La infantilización de la sociedad también se muestra en cómo humanizamos a los animales. Necesitamos sentirlos como las series de dibujos con las que crecimos varias generaciones, esas que hacían más achuchable la realidad disfrazándola de simpáticos peludetes que actuaban como personas. Los Trotamúsicos, Willy Fog, El Oso Yogui…. Animal, la nueva serie de Netflix, creada por Víctor García León y protagonizada por el infalible Luis Zahera y la cristalina Lucía Caraballo, nos pone a empatizar con un veterinario gallego al que no le queda otra que trabajar en una gran cadena de tiendas para los animalitos. O para traficar con las preocupaciones de sus dueños, también.. Ahí la producción de Alea Media logra un sutil equilibrio entre comedia y bofetada social, pues enfoca lo atolondrados que estamos. Solo basta contemplar el rostro del personaje de Zahera, Antón, cuando descubre la tontería de las consultas de los clientes. Porque los «propietarios» de sus pacientes son clientes. Clientes que siempre quieren poseer la razón, aunque no tengan ni idea de veterinaria. Desde este gag aparentemente simple, la serie realiza una radiografía brillante de un mundo en el que vamos dejando de ser ciudadanos para pasar a ser meros consumidores. Y nos quedamos más domesticados que los entrañables animalitos domésticos en los que proyectamos los mismos problemas del primer mundo que padecemos nosotros. Así el negocio de la cadena de tiendas especializadas en mascotas se hace grande mientras se alimenta la ansia de aquellos que creen disponer de poder porque pueden puntuar todo con su dedo índice.. Y qué bien cuenta Animal esta fanfarronería. La tienda tiene en la puerta ese aparato en el que el comprador vota los servicios recibidos: carita feliz, carita neutra o carita de decepción. No es tan importante que el veterinario haga bien su trabajo, lo crucial es coleccionar valoraciones positivas según las expectativas del cliente. Gesto que sintetiza tanto en tan poco. Quién no ha votado alguna vez en esos termómetros de la ejemplaridad. Todos hemos sido examinadores y examinados. A través de ese botón que nos excita la sensación de autoridad, los capítulos van creando un completo y complejo mapa de realidades sociales que protagonizamos a diario… De los afectos que nos salvan a los miedos que nos frenan, del querer prosperar a la avaricia que nutre la corrupción, de los que se creen que heredarán la empresa a los que terminan acercándose a la serenidad. Tampoco falta, claro, el amor. Hay quien encuentra el amor por duplicado, otros ejercen el amor con dejación de funciones.. Animal ha llegado silenciosa a Netflix y ha terminado siendo un éxito. Quizá porque, entre la multitud de tramas globalizadas, esta propuesta se fija en el carisma de nuestra idiosincrasia próxima. Su triunfo, de hecho, está en que justamente habla de cómo somos a la cara. En primer plano. Es Galicia. Es España. Somos. Nos sentimos reconocidos. Nos entretiene. Nos hace pensar. Una serie de las que debería producir TVE en abierto para todo el mundo. Pero lo ha hecho Netflix. Lo que nos debería recordar una de las bases de la ficción: aquello que nos hace únicos suele ser lo mismo que nos hace más internacionales. En este caso, el choque de la hospitalidad rural tan para dentro que, a la vez, es hábil para cribar qué es lo importante y qué es lo tramposo de las motivaciones universales. Esa mirada tan despierta, tan honrada, tan transversal, tan transfronteriza, la consigue Animal. Una historia que no hace falta puntuar, porque su valor es que echa raíces en lo esencial: en las emociones que nos unen a todos en la evaluación continúa de la vida. Las emociones que jamás se pueden sintetizar con un like o un dislike.
Luis Zahera y Lucía Caraballo protagonizan una serie aparentemente pequeña que, en cambio, nos hace grandes.
20MINUTOS.ES – Televisión
La infantilización de la sociedad también se muestra en cómo humanizamos a los animales. Necesitamos sentirlos como las series de dibujos con las que crecimos varias generaciones, esas que hacían más achuchable la realidad disfrazándola de simpáticos peludetes que actuaban como personas. Los Trotamúsicos, Willy Fog, El Oso Yogui…. Animal, la nueva serie de Netflix, creada por Víctor García León y protagonizada por el infalible Luis Zahera y la cristalina Lucía Caraballo, nos pone a empatizar con un veterinario gallego al que no le queda otra que trabajar en una gran cadena de tiendas para los animalitos. O para traficar con las preocupaciones de sus dueños, también.. Ahí la producción de Alea Media logra un sutil equilibrio entre comedia y bofetada social, pues enfoca lo atolondrados que estamos. Solo basta contemplar el rostro del personaje de Zahera, Antón, cuando descubre la tontería de las consultas de los clientes. Porque los «propietarios» de sus pacientes son clientes. Clientes que siempre quieren poseer la razón, aunque no tengan ni idea de veterinaria. Desde este gag aparentemente simple, la serie realiza una radiografía brillante de un mundo en el que vamos dejando de ser ciudadanos para pasar a ser meros consumidores. Y nos quedamos más domesticados que los entrañables animalitos domésticos en los que proyectamos los mismos problemas del primer mundo que padecemos nosotros. Así el negocio de la cadena de tiendas especializadas en mascotas se hace grande mientras se alimenta la ansia de aquellos que creen disponer de poder porque pueden puntuar todo con su dedo índice.. Y qué bien cuenta Animal esta fanfarronería. La tienda tiene en la puerta ese aparato en el que el comprador vota los servicios recibidos:carita feliz, carita neutra o carita de decepción. No es tan importante que el veterinario haga bien su trabajo, lo crucial es coleccionar valoraciones positivas según las expectativas del cliente. Gesto que sintetiza tanto en tan poco. Quién no ha votado alguna vez en esos termómetros de la ejemplaridad. Todos hemos sido examinadores y examinados.A través de ese botón que nos excita la sensación de autoridad, los capítulos van creando un completo y complejo mapa de realidades sociales que protagonizamos a diario… De los afectos que nos salvan a los miedos que nos frenan, del querer prosperar a la avaricia que nutre la corrupción, de los que se creen que heredarán la empresa a los que terminan acercándose a la serenidad. Tampoco falta, claro, el amor. Hay quién encuentra el amor por duplicado, otros ejercen el amor con dejación de funciones.. Animal ha llegado silenciosa a Netflix y ha terminado siendo un éxito. Quizá porque, entre la multitud de tramas globalizadas, esta propuesta se fija en el carisma de nuestra idiosincrasia próxima. Su triunfo, de hecho, está en que justamente habla de cómo somos a la cara. En primer plano. Es Galicia. Es España. Somos. Nos sentimos reconocidos. Nos entretiene. Nos hace pensar. Una serie de las que debería producir TVE en abierto para todo el mundo. Pero lo ha hecho Netflix. Lo que nos debería recordar una de las bases de la ficción: aquello que nos hace únicos suele ser lo mismo que nos hace más internacionales. En este caso, el choque de la hospitalidad rural tan para dentro que, a la vez, es hábil para cribar qué es lo importante y qué es lo tramposo de las motivaciones universales. Esa mirada tan despierta, tan honrada, tan transversal, tan transfronteriza, la consigue Animal. Una historia que no hace falta puntuar, porque su valor es que echa raíces en lo esencial: en las emociones que nos unen a todos en la evaluación continúa de la vida. Las emociones que jamás se pueden sintetizar con un like o un dislike.