En marzo de 2021, la vida del Dr. Álex Gómez-Marín (Barcelona, 1981), físico y neurocientífico del CSIC, dio un vuelco inesperado. Una operación lo llevó a la UCI y a una experiencia cercana a la muerte (ECM) que marcaría su trayectoria vital y académica. Durante meses apenas tuvo fuerzas para leer, pensar o trabajar, pero al regresar su energía, en septiembre de ese mismo año, comenzó a germinar en él una semilla: la de contar lo que le había sucedido y, sobre todo, explorar qué dice —y qué calla— la ciencia sobre esos fenómenos. El resultado es La ciencia del último umbral, un libro que combina la experiencia personal, la investigación científica y la reflexión filosófica.. Gómez-Marín explica cómo, durante su experiencia, no vio la típica luz al final del túnel. «En realidad era un pozo», relata en su libro, «yo miraba hacia arriba. Tres figuras me esperaban en el otro lado». A su vuelta al mundo académico, quiso analizar qué decía la comunidad científica al respecto de esta visión. «Me di cuenta de que la neurociencia apenas dice nada. Mis colegas me respondían que era una alucinación y que no buscara más», recuerda. Sin embargo, al rascar entre cientos de publicaciones y congresos, descubrió que existía una comunidad internacional que lleva décadas estudiando las ECM, con referentes como Bruce Greyson o Pim van Lommel. «Eso me hizo ver que no estaba solo, que había ciencia en marcha, aunque poco visible», explica.. Su nuevo libro, que ha aterrizado en las librerías en octubre, es una investigación, pero también un testimonio. No se limita a narrar únicamente lo que le ocurrió, sino que utiliza esa experiencia como trampolín para reflexionar acerca de la conciencia. Y, para ello, acudió a numerosos filósofos y científicos de la historia. «Lo sorprendente fue descubrir que ya a finales del XIX se hablaba de la mente más allá del cerebro. William James hablaba del ‘cerebro permisivo’, que no genera conciencia sino que la permite. Yo llevaba años en neurociencias y nunca nadie me había mencionado esa posibilidad».. Distanciamiento de la ciencia materialista. Para Gómez-Marín, estas ideas abren una grieta en la visión materialista dominante en la ciencia. «El método clásico ha funcionado muy bien para medir y manipular el mundo, pero cuando hablamos de conciencia necesitamos algo más. Yo lo llamo una ‘ciencia 2.0’: seguimos midiendo y manipulando el mundo, pero debemos aceptar que hay experiencias que no caben en las cuatro paredes del laboratorio. Es una ciencia que no sabemos cómo se hace. Y como no sabemos, pues no sabemos si acabará fusionándose con las religiones, o acabará transformándose en otra cosa».. El relato de su propia ECM incluye imágenes poderosas, como la luz al final del túnel. Él mismo admite en su libro que esa visión lo dejó «medio iluminado y medio deslumbrado». «Iluminado porque regresé con menos miedo, con la sensación de que hay una parte de nosotros que no muere. Deslumbrado porque es un tema inmenso que se nos queda grande por todos los lados. Esa experiencia me dio energía y paz, y me permitió hablar de esto sin miedo. Por eso la ciencia que yo cuento no es una ciencia de certezas ni de dogmatismos, sino una ciencia que celebra el misterio. No sabemos, no sabemos. Pero me gusta igual», afirma.. Luego matiza que este misterio no es solo científico, sino también social y cultural a muerte, insiste, sigue siendo uno de los grandes tabúes de Occidente. «Antes la gente moría en casa y el duelo estaba integrado en la vida cotidiana. Hoy todo ocurre en hospitales, medicalizado y aséptico. Se ha escondido socialmente. Y también es un tabú psicológico, porque es el final de algo. A eso se suma lo que yo llamo el ‘parásito ideológico del materialismo’: durante décadas se nos dijo que no había nada después de la muerte. El resultado ha sido un silencio cultural. Pero la sociedad empieza a estar harta de ese vacío espiritual».. Transformaciones cotidianas. La transformación que siguió a su ECM no fue solo académica; también afectó a lo cotidiano. «Antes maldecía cuando me tocaba fregar los platos. Ahora pienso: qué suerte poder estar aquí lavando platos. Ese brillo sigue conmigo». En lo profesional, asegura, le dio una energía inesperada para lanzarse a investigar lo que de verdad le interesa.. Ese impulso lo llevó también a repensar el papel social de la ciencia. «Siempre pensé que bastaba con hacer experimentos y publicarlos. Pero cuando trabajas con la conciencia te das cuenta de que no es suficiente. Lo que digas influye en cómo la gente entiende la vida y la muerte; lo que convierte la ciencia en un acto moral. Algunos me preguntan si no creo falsas esperanzas, pero, claro, ¿es adecuado que otros científicos les hayan dicho que no hay nada? De repente, estás aquí en un campo que ya no es de tu laboratorio».. Las experiencias cercanas a la muerte, añade, suelen traer transformaciones vitales en quienes las atraviesan. «Existen estudios comparativos que muestran que quienes pasan por ellas regresan con menos miedo a morir, más empatía y una conexión más fuerte con la vida. Yo creo que esa es la clave: mirar a la muerte de frente nos quita el miedo a la muerte, y también a la vida».. Investigar la conciencia, el gran desafío. Aunque reconoce que el campo es incipiente y poco consolidado, Gómez-Marín cree que el futuro dependerá también del interés social. «Yo sigo publicando con el método científico, pero es un camino lento. Tal vez si la gente lo pide a gritos, las instituciones se animen a abrir centros de investigación sobre la conciencia. Estoy convencido de que si existiera uno, pronto habría cien».. Cuando se le pregunta qué le da sentido hoy a su vida, no duda: su familia y su trabajo. «Ambos son una aventura que crece sin que yo tenga el control. Antes tocaba yo los temas, ahora siento que los temas me tocan a mí. Estudiar la conciencia es tan grande que me ha cambiado por completo».. Su mensaje final, acerca de los límites de la conciencia y la muerte, es claro: «Durante muchos años, en nombre de la ciencia, se nos dijo: sabemos que no. Eso ha cambiado. Ahora podemos decir que no sabemos, o incluso que parece que sí. Y ese simple giro abre un espacio para que todos podamos salir del armario y reconocer lo que ya intuíamos: que estas experiencias son reales y forman parte de la vida».
El físico y neurocientífico Álex Gómez-Marín charla con 20minutos de La ciencia del último umbral, un libro que replantea los límites entre vida, conciencia y materia.
En marzo de 2021, la vida del Dr. Álex Gómez-Marín (Barcelona, 1981), físico y neurocientífico del CSIC,dio un vuelco inesperado. Una operación lo llevó a la UCI y a una experiencia cercana a la muerte (ECM) que marcaría su trayectoria vital y académica. Durante meses apenas tuvo fuerzas para leer, pensar o trabajar, pero al regresar su energía, en septiembre de ese mismo año, comenzó a germinar en él una semilla: la de contar lo que le había sucedido y, sobre todo, explorar qué dice —y qué calla— la ciencia sobre esos fenómenos. El resultado es La ciencia del último umbral, un libro que combina la experiencia personal, la investigación científica y la reflexión filosófica.. Gómez-Marín explica cómo, durante su experiencia, no vio la típica luz al final del túnel. «En realidad era un pozo», relata en su libro, «yo miraba hacia arriba. Tres figuras me esperaban en el otro lado». A su vuelta al mundo académico, quiso analizar qué decía la comunidad científica al respecto de esta visión. «Me di cuenta de que la neurociencia apenas dice nada. Mis colegas me respondían que era una alucinación y que no buscara más», recuerda. Sin embargo, al rascar entre cientos de publicaciones y congresos, descubrió que existía una comunidad internacional que lleva décadas estudiando las ECM, con referentes como Bruce Greyson o Pim van Lommel. «Eso me hizo ver que no estaba solo, que había ciencia en marcha, aunque poco visible», explica.. Su nuevo libro, que ha aterrizado en las librerías en octubre, es una investigación, pero también un testimonio. No se limita a narrar únicamente lo que le ocurrió, sino que utiliza esa experiencia como trampolín para reflexionar acerca de la conciencia. Y, para ello, acudió a numerosos filósofos y científicos de la historia. «Lo sorprendente fue descubrir que ya a finales del XIX se hablaba de la mente más allá del cerebro. William James hablaba del ‘cerebro permisivo’, que no genera conciencia sino que la permite. Yo llevaba años en neurociencias y nunca nadie me había mencionado esa posibilidad».. Distanciamiento de la ciencia materialista. Para Gómez-Marín, estas ideas abren una grieta en la visión materialista dominante en la ciencia. «El método clásico ha funcionado muy bien para medir y manipular el mundo, pero cuando hablamos de conciencia necesitamos algo más. Yo lo llamo una ‘ciencia 2.0’: seguimos midiendo y manipulando el mundo, pero debemos aceptar que hay experiencias que no caben en las cuatro paredes del laboratorio. Es una ciencia que no sabemos cómo se hace. Y como no sabemos, pues no sabemos si acabará fusionándose con las religiones, o acabará transformándose en otra cosa».. El relato de su propia ECM incluye imágenes poderosas, como la luz al final del túnel. Él mismo admite en su libro que esa visión lo dejó «medio iluminado y medio deslumbrado». «Iluminado porque regresé con menos miedo, con la sensación de que hay una parte de nosotros que no muere. Deslumbrado porque es un tema inmenso que se nos queda grande por todos los lados. Esa experiencia me dio energía y paz, y me permitió hablar de esto sin miedo. Por eso la ciencia que yo cuento no es una ciencia de certezas ni de dogmatismos, sino una ciencia que celebra el misterio. No sabemos, no sabemos. Pero me gusta igual», afirma.. Luego matiza que este misterio no es solo científico, sino también social y cultural a muerte, insiste, sigue siendo uno de los grandes tabúes de Occidente. «Antes la gente moría en casa y el duelo estaba integrado en la vida cotidiana. Hoy todo ocurre en hospitales, medicalizado y aséptico. Se ha escondido socialmente. Y también es un tabú psicológico, porque es el final de algo. A eso se suma lo que yo llamo el ‘parásito ideológico del materialismo’: durante décadas se nos dijo que no había nada después de la muerte. El resultado ha sido un silencio cultural. Pero la sociedad empieza a estar harta de ese vacío espiritual».. Entrevista a Álex Gómez-MarínJorge París Jorge Paris Hernandez. Transformaciones cotidianas. La transformación que siguió a su ECM no fue solo académica; también afectó a lo cotidiano. «Antes maldecía cuando me tocaba fregar los platos. Ahora pienso: qué suerte poder estar aquí lavando platos. Ese brillo sigue conmigo». En lo profesional, asegura, le dio una energía inesperada para lanzarse a investigar lo que de verdad le interesa.. Ese impulso lo llevó también a repensar el papel social de la ciencia. «Siempre pensé que bastaba con hacer experimentos y publicarlos. Pero cuando trabajas con la conciencia te das cuenta de que no es suficiente. Lo que digas influye en cómo la gente entiende la vida y la muerte; lo que convierte la ciencia en un acto moral. Algunos me preguntan si no creo falsas esperanzas, pero, claro, ¿es adecuado que otros científicos les hayan dicho que no hay nada? De repente, estás aquí en un campo que ya no es de tu laboratorio».. Las experiencias cercanas a la muerte, añade, suelen traer transformaciones vitales en quienes las atraviesan. «Existen estudios comparativos que muestran que quienes pasan por ellas regresan con menos miedo a morir, más empatía y una conexión más fuerte con la vida. Yo creo que esa es la clave: mirar a la muerte de frente nos quita el miedo a la muerte, y también a la vida».. Investigar la conciencia, el gran desafío. Aunque reconoce que el campo es incipiente y poco consolidado, Gómez-Marín cree que el futuro dependerá también del interés social. «Yo sigo publicando con el método científico, pero es un camino lento. Tal vez si la gente lo pide a gritos, las instituciones se animen a abrir centros de investigación sobre la conciencia. Estoy convencido de que si existiera uno, pronto habría cien».. Cuando se le pregunta qué le da sentido hoy a su vida, no duda: su familia y su trabajo. «Ambos son una aventura que crece sin que yo tenga el control. Antes tocaba yo los temas, ahora siento que los temas me tocan a mí. Estudiar la conciencia es tan grande que me ha cambiado por completo».. Su mensaje final, acerca de los límites de la conciencia y la muerte, es claro: «Durante muchos años, en nombre de la ciencia, se nos dijo: sabemos que no. Eso ha cambiado. Ahora podemos decir que no sabemos, o incluso que parece que sí. Y ese simple giro abre un espacio para que todos podamos salir del armario y reconocer lo que ya intuíamos: que estas experiencias son reales y forman parte de la vida».