz y directora. Una opinión.. Pero, como era de esperar, la argumentación de Dolera ha despertado controversia en redes. Quizá hasta para eso la invitaron a este programa, ya que desde hace tiempo está en la diana de la suspicacia colectiva con según qué temas. «Vamos a hablar de feminismo, llama a Leticia Dolera». Pero, en el fondo, el debate surgido por unos y otros sobre la pulcritud de Anora, y si deja bien o mal a la prostitución, muestra una fisura más honda: estamos olvidando por completo que la ficción nunca ha ido de dogmatizar. La ficción trata de indagar en realidades, dudas o fantasías a partir de la libertad creativa del autor y del atrevimiento de la productora, plataforma, compañía o cadena.. Se puede educar con la ficción, sí, pero resultar ejemplarizante no es su obligación. De hecho, es sano que la ficción muestre la sociedad con sus imperfecciones, que son las nuestras. Y solo faltaría que los guionistas ya ni puedan crear personajes negativos, ni reflejar lo peor de los claroscuros del ser humano. Eso no va a favorecer que el mundo sea más terrible, eso simplemente es denostar la inteligencia del espectador.. Habitamos en tiempos de la abreviatura en la que caemos en una nueva moral simplista que no se fija en los trasfondos, en los contextos, en los detalles y en las complejidades que nos envuelven. Todos caemos alguna vez, pues la celeridad de consumo de las redes sociales nos arrastra a la opinión inmediata. También desde los medios de comunicación. Pero deberían saltar las alarmas cuando pedimos una perturbadora pulcritud a los enfoques de la obra de un creador de ficción desde los púlpitos virales en constante búsqueda de atención.. La misión de la cultura nunca ha sido quedar bien con la moral ajena, sino movilizar nuestros sentidos. Nadie debería cuestionar a estas alturas que el arte también es descolocar, molestar, desafiar. Mostrar lo que no querríamos vivir para solo descubrirlo viviéndolo en la pantalla.