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  Cultura  David Trueba: «Vivimos una relación insana con el paso del tiempo»
Cultura

David Trueba: «Vivimos una relación insana con el paso del tiempo»

7 de noviembre de 2025
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Habla con la misma disposición que escucha y aunque esta observación pueda parecer una cualidad doblemente ligera y sin demasiado subrayado, en tiempos de aceleraciones algorítmicas y extirpaciones temporales de charlas sin cronómetros, es algo que se agradece por inusual. Como decía McNamara en «Laberinto de pasiones», «lo sencillo nunca fue moderno» y David Trueba se ríe afirmando que él lo es «demasiado», aunque algunos se empeñen en convencerle de lo contrario cuando comparte en voz alta sus ideas sobre el amor líquido, el compromiso y las personas-producto.. Con la impronta dilatada de buen conversador pegada en la lengua y la riqueza discursiva del clan Trueba rematando el destino original de sus palabras, el director de «Vivir es fácil con los ojos cerrados» ha escogido de nuevo las imágenes -que constituyen su herramienta predilecta como creador-, es decir, el cine, para contar su última historia, que no es en realidad nueva, pero sí distinta.. Con «Siempre es invierno» Trueba se alía de nuevo con David Verdaguer y adapta por primera vez una novela propia, «Blitz», para recordarnos a través de la deriva existencial de un arquitecto con una ruptura sentimental reciente que transita errático por las calles de Bélgica que hemos conseguido sacar el tiempo de nuestra vida. Nos sentamos con él para integrarlo de vuelta, al menos durante un rato.. ¿Desde qué lugar en términos creativos se afronta la primera traslación a la pantalla como director de una novela propia sin traicionar demasiado la pretensión inicial de la escritura?. Durante muchos años me generaba una gran incomodidad que se mezclaran en mí, personalmente, el mundo literario y el mundo cinematográfico, porque me parecía que en ambos eso me condicionaba mucho. En el mundo literario ocurre muchas cuando eres una persona que también tiene un nombre en el cine, que no se te termina de considerar «uno de los suyos», es como «bueno, este no es de la literatura». Me costaba muchísimo conseguir que se leyeran los libros de manera natural, que la gente me aceptara en el mundo literario, así que durante mucho tiempo procuré tener esa separación muy interiorizada, también por propia inseguridad mía, seguramente. Con «Blitz» lo que ocurrió fue que cuando la escribí, ya pensé poco después de publicarla que podría hacer una película con ella, porque había elementos que me parecían muy plásticos en la película posible que todavía no había materializado. Hubo una posibilidad de hacerla en 2017, se terminó cancelando, y después finalmente, con el mismo equipo, un poco de producción y el mismo actor, se retoma la idea y nos subimos al barco. Lo más sorprendente fue que no existía tanto una dificultad de adaptación como una dificultad de sometimiento propio al yo que había escrito el libro con una mirada que tenía entonces muy pegada al personaje protagonista, que era el narrador. De pronto haciendo la película me veía mucho más cercano al personaje de la mujer, que de alguna manera mira el mundo de una forma mucho más desacelerada. Aunar esas dos perspectivas sin traicionar una o sobrevalorar o despreciar la otra, era sin duda lo más complicado para mí. O sea, colocarme más en el centro.. ¿Crees en la relevancia de la arquitectura emocional que tan bien se refleja en el corto de Siminiani y que de alguna forma también resuena en esta película a través de la profesión del protagonista? Porque viéndola resulta inevitable pensar en cómo los propios espacios que transitamos terminan condicionando nuestra memoria y generando imaginarios propios, ¿no?. Es muy interesante esto que dices porque nosotros somos capaces de incorporar algo objetivamente feo, por hábito, a nuestro mundo emocional, por ejemplo: un edificio. Vivimos en ciudades en las que de vez en cuando encuentras edificios muy brutales y piensas ¿cómo se pudo hacer esto? y sin embargo, la convivencia en esa zona o en ese lugar, te genera pertenencia de forma natural y si lo derribaran te sentirías un poco herido, obviamente cuando es con algo hermoso todavía peor. Yo vivo en un barrio bastante obrero donde he visto tirarse casas que tendrían que haberse preservado. Cuando yo llegué al barrio y me instalé, disfrutabas paseando. Ahora no, porque es más agresivo y te das cuenta de la incidencia que tiene cualquier elemento arquitectónico, desde un banco en la calle hasta un tipo de farola, hasta un tipo de neón o de anuncio publicitario o de bolardos: la presión que tiene el paisaje urbano sobre el ciudadano termina empujándole fuera, convirtiendo la ciudad en un espacio hostil. Una ciudad hostil genera personas hostiles y una ciudad agradable genera personas agradables. El problema del turismo cuando una ciudad se masifica es que el ciudadano propio de la ciudad se siente expulsado, el problema es que no puedo ir a los lugares de antes porque ahora están pensados para una población flotante que viene, consume y se va. Yo soy una persona de hábitos, quiero ir a un sitio donde me conozcan, donde sepan cómo me gusta tomarme el café, donde me traten bien, donde siempre haya los mismos empleados, donde hagan una cocina o una hostelería más adecuada a la vida de una persona allí. Vas viendo cómo se van cerrando esos lugares en favor de otros y vas sintiendo que la ciudad te es ajena, y cuando una ciudad te es ajena, como yo digo, acabas tirando un papel al suelo. Cuando realmente te haces mayor te conviertes en un un ser evocativo de lo que has vivido y la arquitectura en ese sentido está pegada a nuestra memoria.. ¿Hasta qué punto el bloqueo emocional que sufre David es el bloqueo emocional de toda una generación?. Bueno te diría que todos en general vivimos una relación insana con el paso del tiempo, no hemos asumido que pasa, que avanza, y eso nos provoca enorme insatisfacción, una cierta frustración vital. Y una de las formas en las que lo mostramos es en la inaceptación que tenemos de la belleza cuando pasa el tiempo, o de la modificación de la atracción cuando pasa el tiempo, sentirte atraído por una persona mayor es como antinatural, porque te parece ser que siempre te tienes que sentir atraído hacia una belleza más juvenil. ¿Por qué no aceptamos que pasamos etapas distintas, ciclos diferentes y que seguimos relacionándonos con las personas que nos tocan en cada momento con independencia de cómo sean? ¿Por qué parece que hemos decidido sacar el tiempo de nuestra vida? De eso quería hablar.. «Como cantaba Camarón de la Isla, nada es eterno, pero que todo sea por lo menos sincero, que todo tenga un grado de compromiso real». David Trueba. ¿Y por qué hemos conseguido trasladar las dinámicas capitalista al territorio de los afectos?. Por la sociedad de consumo que lo impregna todo, sin duda. Es muy difícil el equilibrio en estos momentos, vivir ahora, enamorarse ahora. Si lo miras con perspectiva la generación de tus abuelos, que era la de mis padres, verás que se han expuesto a muy pocos peligros en su vida. No sé la biografía de tus abuelos, pero la de en la de mis padres había pocos «peligros», muchas menos probabilidades de «ofertas». Ahora es una catarata. Es decir, ocurre con frecuencia que dos personas jóvenes que están en pareja conviviendo llegan a un punto en el que uno de los dos decide marcharse y romper la relación. ¿Cuál es el problema? Que tengas mentalidad de consumo, es decir, que las personas para ti sean también susceptibles de ser consumidas; «ya he vivido mi época gloriosa con esta persona, mi gran amor, la época emocional, los primeros meses de enchanche, se acabó. Consumo otro». A veces cuando comparto esta visión me llaman conservador, pero es que no tiene nada que ver…. Debería resignificarse como una perspectiva moderna.. Claro. Si no le colocas a las relaciones humanas un rango también diferente al del consumo, acabamos muy mal, porque nosotros también terminaremos siendo producto para el otro. Esto no quiere decir que las relaciones sean eternas, porque como cantaba Camarón de la Isla, nada es eterno, pero que todo sea por lo menos sincero, que todo tenga un grado de compromiso real. Creo que ha habido muchas cosas donde nos han engañado y donde al mismo tiempo nos hemos dejado engañar, y una de ellas es el concepto de la persona-producto. A veces se nos olvida que no lo somos.

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El cineasta y escritor adapta con «Siempre es invierno» por primera vez una novela propia, «Blitz», y la convierte en una amable reflexión sobre la aceptación de los diferentes ciclos vitales y el despojamiento de prejuicios afectivos

  

Habla con la misma disposición que escucha y aunque esta observación pueda parecer una cualidad doblemente ligera y sin demasiado subrayado, en tiempos de aceleraciones algorítmicas y extirpaciones temporales de charlas sin cronómetros, es algo que se agradece por inusual. Como decía McNamara en «Laberinto de pasiones», «lo sencillo nunca fue moderno» y David Trueba se ríe afirmando que él lo es «demasiado», aunque algunos se empeñen en convencerle de lo contrario cuando comparte en voz alta sus ideas sobre el amor líquido, el compromiso y las personas-producto.. Con la impronta dilatada de buen conversador pegada en la lengua y la riqueza discursiva del clan Trueba rematando el destino original de sus palabras, el director de «Vivir es fácil con los ojos cerrados» ha escogido de nuevo las imágenes -que constituyen su herramienta predilecta como creador-, es decir, el cine, para contar su última historia, que no es en realidad nueva, pero sí distinta.. Con «Siempre es invierno» Trueba se alía de nuevo con David Verdaguer y adapta por primera vez una novela propia, «Blitz», para recordarnos a través de la deriva existencial de un arquitecto con una ruptura sentimental reciente que transita errático por las calles de Bélgica que hemos conseguido sacar el tiempo de nuestra vida. Nos sentamos con él para integrarlo de vuelta, al menos durante un rato.. ¿Desde qué lugar en términos creativos se afronta la primera traslación a la pantalla como director de una novela propia sin traicionar demasiado la pretensión inicial de la escritura?. Durante muchos años me generaba una gran incomodidad que se mezclaran en mí, personalmente, el mundo literario y el mundo cinematográfico, porque me parecía que en ambos eso me condicionaba mucho. En el mundo literario ocurre muchas cuando eres una persona que también tiene un nombre en el cine, que no se te termina de considerar «uno de los suyos», es como «bueno, este no es de la literatura». Me costaba muchísimo conseguir que se leyeran los libros de manera natural, que la gente me aceptara en el mundo literario, así que durante mucho tiempo procuré tener esa separación muy interiorizada, también por propia inseguridad mía, seguramente. Con «Blitz» lo que ocurrió fue que cuando la escribí, ya pensé poco después de publicarla que podría hacer una película con ella, porque había elementos que me parecían muy plásticos en la película posible que todavía no había materializado. Hubo una posibilidad de hacerla en 2017, se terminó cancelando, y después finalmente, con el mismo equipo, un poco de producción y el mismo actor, se retoma la idea y nos subimos al barco. Lo más sorprendente fue que no existía tanto una dificultad de adaptación como una dificultad de sometimiento propio al yo que había escrito el libro con una mirada que tenía entonces muy pegada al personaje protagonista, que era el narrador. De pronto haciendo la película me veía mucho más cercano al personaje de la mujer, que de alguna manera mira el mundo de una forma mucho más desacelerada. Aunar esas dos perspectivas sin traicionar una o sobrevalorar o despreciar la otra, era sin duda lo más complicado para mí. O sea, colocarme más en el centro.. ¿Crees en la relevancia de la arquitectura emocional que tan bien se refleja en el corto de Siminiani y que de alguna forma también resuena en esta película a través de la profesión del protagonista? Porque viéndola resulta inevitable pensar en cómo los propios espacios que transitamos terminan condicionando nuestra memoria y generando imaginarios propios, ¿no?. Es muy interesante esto que dices porque nosotros somos capaces de incorporar algo objetivamente feo, por hábito, a nuestro mundo emocional, por ejemplo: un edificio. Vivimos en ciudades en las que de vez en cuando encuentras edificios muy brutales y piensas ¿cómo se pudo hacer esto? y sin embargo, la convivencia en esa zona o en ese lugar, te genera pertenencia de forma natural y si lo derribaran te sentirías un poco herido, obviamente cuando es con algo hermoso todavía peor. Yo vivo en un barrio bastante obrero donde he visto tirarse casas que tendrían que haberse preservado. Cuando yo llegué al barrio y me instalé, disfrutabas paseando. Ahora no, porque es más agresivo y te das cuenta de la incidencia que tiene cualquier elemento arquitectónico, desde un banco en la calle hasta un tipo de farola, hasta un tipo de neón o de anuncio publicitario o de bolardos: la presión que tiene el paisaje urbano sobre el ciudadano termina empujándole fuera, convirtiendo la ciudad en un espacio hostil. Una ciudad hostil genera personas hostiles y una ciudad agradable genera personas agradables. El problema del turismo cuando una ciudad se masifica es que el ciudadano propio de la ciudad se siente expulsado, el problema es que no puedo ir a los lugares de antes porque ahora están pensados para una población flotante que viene, consume y se va. Yo soy una persona de hábitos, quiero ir a un sitio donde me conozcan, donde sepan cómo me gusta tomarme el café, donde me traten bien, donde siempre haya los mismos empleados, donde hagan una cocina o una hostelería más adecuada a la vida de una persona allí. Vas viendo cómo se van cerrando esos lugares en favor de otros y vas sintiendo que la ciudad te es ajena, y cuando una ciudad te es ajena, como yo digo, acabas tirando un papel al suelo. Cuando realmente te haces mayor te conviertes en un un ser evocativo de lo que has vivido y la arquitectura en ese sentido está pegada a nuestra memoria.. ¿Hasta qué punto el bloqueo emocional que sufre David es el bloqueo emocional de toda una generación?. Bueno te diría que todos en general vivimos una relación insana con el paso del tiempo, no hemos asumido que pasa, que avanza, y eso nos provoca enorme insatisfacción, una cierta frustración vital. Y una de las formas en las que lo mostramos es en la inaceptación que tenemos de la belleza cuando pasa el tiempo, o de la modificación de la atracción cuando pasa el tiempo, sentirte atraído por una persona mayor es como antinatural, porque te parece ser que siempre te tienes que sentir atraído hacia una belleza más juvenil. ¿Por qué no aceptamos que pasamos etapas distintas, ciclos diferentes y que seguimos relacionándonos con las personas que nos tocan en cada momento con independencia de cómo sean? ¿Por qué parece que hemos decidido sacar el tiempo de nuestra vida? De eso quería hablar.. «Como cantaba Camarón de la Isla, nada es eterno, pero que todo sea por lo menos sincero, que todo tenga un grado de compromiso real». ¿Y por qué hemos conseguido trasladar las dinámicas capitalista al territorio de los afectos?. Por la sociedad de consumo que lo impregna todo, sin duda. Es muy difícil el equilibrio en estos momentos, vivir ahora, enamorarse ahora. Si lo miras con perspectiva la generación de tus abuelos, que era la de mis padres, verás que se han expuesto a muy pocos peligros en su vida. No sé la biografía de tus abuelos, pero la de en la de mis padres había pocos «peligros», muchas menos probabilidades de «ofertas». Ahora es una catarata. Es decir, ocurre con frecuencia que dos personas jóvenes que están en pareja conviviendo llegan a un punto en el que uno de los dos decide marcharse y romper la relación. ¿Cuál es el problema? Que tengas mentalidad de consumo, es decir, que las personas para ti sean también susceptibles de ser consumidas; «ya he vivido mi época gloriosa con esta persona, mi gran amor, la época emocional, los primeros meses de enchanche, se acabó. Consumo otro». A veces cuando comparto esta visión me llaman conservador, pero es que no tiene nada que ver…. Debería resignificarse como una perspectiva moderna.. Claro. Si no le colocas a las relaciones humanas un rango también diferente al del consumo, acabamos muy mal, porque nosotros también terminaremos siendo producto para el otro. Esto no quiere decir que las relaciones sean eternas, porque como cantaba Camarón de la Isla, nada es eterno, pero que todo sea por lo menos sincero, que todo tenga un grado de compromiso real. Creo que ha habido muchas cosas donde nos han engañado y donde al mismo tiempo nos hemos dejado engañar, y una de ellas es el concepto de la persona-producto. A veces se nos olvida que no lo somos.

 

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