El invierno gallego guarda un sinfín de tradiciones y leyendas que, como brasas que perduran con el paso de los años, siguen viva en el corazón de sus habitantes. Una de las costumbres más singulares, que remonta a tiempos inmemoriales, es la del tizón de Nadal, también conocido como cepo de Navidad. Esta práctica no solo ilumina las noches más largas del año, sino que enciende una profunda conexión con el pasado, la tierra y los ciclos de la naturaleza.. El rito consiste en prender un gran tronco de madera, que se convierte en el protagonista de la noche del 24 de diciembre. Este tizón debe permanecer encendido durante horas y sus brasas simbolizan el paso de lo viejo hacia lo nuevo. La tradición tiene una función simbólica y protectora: se cree que el fuego aleja los malos espíritus y trae prosperidad a la casa. En algunas aldeas gallegas, el tizón permanecía encendido hasta la llegada del Año Nuevo, mientras que en otras se encendía de manera breve cada noche como un acto de salvaguarda del hogar y la familia.. Un detalle que convierte a esta tradición en una curiosidad etnológica es el uso de la ceniza resultante del tizón, que se empleaba como abono en los campos. Este uso práctico de lo que en principio parecía solo un ritual religioso o simbólico, enriquece el vínculo de los gallegos con su tierra y sus costumbres.. Lo más fascinante del tizón de Nadal es su estrecha relación con otro rito tradicional gallego: el Lume Novo, un fuego vecinal que se enciende en Nochevieja. Esta tradición, vinculada también con la celebración del solsticio de invierno, tiene un trasfondo espiritual. Al encender este fuego comunitario, se guiaba el alma de los muertos hacia la paz, y el fuego debía mantenerse durante toda la noche para ser utilizado al día siguiente, en Año Nuevo, para encender las cocinas de los hogares. De esta forma, el ciclo del fuego nunca se detiene, y se renueva con cada Navidad.. A lo largo de los siglos, el tizón de Nadal ha mantenido su relevancia en las pequeñas aldeas de Galicia, donde las familias continúan honrando esta tradición como un acto de unión y esperanza. La práctica, que implica una profunda conexión con el ciclo de la vida y la muerte, sigue siendo una manera de afirmar la continuidad de la vida a través del renacimiento del fuego.. En un tiempo en el que muchas de las antiguas costumbres caen en el olvido, el tizón de Nadal sigue siendo un testimonio de la riqueza cultural de Galicia y su capacidad para fusionar lo material con lo espiritual. Esta costumbre, tan genuinamente gallega, sigue viva en cada chispa que danza en la oscuridad de la noche navideña, como un recordatorio de que, a través del fuego, los gallegos siguen manteniendo viva la memoria de sus ancestros.
Esta singular tradición, que conecta el presente con el legado ancestral, conserva su fuerza en algunas zonas de Galicia
El invierno gallego guarda un sinfín de tradiciones y leyendas que, como brasas que perduran con el paso de los años, siguen viva en el corazón de sus habitantes. Una de las costumbres más singulares, que remonta a tiempos inmemoriales, es la del tizón de Nadal, también conocido como cepo de Navidad. Esta práctica no solo ilumina las noches más largas del año, sino que enciende una profunda conexión con el pasado, la tierra y los ciclos de la naturaleza.. El rito consiste en prender un gran tronco de madera, que se convierte en el protagonista de la noche del 24 de diciembre. Este tizón debe permanecer encendido durante horas y sus brasas simbolizan el paso de lo viejo hacia lo nuevo. La tradición tiene una función simbólica y protectora: se cree que el fuego aleja los malos espíritus y trae prosperidad a la casa. En algunas aldeas gallegas, el tizón permanecía encendido hasta la llegada del Año Nuevo, mientras que en otras se encendía de manera breve cada noche como un acto de salvaguarda del hogar y la familia.. Un detalle que convierte a esta tradición en una curiosidad etnológica es el uso de la ceniza resultante del tizón, que se empleaba como abono en los campos. Este uso práctico de lo que en principio parecía solo un ritual religioso o simbólico, enriquece el vínculo de los gallegos con su tierra y sus costumbres.. Lo más fascinante del tizón de Nadal es su estrecha relación con otro rito tradicional gallego: el Lume Novo, un fuego vecinal que se enciende en Nochevieja. Esta tradición, vinculada también con la celebración del solsticio de invierno, tiene un trasfondo espiritual. Al encender este fuego comunitario, se guiaba el alma de los muertos hacia la paz, y el fuego debía mantenerse durante toda la noche para ser utilizado al día siguiente, en Año Nuevo, para encender las cocinas de los hogares. De esta forma, el ciclo del fuego nunca se detiene, y se renueva con cada Navidad.. A lo largo de los siglos, el tizón de Nadal ha mantenido su relevancia en las pequeñas aldeas de Galicia, donde las familias continúan honrando esta tradición como un acto de unión y esperanza. La práctica, que implica una profunda conexión con el ciclo de la vida y la muerte, sigue siendo una manera de afirmar la continuidad de la vida a través del renacimiento del fuego.. En un tiempo en el que muchas de las antiguas costumbres caen en el olvido, el tizón de Nadal sigue siendo un testimonio de la riqueza cultural de Galicia y su capacidad para fusionar lo material con lo espiritual. Esta costumbre, tan genuinamente gallega, sigue viva en cada chispa que danza en la oscuridad de la noche navideña, como un recordatorio de que, a través del fuego, los gallegos siguen manteniendo viva la memoria de sus ancestros.
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