Este texto es una transcripción de las palabras pronunciadas por Javier Cercas antes de la cena de los intervinientes en el foro World in Progress Barcelona, organizado por el Grupo Prisa, EL PAÍS y la Cadena SER.. Seguir leyendo
El escritor Javier Cercas despide la primera sesión del World in Progress reivindicando la necesidad de políticos que antepongan el interés general al suyo
Este texto es una transcripción de las palabras pronunciadas por Javier Cercas antes de la cena de los intervinientes en el foro World in Progress Barcelona, organizado por el Grupo Prisa, EL PAÍS y la Cadena SER.. Buenas noches.. Siguiendo una tradición inaugurada el año pasado, Joseph Oughourlian me pide que diga unas palabras antes de que nos sirvan la cena, unas palabras que esta vez versarán sobre un concepto que acuñé hace tiempo en un libro titulado Anatomía de un instante: los héroes de la traición. Naturalmente, esa expresión es un oxímoron, una contradicción en términos, como “matrimonio feliz”, y Joseph, que es un hombre singular y piensa que los novelistas tenemos cosas relevantes que decir, me ha pedido que explique qué son los héroes de la traición y me ha preguntado si creo que todavía existen. Y, si existen, quiénes son. Y, si no existen, por qué no existen.. Para explicar qué son los héroes de la traición debo decir antes unas palabras sobre Anatomía de un instante, un libro que gira en torno al golpe de Estado del 23 de febrero 1981, o más bien en torno a un instante de ese golpe, a través del cual el libro narra todo el proceso de transición de la dictadura a la democracia en España, es decir, la historia de la conquista de la democracia.. Como ustedes saben, el golpe de Estado del 23 de febrero fue el último golpe militar que padecimos en España y, de algún modo, constituye el mito fundacional de la democracia española. Por esa razón, cuando tengo que hablar de él fuera de España suelo decir que es nuestro asesinato de Kennedy, el punto exacto donde convergen todos los demonios del pasado español: en 1981, seis años después de la muerte de Franco, los españoles empezábamos a pensar que vivíamos ya en una democracia asentada, más o menos como las demás europeas, cuando de repente, en aquella tarde de febrero, se produjo una escena que nos retrotraía a nuestro pasado más oscuro, un pasado de violencia, de guerras civiles y dictaduras: mientras el Parlamento elegía al segundo presidente del Gobierno democrático, irrumpió pegando tiros en el hemiciclo un grupo de guardias civiles al mando de un oficial con un tremendo mostachón y un tricornio, igual que un personaje recién salido de un poema de García Lorca. Todos ustedes recuerdan esa escena, incluidos nuestros invitados extranjeros, porque las imágenes fueron grabadas, igual por cierto que las del asesinato de Kennedy. Y, como el asesinato de Kennedy, el golpe del 23 de febrero acabó convirtiéndose con el tiempo —esto yo solo lo comprendí después de años investigando sobre él— en una especie de gran ficción, en una fábula colectiva fabricada durante décadas a base de especulaciones noveleras, recuerdos inventados, teorías insensatas, leyendas urbanas, medias verdades y simples mentiras amañadas por los propios golpistas con el fin de eludir sus responsabilidades, por periodistas con muchas prisas y pocos escrúpulos, por políticos deseosos de construir un pasado útil para sus intereses y por la imaginación popular. Para colmo, y a diferencia del golpe de 1936 —el que desencadenó la Guerra Civil—, el golpe de 1981 fue un golpe sin documentos o casi sin documentos, de manera que sobre él puede decirse de todo con absoluta impunidad; de hecho, salvo que lo organizaron la reina de Inglaterra o Walt Disney, del golpe se ha dicho de todo, como por cierto del asesinato de Kennedy. Así que, del mismo modo que no hay un norteamericano que no tenga una teoría sobre el asesinato de Kennedy, no hay un español que no tenga una teoría sobre el golpe de Estado del 23 de febrero. ¿Qué es un español? Es un tipo, o una tipa, que tiene una teoría sobre el golpe de Estado del 23 de febrero: si ustedes se cruzan con alguien que dice ser español y no tiene una teoría sobre el golpe de Estado del 23 de febrero, es que no es español.. Muy brevemente recordaré aquí el origen de Anatomía de un instante, porque importa a nuestro asunto. El libro surgió el día del 25º aniversario del golpe de Estado. Aquella noche yo estaba en mi casa, con un whisky en la mano, después de haberme pasado un día entero viendo, oyendo y leyendo reportajes sobre el 23 de febrero, cuando volví a ver en televisión las imágenes del golpe, o el pequeño fragmento de las imágenes del golpe que prodigan las televisiones, con el teniente coronel Tejero entrando en el hemiciclo del Parlamento y exigiendo a tiros a los presentes que se tiren al suelo. Todos los españoles hemos visto centenares, miles de veces esas imágenes, son casi una obsesión nacional (hagan zapping esta noche en la televisión, al regresar a su hotel o a su casa, y seguro que en un momento u otro las verán aparecer en la pantalla…) Pues bien, aquella noche estaba viendo por enésima vez esas imágenes cuando me fijé en una cosa que había visto muchas veces, pero la vi como la viese por vez primera. Lo que vi es que tres de los parlamentarios presentes en el hemiciclo desobedecían las órdenes de los golpistas y no se arrojaban al suelo buscando refugio bajo sus escaños, como hacían todos los demás: eran Adolfo Suárez, presidente del Gobierno saliente y arquitecto de la Transición; el general Gutiérrez Mellado, vicepresidente del Gobierno; y Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista.. Debo decir que algunos parlamentarios presentes aquel día en el hemiciclo detestan este libro, y tal vez me detesten a mí, porque creen que yo los acuso de cobardes; nada más lejos de la realidad: lo normal fue hacer lo que ellos hicieron, es un milagro que aquel día no muriese nadie en el hemiciclo, lo normal, cuando te disparan, es tirarse al suelo; lo raro, lo extraordinario es lo que hicieron aquellos tres tipos: no arrugarse, desobedecer a los golpistas, plantarles cara. El caso es que aquella noche, delante de la televisión con un whisky en la mano, yo me hice una pregunta elemental, la pregunta que hubiera podido hacerse un niño: ¿por qué esos tres tipos hacen eso? ¿Y por qué lo hacen precisamente ellos, tres hombres que durante la mayor parte de su vida no habían creído en la democracia? Y, bueno, uno puede intuir casi en seguida por qué lo hicieron el general Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo —el general era un militar y no podía tolerar la insubordinación, Carrillo conocía la guerra, era el demonio para los golpistas y sabía que iba ser el primero en morir—, pero ¿por qué Adolfo Suárez, el hombre que ocupa el centro de la imagen, solo e inmóvil en su escaño de presidente en medio de un desierto de escaños vacíos, por qué había hecho aquello aquel hombre que, por lo demás, en su época de gobernante no me había inspirado la menor simpatía?. Y bien, cuatro años después, cuando terminé de escribí el libro, comprendí que aquel instante es un instante cebado de sentido, que en aquel instante —cuando tres políticos que nunca habían creído en la democracia decidieron jugarse la vida por la democracia— empezaba de verdad la democracia en España, que en aquel instante terminaban la Transición y la dictadura, que en aquel instante terminaba la Guerra Civil: contra lo que dicen los libros de historia, la guerra civil española no duró tres años, sino 43, porque —a menos que creamos a Franco y los propagandistas del franquismo— la dictadura no fue la paz, sino la guerra por otros medios. Pero no solo comprendí eso. También comprendí que aquellos tres hombres tan diferentes estaban unidos por lazos personales estrechísimos, que existía una complicidad estrechísima entre ellos, que los tres habían cargado con el peso principal del cambio de la dictadura a la democracia y que los tres podían definirse como héroes de la traición.. ¿Qué es un héroe de la traición?. Estamos acostumbrados a pensar que la lealtad es una virtud, y lo es; pero hay momentos en la vida de las personas, y de las colectividades, en que es más valiente, más honorable y más virtuosa la traición que la lealtad. El tránsito de la dictadura a la democracia en España fue uno de esos momentos, y los tres protagonistas de Anatomía de un instante encarnan ese tipo de personas. El general Gutiérrez Mellado había hecho la guerra con Franco y toda su carrera en el franquismo; pero, al llegar la Transición, bajo las órdenes de Adolfo Suárez, cambió un ejército dictatorial por un ejército democrático y se convirtió en el gran traidor para sus compañeros, que lo odiaron encarnizadamente: tras el golpe de Estado, lo primero que le pidieron los jefes del ejército al ministro de Defensa, Alberto Oliart, fue que, por favor, el general Gutiérrez Mellado no apareciese por ningún acuartelamiento, porque era un personaje divisivo. Por su parte, Santiago Carrillo fue el gran traidor de la izquierda, y para algunos lo sigue siendo: Carrillo no solo abandonó los ideales del comunismo y la dictadura del proletariado; abandonó, sobre todo, los símbolos republicanos y la ambición de la Tercera República, y aceptó la monarquía, porque entendió —con razón, por cierto— que el dilema real no era monarquía o república, sino dictadura o democracia, como demuestra el hecho de que las mejores democracias del mundo son monarquías parlamentarias; y todo esto hay gente que a Carrillo nunca se lo ha perdonado. En cuanto a Suárez, fue por supuesto el gran traidor, el mayor traidor de todos, porque hizo posible la traición de los demás: cuando el Rey lo nombró presidente del Gobierno, en julio de 1976, quienes celebraron su nombramiento no fueron los demócratas españoles, sino los franquistas, los Guerrilleros de Cristo Rey, los viejos falangistas que siempre lo habían considerado uno de los suyos y pensaron que aquel camarada de toda la vida, aquel chico tan amable y obsequioso con ellos, tan joven, tan seductor, tan dinámico, tan kennediano, iba a asegurarles 10 o 20 o 30 años de franquismo sin Franco; pero, para sorpresa de todos, en menos de un año fulgurante el antiguo falangista de provincias disolvió las Cortes franquistas, legalizó los partidos políticos, incluido el Partido Comunista, y convocó las primeras elecciones libres desde la II República; dicho de otro modo: en menos de un año desmontó una dictadura de cuatro décadas y puso los cimientos de la democracia. Y, como es natural, los suyos nunca se lo perdonaron: Suárez se convirtió en el enemigo a muerte de sus antiguos compañeros franquistas, de hecho el golpe del 23 de febrero se organizó ante todo contra él, que se había transformado en el símbolo de la democracia. (Suárez era un hombre profundamente católico, y es fama que, más de una vez, hubo gente que se negó a darle la paz en misa).. Eso es un héroe de la traición: un político capaz de traicionar un pasado personal para construir un futuro colectivo, capaz de traicionar un error para construir un acierto, capaz de traicionar a los suyos para ser fiel a todos; y que, además, paga un precio altísimo por hacerlo. No hay premio para el héroe de la traición, o al menos no hay premio inmediato, tangible: a la altura de 1981, los tres protagonistas de Anatomía de un instante eran tres hombres personalmente rotos y políticamente acabados: baste recordar que, en las elecciones generales posteriores al golpe, Suárez obtuvo dos diputados —Carrillo, cuatro—; y, sí, cuando el expresidente falleció, en el año 2014, todo fueron alabanzas para él: había sido, de lejos, el presidente más vilipendiado de la democracia, pero a su muerte los medios de comunicación y algunos de sus peores enemigos parecían competir por presentarlo como una mezcla de Pericles y la Madre Teresa de Calcuta. Como dijo otro político español, en España enterramos muy bien.. Vuelvo de nuevo a la pregunta de Joseph: ¿existen hoy los héroes de la traición? ¿Hay todavía en España políticos así? Si no me engaño, la mayoría de ustedes diría que no, entre otras razones porque un héroe es una figura excepcional y solo se da en circunstancias excepcionales, como lo fueron las de la Transición. De acuerdo. Pero lo que sí puede existir, o lo que debería existir, son políticos capaces de poner el interés general por encima del particular, que al fin y al cabo es lo que hacen los héroes de la traición. Formulemos entonces de otra manera la pregunta: ¿existen hoy en España políticos capaces de poner el interés general por encima del particular? Si existen, ¿quiénes son? Y, si no existen, ¿por qué no existen?. Son tres preguntas diabólicas, pero arriesgo tres respuestas. La primera es la más fácil: desengañémonos, nunca ha habido muchos políticos capaces de poner el interés general por encima del particular, porque los políticos no son diferentes de los demás seres humanos, y hay pocos seres humanos capaces de hacer una cosa así. La segunda respuesta no es menos realista, pero sí más reconfortante: es casi seguro que algún político de ese tipo existe, aunque no sepamos quién es, porque la virtud es secreta o no es; tal vez solo sepamos quién es ese político con el tiempo, como solo con el tiempo supimos quiénes fueron los traidores heroicos de la Transición. La tercera respuesta es la más melancólica: si no me engaño, ahora mismo se dan circunstancias que no favorecen en absoluto la aparición de esa clase de políticos, y no solo en España.. Menciono solamente dos de ellas, una general y otra quizá más particular.. La primera es la propagación cancerígena del cinismo en política, en parte resultado del descrédito universal de la verdad, que acaso es uno de los rasgos fundamentales de nuestro tiempo: hoy la mentira, al menos la mentira en política, no parece penalizar a quien la dice; solo recordaré un contraste desolador: a finales de los años ochenta, Bill Clinton estuvo a punto de dimitir como presidente de los Estados Unidos, no a causa de sus escarceos sexuales con una becaria, sino por culpa de una mentira, mientras que en noviembre de 2024 Donald Trump consiguió volver a la Casa Blanca tras haberse erigido en el campeón mundial de la mentira y haberla transformado en su principal herramienta política. No hace falta haber leído a Maquiavelo ni a Max Weber para saber que la ética y la política siempre han mantenido relaciones complejas o problemáticas, siempre se han llevado mal; pero, cuando la ética se desvincula por completo de la política y la política se desentiende de la verdad y se legitiman el engaño, la mentira y las tropelías que la mentira y el engaño conllevan (se legitiman siempre y cuando incurramos en ellos nosotros o los nuestros, claro está), en ese momento empiezan a disolverse los estímulos que invitan a un político a anteponer el bien común al propio: hacer eso equivale a tomar una decisión éticamente superior, y es imposible tomarla si quien la toma no está animado por un impulso ético.. La segunda circunstancia es sobre todo española, o yo la detecto sobre todo en España (aunque no es desde luego exclusiva de nuestro país). Aquí, a mi modo de ver, el problema político esencial no son los políticos, ni siquiera el sistema político; aquí el problema esencial son los partidos políticos. El sociólogo Robert Michaels escribió que, para los partidos políticos, la democracia es un producto de exportación, no de consumo interno. Así es en España: como saben mejor que nadie nuestros políticos, aquí los partidos son organizaciones verticales, a menudo patológicamente sectarias, rigurosamente cesaristas, más semejantes a veces a clubs de fans del líder que a auténticos partidos políticos, organizaciones donde se esconde o se maquilla o no se combate en serio la corrupción —un tanto por ciento elevadísimo de la cual empieza o termina en los propios partidos—, organizaciones donde no suele salir adelante el más capaz sino el más obediente, por no decir el más servil, donde muchas veces se confunde la lealtad con el vasallaje y donde todo discrepante corre el riesgo de ser considerado un desleal o un felón. Por supuesto, todo esto podría cambiarse, pero no es nada fácil, sobre todo porque quienes tienen que cambiarlo son los propios partidos, y los partidos no quieren cambiarlo; es decir: porque los partidos son la solución, pero también el problema. Sea como sea, se comprenderá que en estas condiciones resulte muy difícil que se dediquen a la política los mejores, los más capaces e idealistas, los más dispuestos a trabajar por el bien común y a ponerlo, si es necesario, por encima del bien particular.. Acabo ya.. “¿Qué es un hombre rebelde?”, se preguntó Albert Camus. “Es un hombre que dice no”. Pero no es un hombre que dice no a los otros, a sus adversarios: eso es muy fácil, eso solo es una forma inversa de gregarismo; el hombre rebelde es quien dice no a los suyos, como hicieron los tres protagonistas de Anatomía de un instante, los tres héroes de la traición. Para eso, ante todo, hace falta coraje, que es la virtud más difícil, pero también la más necesaria. No lo digo yo; lo dijo un político: Winston Churchill. Churchill escribió en efecto que el coraje es la virtud esencial, la base, el fundamento de todas las demás virtudes; llevaba razón: uno puede ser una persona bondadosa, y la bondad es sin duda una virtud extraordinaria, pero, dadas determinadas circunstancias adversas —un golpe de Estado, sin ir más lejos—, si uno carece del coraje suficiente para ejercer esa bondad, se convierte o puede llegar a convertirse en un canalla. Yo no creo que debamos pedirles a nuestros políticos que sean héroes; de hecho, yo aspiro a vivir en un país que no necesite héroes. Pero lo que sí creo es que no hay democracia de verdad sin políticos que conciban la política como un servicio público y no como una carrera profesional o como un negocio personal, que merecemos políticos capaces del mínimo coraje de decir no a los suyos, de decirles que se equivocan cuando creen que se equivocan, políticos capaces de restaurar el vínculo roto entre ética y política, en definitiva, creo que debemos aspirar a tener políticos pragmáticos, cualificados y flexibles, sí, pero también valientes, humildes, veraces e idealistas. En este tiempo de cinismo obligatorio, esa aspiración puede parecer ingenua; a mí me parece simplemente indispensable.. Muchas gracias.. World In Progress (WIP) es un foro internacional de reflexión y debate organizado por PRISA, EL PAÍS y, como medio colaborador, la Cadena SER. Tiene el apoyo del Ajuntament de Barcelona, Generalitat de Catalunya, BBVA, Cellnex, Fundación la Caixa, Glovo, Mango, Moeve, Naturgy, OEI, PWC, Redeia, Sabadell, Santander, Veolia y Vueling. Colaboran Foment del Treball Nacional, CAF Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe y Cidob.
Feed MRSS-S Noticias