La Dama era, o quizás siga siendo, una mujer francesa de una belleza extraordinaria, sin problemas económicos, y hacía que las miradas se volvieran hacia ella tanto si vestía un traje de noche como una camiseta y tejanos.
La Dama tenía lo que podríamos llamar un amor oculto, un empresario al que ETA asesinó. Ella misma contó que el día de su entierro, frente a la tumba, cuando se quedó sola, se dijo a sí misma: “No sabéis lo que habéis hecho”. No estaba dispuesta a perdonar a esos “cobardes asesinos”, como siempre se refería a los etarras.
Fue entonces cuando buscó contacto con la Guardia Civil, mejor dicho, con dos guardias civiles, los únicos que sabían de verdad quién era ella, y que serían sus contactos.
La ayuda de una mujer así, que además vivía en el sur de Francia, obviamente podía ser muy útil. Lo primero que hicieron, dada su predisposición, fue pedirle un coche, y efectivamente lo buscó. Era un coche de alta gama que no haría sospechar que sus ocupantes eran guardias civiles, quienes por entonces pasaban clandestinamente a Francia a mediados de los ochenta.
Ella siempre estaba dispuesta y pedía más misiones sin buscar protagonismo, ni recompensas económicas, ni reconocimiento alguno.
En otra ocasión, le encargaron que entrara en un piso para verificar si vivía un importante miembro de ETA con su madre. Se compró un catálogo de una empresa de productos de belleza que se vendían a domicilio y se fue a casa de la madre. Para su sorpresa, el etarra llamó al timbre y la madre le presentó a aquella vendedora a domicilio, que ese día vestía de manera sencilla. El criminal se quedó mirándola, y la madre le dijo: “Mira, es una vendedora, una chica muy simpática”. El malo no tardó en caer. En otra ocasión, repitió la misión con un muestrario de joyas y bisutería. Los gastos los sufragaba de su propio bolsillo, y su obsesión era siempre más acción. En otras ocasiones, alquiló casas, ayudó en seguimientos, se hizo la encontradiza o pasó información sobre reuniones, por ejemplo, entre periodistas del diario Egin y miembros de ETA.
La Dama no fue una infiltrada ni una confidente. Le mataron a su amor y tuvo claro que dedicaría su vida a acabar con quienes tanto daño le hicieron, sin poner límites a nada para conseguir sus fines y utilizando lo que hiciera falta. Dos guardias civiles eran sus únicos contactos. Entre ellos la llamaban Madame…, quizás porque había otra Dama.
Escribo esta historia para que se reconozca a otra de las heroínas luchadoras contra ETA. A la Dama se le pedía algo y lo conseguía.
No sé si este artículo lo leerán los hipócritas y cobardes “hombres de paz” a quienes tanto consideran algunos. A ETA la derrotaron muchos hombres abnegados, pero quizás no se habría conseguido sin la ayuda de mujeres como “la infiltrada” o como “la Dama”. ¿Saben qué tienen en común? Que ninguna de las dos quería dejar la acción, que ambas querían seguir, y que si no fue así fue por fallos que cometieron hombres. Por eso, nuestro homenaje a esas mujeres más valientes, tenaces y arriesgadas que la inmensa mayoría de nosotros. Ellas no reivindicaban nada; sencillamente actuaban y punto final.
Ella siempre estaba lista para asumir más tareas, sin buscar protagonismo, recompensas monetarias o reconocimiento.
La Dama era, o quizás siga siendo, una mujer francesa de una belleza extraordinaria, sin problemas económicos, y hacía que las miradas se volvieran hacia ella tanto si vestía un traje de noche como una camiseta y tejanos.
La Dama tenía lo que podríamos llamar un amor oculto, un empresario al que ETA asesinó. Ella misma contó que el día de su entierro, frente a la tumba, cuando se quedó sola, se dijo a sí misma: “No sabéis lo que habéis hecho”. No estaba dispuesta a perdonar a esos “cobardes asesinos”, como siempre se refería a los etarras.
Fue entonces cuando buscó contacto con la Guardia Civil, mejor dicho, con dos guardias civiles, los únicos que sabían de verdad quién era ella, y que serían sus contactos.
La ayuda de una mujer así, que además vivía en el sur de Francia, obviamente podía ser muy útil. Lo primero que hicieron, dada su predisposición, fue pedirle un coche, y efectivamente lo buscó. Era un coche de alta gama que no haría sospechar que sus ocupantes eran guardias civiles, quienes por entonces pasaban clandestinamente a Francia a mediados de los ochenta.
Ella siempre estaba dispuesta y pedía más misiones sin buscar protagonismo, ni recompensas económicas, ni reconocimiento alguno.
En otra ocasión, le encargaron que entrara en un piso para verificar si vivía un importante miembro de ETA con su madre. Se compró un catálogo de una empresa de productos de belleza que se vendían a domicilio y se fue a casa de la madre. Para su sorpresa, el etarra llamó al timbre y la madre le presentó a aquella vendedora a domicilio, que ese día vestía de manera sencilla. El criminal se quedó mirándola, y la madre le dijo: “Mira, es una vendedora, una chica muy simpática”. El malo no tardó en caer. En otra ocasión, repitió la misión con un muestrario de joyas y bisutería. Los gastos los sufragaba de su propio bolsillo, y su obsesión era siempre más acción. En otras ocasiones, alquiló casas, ayudó en seguimientos, se hizo la encontradiza o pasó información sobre reuniones, por ejemplo, entre periodistas del diario Egin y miembros de ETA.
La Dama no fue una infiltrada ni una confidente. Le mataron a su amor y tuvo claro que dedicaría su vida a acabar con quienes tanto daño le hicieron, sin poner límites a nada para conseguir sus fines y utilizando lo que hiciera falta. Dos guardias civiles eran sus únicos contactos. Entre ellos la llamaban Madame…, quizás porque había otra Dama.
Escribo esta historia para que se reconozca a otra de las heroínas luchadoras contra ETA. A la Dama se le pedía algo y lo conseguía.
No sé si este artículo lo leerán los hipócritas y cobardes “hombres de paz” a quienes tanto consideran algunos. A ETA la derrotaron muchos hombres abnegados, pero quizás no se habría conseguido sin la ayuda de mujeres como “la infiltrada” o como “la Dama”. ¿Saben qué tienen en común? Que ninguna de las dos quería dejar la acción, que ambas querían seguir, y que si no fue así fue por fallos que cometieron hombres. Por eso, nuestro homenaje a esas mujeres más valientes, tenaces y arriesgadas que la inmensa mayoría de nosotros. Ellas no reivindicaban nada; sencillamente actuaban y punto final.
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