Hoy el océano ruge en Galicia con esa misma fuerza que siempre ha estremecido hasta a los más oscos; una línea de costa que parece estar maldita, y que arriba, hacia el norte, entre curvas imposibles y acantilados que se despeñan sin querer, dibuja la llamada Costa de la Muerte.. Un pedacito de mar que, en apenas 200 kilómetros, suma más naufragios que todo el resto del litoral español. Miles de marinos sucumbieron allí a la furia del Atlántico, dejando nombres como Serpent, Captain o Great Liverpool grabados en la historia. Pero junto a la tragedia, crecieron gestas de solidaridad y de valor: hazañas protagonizadas por fareros y vecinos.. Uno de los naufragios más célebres fue el del crucero británico HMS Serpent, tragado por las olas en 1890 frente a Camariñas. De sus 176 tripulantes, solo tres sobrevivieron. Los 173 restantes fueron enterrados en la playa de Trece, donde se erigió el Cementerio de los Ingleses. La tragedia sacudió a la Royal Navy, que agradeció la ayuda local con honores. El modesto faro de Cabo Vilán había resultado insuficiente. En respuesta, se construyó uno nuevo, con la primera luz eléctrica de España, visible a 60 millas mar adentro.. Veinte años antes, en 1870, el acorazado HMS Captain volcó frente al cabo Fisterra durante una borrasca, con unos 480 muertos. Fue una de las peores tragedias navales del siglo XIX.. En 1895, el vapor francés Dom Pedro naufragó al chocar contra bajos de Corrubedo. Más de 100 personas murieron. Pescadores de la zona salvaron a 27 náufragos en sus dornas. En Camelle, los vecinos rescataron a los tripulantes del City of Agra en 1897 y del Yeoman en 1904, arriesgándose en la tormenta para salvar vidas. Muchas veces, los pescadores arriesgaban lo único que tenían: sus propias embarcaciones, frágiles frente a la fuerza del océano.. Héroes de los faros. La madrugada del 2 de enero de 1921, el vapor Santa Isabel naufragó frente a la isla de Sálvora. Iba rumbo a América con 269 personas a bordo. El farero Tomás Pagá oyó gritos entre la niebla. Corrió tres kilómetros hasta la aldea para dar la alarma. Tres jóvenes isleñas -Josefa Parada, Cipriana Oujo y María Fernández Oujo- remaron de noche en un pequeño bote para rescatar a más de 20 personas. Una cuarta mujer, Cipriana Crujeiras, esperaba en tierra con mantas y comida.. Gracias a esta respuesta, sobrevivieron 51 personas. Murieron 213. La prensa bautizó la tragedia como el “Titanic gallego”. Las rescatistas recibieron la Medalla de Salvamento de Náufragos y la Cruz de Beneficencia. Hoy una placa recuerda su hazaña, pero en la tradición oral y en la memoria del mar, su historia resuena con fuerza.. Historias como esta se repitieron a lo largo de la costa gallega. Los fareros vivían con sus familias en lugares remotos, azotados por el viento, sin apenas contacto con tierra firme durante semanas. Mantenían la luz encendida y auxiliaban en emergencias con los medios más precarios.. Esta vocación de servicio llevó incluso a situaciones extremas. Los archivos recogen casos como el del faro de Corrubedo en 1960, donde tras un rescate masivo de náufragos todo un pueblo (farero incluido) fue condecorado por la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos. En el de Cabo Silleiro, en 1924, dos fareros resultaron heridos en un incendio al intentar salvar la linterna. Aun así, lograron mantener operativa la luz de apoyo. Algunos fareros incluso morían en acto de servicio, como ocurrió en Estaca de Bares, donde los temporales podían dejar incomunicadas a las familias durante días.. Con la modernización del siglo XX, la seguridad marítima de Galicia mejoró notablemente. La creación de servicios profesionales de Salvamento Marítimo, con lanchas rápidas, helicópteros y sistemas de radio, ha sustituido en parte aquellas épicas movilizaciones de antaño. Sin embargo, el mar sigue siendo implacable.. Tragedias más recientes como la del petrolero Urquiola en 1976 (cuya explosión e incendio frente a A Coruña provocó un desastre ecológico) o la del Mar Egeo en 1992 (otro buque tanque que se partió cerca de la Torre de Hércules, derramando miles de toneladas de fuel) recuerdan que la costa gallega nunca baja la guardia. Y en 2002, el siniestro del Prestige volvió a teñir de negro el litoral, implicando a una nueva generación de “héroes” –voluntarios anónimos, técnicos y marineros– en la protección de un mar herido.. Pero cada vez que la niebla cubre los cabos de Galicia y el viento comienza a soplar entre las escolleras, las miradas se vuelven, de modo instintivo, hacia la luz intermitente de algún faro cercano. Esa luz, eterna y rítmica, que recuerda a los náufragos e ilumina una esperanza de salvación.. En la Costa da Morte, un sencillo museo en el faro de Cabo Vilán exhibe restos de pecios y relata aquellas noches trágicas para que no se olviden. En las iglesias marineras cuelgan exvotos y campanas rescatadas del fondo del mar, mudos testigos de vidas que se torcieron para siempre. Y en cada puerto pervive el recuerdo de esos fareros y vecinos que, sin más arma que su coraje, se enfrentaron a la tempestad para arrancar milagros de entre las olas.
La memoria marinera se esconde entre las torres y las dornas de la costa, con historias reales de quienes desafiaron al Atlántico para salvar vidas
Hoy el océano ruge en Galicia con esa misma fuerza que siempre ha estremecido hasta a los más oscos; una línea de costa que parece estar maldita, y que arriba, hacia el norte, entre curvas imposibles y acantilados que se despeñan sin querer, dibuja la llamada Costa de la Muerte.. Un pedacito de mar que, en apenas 200 kilómetros, suma más naufragios que todo el resto del litoral español. Miles de marinos sucumbieron allí a la furia del Atlántico, dejando nombres como Serpent, Captain o Great Liverpool grabados en la historia. Pero junto a la tragedia, crecieron gestas de solidaridad y de valor: hazañas protagonizadas por fareros y vecinos.. Uno de los naufragios más célebres fue el del crucero británico HMS Serpent, tragado por las olas en 1890 frente a Camariñas. De sus 176 tripulantes, solo tres sobrevivieron. Los 173 restantes fueron enterrados en la playa de Trece, donde se erigió el Cementerio de los Ingleses. La tragedia sacudió a la Royal Navy, que agradeció la ayuda local con honores. El modesto faro de Cabo Vilán había resultado insuficiente. En respuesta, se construyó uno nuevo, con la primera luz eléctrica de España, visible a 60 millas mar adentro.. Veinte años antes, en 1870, el acorazado HMS Captain volcó frente al cabo Fisterra durante una borrasca, con unos 480 muertos. Fue una de las peores tragedias navales del siglo XIX.. En 1895, el vapor francés Dom Pedro naufragó al chocar contra bajos de Corrubedo. Más de 100 personas murieron. Pescadores de la zona salvaron a 27 náufragos en sus dornas. En Camelle, los vecinos rescataron a los tripulantes del City of Agra en 1897 y del Yeoman en 1904, arriesgándose en la tormenta para salvar vidas. Muchas veces, los pescadores arriesgaban lo único que tenían: sus propias embarcaciones, frágiles frente a la fuerza del océano.. La madrugada del 2 de enero de 1921, el vapor Santa Isabel naufragó frente a la isla de Sálvora. Iba rumbo a América con 269 personas a bordo. El farero Tomás Pagá oyó gritos entre la niebla. Corrió tres kilómetros hasta la aldea para dar la alarma. Tres jóvenes isleñas -Josefa Parada, Cipriana Oujo y María Fernández Oujo- remaron de noche en un pequeño bote para rescatar a más de 20 personas. Una cuarta mujer, Cipriana Crujeiras, esperaba en tierra con mantas y comida.. Gracias a esta respuesta, sobrevivieron 51 personas. Murieron 213. La prensa bautizó la tragedia como el “Titanic gallego”. Las rescatistas recibieron la Medalla de Salvamento de Náufragos y la Cruz de Beneficencia. Hoy una placa recuerda su hazaña, pero en la tradición oral y en la memoria del mar, su historia resuena con fuerza.. Historias como esta se repitieron a lo largo de la costa gallega. Los fareros vivían con sus familias en lugares remotos, azotados por el viento, sin apenas contacto con tierra firme durante semanas. Mantenían la luz encendida y auxiliaban en emergencias con los medios más precarios.. Esta vocación de servicio llevó incluso a situaciones extremas. Los archivos recogen casos como el del faro de Corrubedo en 1960, donde tras un rescate masivo de náufragos todo un pueblo (farero incluido) fue condecorado por la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos. En el de Cabo Silleiro, en 1924, dos fareros resultaron heridos en un incendio al intentar salvar la linterna. Aun así, lograron mantener operativa la luz de apoyo. Algunos fareros incluso morían en acto de servicio, como ocurrió en Estaca de Bares, donde los temporales podían dejar incomunicadas a las familias durante días.. Con la modernización del siglo XX, la seguridad marítima de Galicia mejoró notablemente. La creación de servicios profesionales de Salvamento Marítimo, con lanchas rápidas, helicópteros y sistemas de radio, ha sustituido en parte aquellas épicas movilizaciones de antaño. Sin embargo, el mar sigue siendo implacable.. Tragedias más recientes como la del petrolero Urquiola en 1976 (cuya explosión e incendio frente a A Coruña provocó un desastre ecológico) o la del Mar Egeo en 1992 (otro buque tanque que se partió cerca de la Torre de Hércules, derramando miles de toneladas de fuel) recuerdan que la costa gallega nunca baja la guardia. Y en 2002, el siniestro del Prestige volvió a teñir de negro el litoral, implicando a una nueva generación de “héroes” –voluntarios anónimos, técnicos y marineros– en la protección de un mar herido.. Pero cada vez que la niebla cubre los cabos de Galicia y el viento comienza a soplar entre las escolleras, las miradas se vuelven, de modo instintivo, hacia la luz intermitente de algún faro cercano. Esa luz, eterna y rítmica, que recuerda a los náufragos e ilumina una esperanza de salvación.. En la Costa da Morte, un sencillo museo en el faro de Cabo Vilán exhibe restos de pecios y relata aquellas noches trágicas para que no se olviden. En las iglesias marineras cuelgan exvotos y campanas rescatadas del fondo del mar, mudos testigos de vidas que se torcieron para siempre. Y en cada puerto pervive el recuerdo de esos fareros y vecinos que, sin más arma que su coraje, se enfrentaron a la tempestad para arrancar milagros de entre las olas.
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