“A la cámara hay que tratar como cuando entras a una fiesta y te gusta un chico. Y, entonces, te haces como que no le ves. Pero, sin embargo, le estás dedicando absolutamente todas las posturas”. Carmen Maura contaba a Pablo Lizcano en la TVE de 1984 su técnica para conquistar el objetivo.. En la mayoría de los mortales ese “actúa normal, que viene el chico que te gusta” suele torcerse en una sobreactuación que siempre sale mal. El talento de Maura, en cambio, consigue la naturalidad más expresiva incluso dentro del artificio. Una virtud que se hace fuerte en su capacidad de ser esponja de la sensible dirección de actores, que es fundamental en cine y en teatro. Y en televisión, pero en los devenires de las cadenas españolas se ha ido perdiendo. Las decisiones ejecutivas han ganado poder y han aplastado la esencial mirada de los autores, ya sean realizadores o directores.. Como consecuencia y a diferencia de antaño, gran parte de los comunicadores de hoy salen al plató sin demasiadas instrucciones de cómo desenvolverse en la complejidad de un estudio. Hablan, pero no interpretan. Replican, pero no actúan. Porque nadie les enseñó cómo relacionarse con la cámara, con la luz, con el decorado. No ha habido tiempo para ejercer el intercambio generacional de la experiencia de las liturgias televisivas clásicas que continúan siendo modernas como aliadas a la hora de construir y enriquecer el carisma debajo de los focos.. Cuando se enciende el piloto rojo el presentador es el jefe, pero para traspasar con más ímpetu la pantalla hay que saber el arte de andar en diagonal por el escenario, mirar al público de soslayo, expresar con las manos sin esconderlas en tarjetones y no posicionarse frontalmente como si se estuviera esperando en la parada del bus… Reglas que eran básicas para engrandecer la visualidad. Porque el carisma se puede tener de fábrica, pero solo se mantiene si no se conforma con improvisar.. Pero, en el torbellino actual, no hay minutos suficientes para definir los personajes más allá de evidencias. De ahí que dispongamos de más oferta que nunca y, en cambio, no se traduzca en más diversidad de propuestas. Todos los programas se parecen demasiado entre sí. Los presentadores, también. Se ha ido descuidando esa capacidad teatral que hace más especial la experiencia de ver una tele que se diferencia de las redes sociales en que está elaborada en equipo. Lo que se traduce en cuidar cómo «filmamos» y cómo interpretamos. Si todo son pantallas partidas, no hay distinción con lo que hacen de tú a tú los streamers. También se olvida desarrollar decorados con universos propios para que no todos sean la misma nave espacial con leds de fondo, detalle que provoca que el espectador haya ido dejando de mitificar los lugares televisivos porque son previsibles en vez de una catarsis de ingenio.. A lo que se suma que a la velocidad que tomamos las decisiones la polarización toma el poder sobre la capacidad de encontrar talento y los comunicadores se terminan eligiendo por la simplificación de la movilización ideología, los followers o la telegenia de póster y no por algo más poderoso: el encanto de la expresividad en movimiento.. Así la tele se va quedando en nichos de público de unos u otros al ir relegando el espectáculo que nos reunía como sociedad. O, lo que es lo mismo, el espectáculo de la intepretación de las Carmen Maura, que no podemos dejar de contemplar. Lo hace en el cine, lo hace en teatro y lo hizo cuando interpretó el papel de presentadora en la tele en Esta noche, dirigida por Fernando García Tola, y en Super 88, dirigida por Pilar Miró. Ay, la importancia de la dirección que huía de los que solo tienen verborrea para charlar y poteciaba a los y las artistas que bajan la escalera de la escena con la actitud que nos hace admirar y, a la vez, sentirnos identificamos. Aunque no tengamos nada que ver con ellas, las sentimos nuestras. Sin plantearnos ni someternos a sus ideologías para aceptarlas o tirarlas. Elegimos disfrutar de la historia que protagonizan con un talento que adelanta a todo lo demás. Hasta promover en la gente el salvavidas de la imaginación que amplía las perspectivas de las miras (literales y de pensamiento) y desmonta a los mercaderes de la predicación de frases largas con ideas cortas.
La interpretación que se enseña en ficción, pero que ya no se enseña a los comunicadores de la televisión de hoy
20MINUTOS.ES – Televisión
“A la cámara hay que tratar como cuando entras a una fiesta y te gusta un chico. Y, entonces, te haces como que no le ves. Pero, sin embargo, le estás dedicando absolutamente todas las posturas”. Carmen Maura contaba a Pablo Lizcano en la TVE de 1984 su técnica para conquistar el objetivo.. En la mayoría de los mortales ese “actúa normal, que viene el chico que te gusta” suele torcerse en una sobreactuación que siempre sale mal. El talento de Maura, en cambio, consigue la naturalidad más expresiva incluso dentro del artificio. Una virtud que se hace fuerte en su capacidad de ser esponja de la sensible dirección de actores, que es fundamental en cine y en teatro. Y en televisión, pero en los devenires de las cadenas españolas se ha ido perdiendo. Las decisiones ejecutivas han ganado poder y han aplastado la esencial mirada de los autores, ya sean realizadores o directores.. Como consecuencia y a diferencia de antaño, gran parte de los comunicadores de hoy salen al plató sin demasiadas instrucciones de cómo desenvolverse en la complejidad de un estudio. Hablan, pero no interpretan. Replican, pero no actúan. Porque nadie les enseñó cómo relacionarse con la cámara, con la luz, con el decorado. No ha habido tiempo para ejercer el intercambio generacional de la experiencia de las liturgias televisivas clásicas que continúan siendo modernas como aliadas a la hora de construir y enriquecer el carisma debajo de los focos.. Cuando se enciende el piloto rojo el presentador es el jefe, pero para traspasar con más ímpetu la pantalla hay que saber el arte de andar en diagonal por el escenario, mirar al público de soslayo, expresar con las manos sin esconderlas en tarjetones y no posicionarse frontalmente como si se estuviera esperando en la parada del bus… Reglas que eran básicas para engrandecer la visualidad. Porque el carisma se puede tener de fábrica, pero solo se mantiene si no se conforma con improvisar.. Pero, en el torbellino actual, no hay minutos suficientes para definir los personajes más allá de evidencias. De ahí que dispongamos de más oferta que nunca y, en cambio, no se traduzca en más diversidad de propuestas. Todos los programas se parecen demasiado entre sí. Los presentadores, también. Se ha ido descuidando esa capacidad teatral que hace más especial la experiencia de ver una tele que se diferencia de las redes sociales en que está elaborada en equipo. Lo que se traduce en cuidar cómo «filmamos» y cómo interpretamos. Si todo son pantallas partidas, no hay distinción con lo que hacen de tú a tú los streamers. También se olvida desarrollar decorados con universos propios para que no todos sean la misma nave espacial con leds de fondo, detalle que provoca que el espectador haya ido dejando de mitificar los lugares televisivos porque son previsibles en vez de una catarsis de ingenio.. A lo que se suma que a la velocidad que tomamos las decisiones la polarización toma el poder sobre la capacidad de encontrar talento y los comunicadores se terminan eligiendo por la simplificación de la movilización ideología, los followers o la telegenia de póster y no por algo más poderoso: el encanto de la expresividad en movimiento.. Así la tele se va quedando en nichos de público de unos u otros al ir relegando el espectáculo que nos reunía como sociedad. O, lo que es lo mismo, el espectáculo de la intepretación de las Carmen Maura, que no podemos dejar de contemplar. Lo hace en el cine, lo hace en teatro y lo hizo cuando interpretó el papel de presentadora en la tele en Esta noche, dirigida por Fernando García Tola, y en Super 88, dirigida por Pilar Miró. Ay, la importancia de la dirección que huía de los que solo tienen verborrea para charlar y poteciaba a los y las artistas que bajan la escalera de la escena con la actitud que nos hace admirar y, a la vez, sentirnos identificamos. Aunque no tengamos nada que ver con ellas, las sentimos nuestras. Sin plantearnos ni someternos a sus ideologías para aceptarlas o tirarlas. Elegimos disfrutar de la historia que protagonizan con un talento que adelanta a todo lo demás. Hasta promover en la gente el salvavidas de la imaginación que amplía las perspectivas de las miras (literales y de pensamiento) y desmonta a los mercaderes de la predicación de frases largas con ideas cortas.
