Cuánto, cuánto, cuánto ha durado dos programas. Uno, y dos. Se prometía una reinvención libre de la fórmula de Qué apostamos de la mano de la productora de La Revuelta y desde una primera cadena de TVE que vive un pletórico momento de audiencias.
Ya la sintonía recordaba a la alegría del show que presentó Ramón García y Ana García Obregón. Pero no ha despertado interés, dejándonos aprendizajes televisivos de tele clásica en tiempos de redes sociales donde vemos tantas locuras a golpe de clic a diario que cuesta asombrarnos más desde la tele tradicional.
Cuánto, cuánto, cuánto definió muy bien sus personajes. Al frente, la rapidez de reflejos de Eva Soriano y Aníbal Gómez. Al otro lado, los arbítros con cara sobreactuada de enfado. Incluso había una mascota con reminiscencias a La bruja avería de La bola de Cristal. Aunque en muda. La tele es dibujar bien personalidades, como una serie. Cuánto, cuánto, cuánto atesoraba esa base con mención especial a Laura del Val, como corresponsal en exteriores, que es la gran revelación del programa: con su comedia dotaba de buen contenido a cada una de sus apariciones. Nada de frases tópicas y rodeos: no daba tregua en ideas y delirios. Cada comentario tenía enjundia de monologuista. De hecho, un acierto del show fue que estructuraron las apariciones de Laura como una trama transversal que iba sembrando la curiosidad por la prueba que iba a acontecer en un pueblo de España. Así se intentaba que el espectador se quedara enganchado hasta el final: «¿Cuánto tardaría una abuela en correr una calle en cuesta?», fue el reto de la noche de estreno.
Y en la resolución de tal maratón nace uno de los problemas del programa: la abuela no corrió y protagonizó un desternillante sketch. Anduvo a poquitos y hasta le terminó adelantando alguien vestido de ‘La Muerte’. Fue unas risas. Pero lo que es una buena idea para un gag cómico de Jorge Ponce en La Revuelta expulsa la audiencia de un concurso real: porque el espectador se siente tangado, pues no puede jugar desde casa con la lógica a adivinar. El pícaro giro de guion del guionista parecía pesar más que la emoción de la credibilidad que sustenta un buen concurso.
Aún así la aparición de Laura del Val fue lo mejor del primer programa, que contó con otra flaqueza: se hizo largo el arranque. En un concurso no hay que sobreexplicar las pruebas. El espectador las va entendiendo a medida que van desarrollándose. Para que no cambie de canal.
En este sentido, la segunda emisión (y última) fue más al grano y las pruebas fueron más deductivas. Pero Cuánto, cuánto, cuánto -que se vendió como «directo» y luego fue grabado- tampoco era un programa para la noche de los sábados. La grandilocuencia escénica no se transmitía cómo pasaba con los grandes concursos de los noventa, al estilo de Qué apostamos y El Juego de la Oca de Emilio Aragón. Si nos fijamos los suelos de las escenografías de aquellos parques de atracciones en la tele nunca eran negros, jugaban al color y la luminosidad. El set de Cuánto, cuánto, cuánto estuvo falto de esa espectacularidad y recordaba más a la serie Taller Mecánico con Ozores y Leticia Sabater. Aunque el programa sí intentó el subidón inicial con un ballet de samberos y, en la segunda entrega, con cabezudos que danzaban con la sintonía, bien pegadiza.
No obstante, cuando empezaban las presentaciones, lo que se verbalizaba en el inicio de Cuánto, cuánto, cuánto autosubrayaba al programa como cutre. A lo Broncano. Es inteligente reírse del error para convertirlo en virtud e incluso avanzarse al fallo como manera de que el espectador lo sienta como parte del show. Lo malo es que se ha abusado mucho de esta técnica de recalcar el empobrecimiento de la tele como risa compartida. La audiencia ya está resabiada de que enseñen el truco que antes se escondía para preservar la magia de formatos como Un, dos, tres. No es casual que el talent show de mayor éxito de nuestra televisión continúe siendo Tu cara me suena… Un programa que es cómplice, travieso, espontáneo… pero nunca se hace de menos a sí mismo. Porque sabe el trabajo que hay detrás, también lo ha habido en Cuánto, cuánto, cuánto. Y porque también sabe que, al final, los grandes espectáculos que funcionan son los que transmiten justo eso: la euforia de ponernos a imaginar otros mundos lejos de las estrecheces de la rutina. La tele de prime time son las puestas en escena que nos permitían soñar con ser parte del juego y su fantasía gracias a que nos ponían a pensar en grande y no querían poner la tirita antes de la herida.
El concurso ha durado dos emisiones en antena, con lo que cuesta levantar un programa. 20MINUTOS.ES – Televisión
Cuánto, cuánto, cuánto ha durado dos programas. Uno, y dos. Se prometía una reinvención libre de la fórmula de Qué apostamos de la mano de la productora de La Revuelta y desde una primera cadena de TVE que vive un pletórico momento de audiencias.
Ya la sintonía recordaba a la alegría del show que presentó Ramón García y Ana García Obregón. Pero no ha despertado interés, dejándonos aprendizajes televisivos de tele clásica en tiempos de redes sociales donde vemos tantas locuras a golpe de clic a diario que cuesta asombrarnos más desde la tele tradicional.
Cuánto, cuánto, cuánto definió muy bien sus personajes. Al frente, la rapidez de reflejos de Eva Soriano y Aníbal Gómez. Al otro lado, los arbítros con cara sobreactuada de enfado. Incluso había una mascota con reminiscencias a La bruja avería de La bola de Cristal. Aunque en muda. La tele es dibujar bien personalidades, como una serie. Cuánto, cuánto, cuánto atesoraba esa base con mención especial a Laura del Val, como corresponsal en exteriores, que es la gran revelación del programa: con su comedia dotaba de buen contenido a cada una de sus apariciones. Nada de frases tópicas y rodeos: no daba tregua en ideas y delirios. Cada comentario tenía enjundia de monologuista. De hecho, un acierto del show fue que estructuraron las apariciones de Laura como una trama transversal que iba sembrando la curiosidad por la prueba que iba a acontecer en un pueblo de España. Así se intentaba que el espectador se quedara enganchado hasta el final: «¿Cuánto tardaría una abuela en correr una calle en cuesta?», fue el reto de la noche de estreno.
Y en la resolución de tal maratón nace uno de los problemas del programa: la abuela no corrió y protagonizó un desternillante sketch. Anduvo a poquitos y hasta le terminó adelantando alguien vestido de ‘La Muerte’. Fue unas risas. Pero lo que es una buena idea para un gag cómico de Jorge Ponce en La Revuelta expulsa la audiencia de un concurso real: porque el espectador se siente tangado, pues no puede jugar desde casa con la lógica a adivinar. El pícaro giro de guion del guionista parecía pesar más que la emoción de la credibilidad que sustenta un buen concurso.
Aún así la aparición de Laura del Val fue lo mejor del primer programa, que contó con otra flaqueza: se hizo largo el arranque. En un concurso no hay que sobreexplicar las pruebas. El espectador las va entendiendo a medida que van desarrollándose. Para que no cambie de canal.
En este sentido, la segunda emisión (y última) fue más al grano y las pruebas fueron más deductivas. Pero Cuánto, cuánto, cuánto -que se vendió como «directo» y luego fue grabado- tampoco era un programa para la noche de los sábados. La grandilocuencia escénica no se transmitía cómo pasaba con los grandes concursos de los noventa, al estilo de Qué apostamos y El Juego de la Oca de Emilio Aragón. Si nos fijamos los suelos de las escenografías de aquellos parques de atracciones en la tele nunca eran negros, jugaban al color y la luminosidad. El set de Cuánto, cuánto, cuánto estuvo falto de esa espectacularidad y recordaba más a la serie Taller Mecánico con Ozores y Leticia Sabater. Aunque el programa sí intentó el subidón inicial con un ballet de samberos y, en la segunda entrega, con cabezudos que danzaban con la sintonía, bien pegadiza.
No obstante, cuando empezaban las presentaciones, lo que se verbalizaba en el inicio de Cuánto, cuánto, cuánto autosubrayaba al programa como cutre. A lo Broncano. Es inteligente reírse del error para convertirlo en virtud e incluso avanzarse al fallo como manera de que el espectador lo sienta como parte del show. Lo malo es que se ha abusado mucho de esta técnica de recalcar el empobrecimiento de la tele como risa compartida. La audiencia ya está resabiada de que enseñen el truco que antes se escondía para preservar la magia de formatos como Un, dos, tres. No es casual que el talent show de mayor éxito de nuestra televisión continúe siendo Tu cara me suena… Un programa que es cómplice, travieso, espontáneo… pero nunca se hace de menos a sí mismo. Porque sabe el trabajo que hay detrás, también lo ha habido en Cuánto, cuánto, cuánto. Y porque también sabe que, al final, los grandes espectáculos que funcionan son los que transmiten justo eso: la euforia de ponernos a imaginar otros mundos lejos de las estrecheces de la rutina. La tele de prime time son las puestas en escena que nos permitían soñar con ser parte del juego y su fantasía gracias a que nos ponían a pensar en grande y no querían poner la tirita antes de la herida.
