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  España  Andalucía  María Zambrano según Antonio Colinas: entre la piedad y el exilio
AndalucíaEspaña

María Zambrano según Antonio Colinas: entre la piedad y el exilio

10 de noviembre de 2025
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«Una sociedad donde no sólo es permitido, sino exigido el ser persona». Así definía María Zambrano la democracia, una frase que escribió en 1958 en un contexto de España fracturada y de represión, pero cuyo sentido es más actual que nunca. ¿Qué es el hombre, sino genética o soledad? –Sociedad, respondería la malagueña. Filósofa, mística y pensadora, su obra resiste hasta nuestros días porque, como se desliza al principio de este artículo, ¿quién no se ha preguntado qué significa ser persona en un mundo que a menudo olvida la piedad, la compasión o el pensamiento? Quizá por eso, más de un siglo después de su nacimiento, su nombre vuelve a convocar un debate que la sitúa en el centro de la cultura española.. El Congreso Internacional María Zambrano y las escritoras del 27, celebrado en Málaga, ha querido devolverle su lugar entre aquellas creadoras silenciadas por la historia, las que, como recordaban sus organizadores, fueron apartadas de los libros, las escuelas y de la memoria. La figura de Zambrano –la primera mujer en recibir el Premio Cervantes, entre otros innumerables logros– simboliza esa reparación. «Los pueblos son grandes cuando honran a sus grandes hombres y mujeres, viéndose en ellos y ellas honrados», señaló Manuel Gahete, presidente de la Asociación Colegial de Escritores en Andalucía durante la presentación del simposio. Y entre esas voces, las que honran a sus grandes referentes, la de Antonio Colinas aportó con su ponencia «Para una tercera imagen de María Zambrano» una de las aproximaciones más íntimas.. El poeta y ensayista recordó que «más allá de las visiones conocidas de María Zambrano, como pensadora y alumna predilecta de Ortega y Gasset, y como republicana desde primera hora», existe otra figura menos visible, que estuvo «marcada por una religiosidad heterodoxa y por una defensa de la tradición española». Su conferencia fue un ejercicio de memoria personal, pero también de lectura, tejida entre encuentros, conversaciones y libros compartidos.. «Mi aproximación va a ser desde la obligada mirada subjetiva, la de quien conoció personalmente a la autora y a su obra», adelantó Colinas. Su primera noticia de Zambrano llegó a finales de los sesenta, en las tertulias de la revista Ínsula, donde su nombre comenzaba a circular entre los intelectuales. Poco después leyó «El hombre y lo divino (1955)», un texto clave para comprender, en sus palabras, «esa búsqueda de la unidad entre pensamiento y sentimiento» que define la razón poética zambraniana.. «Usted y yo hace tiempo que nos conocemos». Entre aquella primera lectura y el primer encuentro personal, ambos mantuvieron contacto. Luego llegó Ginebra, abril de 1984. «Antes de nuestro encuentro habíamos hablado por teléfono y ella había terminado sus palabras con una frase que todavía hoy pienso y repienso: usted y yo hace tiempo que nos conocemos», a pesar de que realmente no habían mantenido casi ninguna relación. Esa afirmación, recordó, dio paso a «una conexión muy especial, llena de extrañas sintonías». Zambrano seguía siendo, entonces, la «última exiliada», y Colinas acababa de publicar un artículo en El País reclamando su regreso. Solo 45 años habían pasado desde que se tuvo que marchar de España.. El tercer reencuentro fue en Madrid, ya en el ocaso de su vida. «De aquellas conversaciones recuerdo los temas a los que efusivamente siempre regresaba: el mar, el bosque, la isla». De esos encuentros nació la entrevista «Sobre la iniciación». Había una segunda proyectada, pero la enfermedad lo impidió. «Cuando llegué a Madrid no se encontraba físicamente bien, su voz estaba fracturada, apenas podía ni hablar. No sabía que ese día sería el último en el que nos veríamos», señala Colinas. Antes de irse, éste le dejó su libro «Jardín de Orfeo». Pocos meses después, lamenta aún, escribió su obituario.. Esas tres etapas, entre las que pasan tres décadas, le dan a Colina la suerte de conocerla mejor y la capacidad hoy para contar lo que él definió como «una tercera María Zambrano, la que refleja su vida interior, sus amistades y la evolución de su pensamiento durante su prolongado exilio». Una Zambrano que fue, como enumeró, «mujer desde su infancia y adolescencia, mujer en sus años universitarios por su afán de saber y su fidelidad, mujer avanzada social y testimonialmente en su etapa republicana, mujer en el exilio fiel a sus raíces, nunca olvidando la cultura española ni la docencia que ejerce en México, Cuba y Puerto Rico».. La etapa en Roma: decisiva en el pensamiento de Zambrano. Esa fidelidad se extendió también al ámbito más íntimo, el de la presencia constante de su hermana Araceli y la amistad con figuras como Elena Croce, Cristina Campo o Ramón Gaya. Pero fue Roma, según Colinas, el lugar donde se reveló su mundo interior. «Esa Zambrano está caracterizada por una religiosidad heterodoxa, con un cristianismo pasado por otras culturas, sobre todo la grecolatina, y marcada por las vivencias de sus años en Roma». A pesar de tiempos de vacas flacas y la muerte de Araceli, «Roma no fue un lugar más en su peregrinaje, sino una metamorfosis de su mundo interior, un despertar del espíritu grecolatino con algunas connotaciones cristianas y donde pasó los años más felices de su vida». Al respecto, importante destacar que allí firmó junto a Croce y Campo un manifiesto dirigido al papa Juan XXIII «en defensa de los ritos sagrados en latín». Y en esa fidelidad a lo sagrado, decía Colinas, «con las plegarias podía llegar a las mismísimas estrellas o quizá simplemente se trate de una incuestionable fidelidad a los ritos».. El poeta evocó también la raíz espiritual que Zambrano llevaba desde la infancia, cuando en Segovia mostró «un interés temprano por la poesía de San Juan de la Cruz», al punto de que las obras del santo español fueron «uno de los tres únicos libros que escogió para llevar al exilio». Por mediación de su padre, había conocido también a Platón, Dante, Azorín, Unamuno y Leopardi, influencias, todos ellos, en su obra.. Colinas destacó su profunda identificación con Unamuno. «También hubo religiosidad en Unamuno a su manera; el mundo interior de Zambrano y sus silencios nos parecen que poco tienen que ver con un espíritu combativo unamuniano, pero ambos autores mantienen grandes sintonías», explicó. Los unía, añadió el escritor, una misma idea de España, «un nombre –el del país– del que los dos no se avergüenzan».. Zambrano, opinó Colinas, «piensa desde el sentir y justifica la poesía desde el pensar». Su filosofía es la reconciliación de lo humano y lo divino, de la razón y la ternura, de la historia y la piedad.. Y quizá ahí –en esa última palabra, «piedad»– se entiende por qué volvió. Porque, como concluyó Antonio Colinas, «María Zambrano no regresó entre esos y aquellos, sino con ese preciado salvador concepto llamado piedad, ese acto que supone e implica amor y compasión hacia el prójimo».

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El poeta aporta una mirada de la filósofa a través del recuerdo, como una conciencia que hizo del pensamiento un acto de amor

  

«Una sociedad donde no sólo es permitido, sino exigido el ser persona». Así definía María Zambrano la democracia, una frase que escribió en 1958 en un contexto de España fracturada y de represión, pero cuyo sentido es más actual que nunca. ¿Qué es el hombre, sino genética o soledad? –Sociedad, respondería la malagueña. Filósofa, mística y pensadora, su obra resiste hasta nuestros días porque, como se desliza al principio de este artículo, ¿quién no se ha preguntado qué significa ser persona en un mundo que a menudo olvida la piedad, la compasión o el pensamiento? Quizá por eso, más de un siglo después de su nacimiento, su nombre vuelve a convocar un debate que la sitúa en el centro de la cultura española.. El Congreso Internacional María Zambrano y las escritoras del 27, celebrado en Málaga, ha querido devolverle su lugar entre aquellas creadoras silenciadas por la historia, las que, como recordaban sus organizadores, fueron apartadas de los libros, las escuelas y de la memoria. La figura de Zambrano –la primera mujer en recibir el Premio Cervantes, entre otros innumerables logros– simboliza esa reparación. «Los pueblos son grandes cuando honran a sus grandes hombres y mujeres, viéndose en ellos y ellas honrados», señaló Manuel Gahete, presidente de la Asociación Colegial de Escritores en Andalucía durante la presentación del simposio. Y entre esas voces, las que honran a sus grandes referentes, la de Antonio Colinas aportó con su ponencia «Para una tercera imagen de María Zambrano» una de las aproximaciones más íntimas.. El poeta y ensayista recordó que «más allá de las visiones conocidas de María Zambrano, como pensadora y alumna predilecta de Ortega y Gasset, y como republicana desde primera hora», existe otra figura menos visible, que estuvo «marcada por una religiosidad heterodoxa y por una defensa de la tradición española». Su conferencia fue un ejercicio de memoria personal, pero también de lectura, tejida entre encuentros, conversaciones y libros compartidos.. «Mi aproximación va a ser desde la obligada mirada subjetiva, la de quien conoció personalmente a la autora y a su obra», adelantó Colinas. Su primera noticia de Zambrano llegó a finales de los sesenta, en las tertulias de la revista Ínsula, donde su nombre comenzaba a circular entre los intelectuales. Poco después leyó «El hombre y lo divino (1955)», un texto clave para comprender, en sus palabras, «esa búsqueda de la unidad entre pensamiento y sentimiento» que define la razón poética zambraniana.. «Usted y yo hace tiempo que nos conocemos». Entre aquella primera lectura y el primer encuentro personal, ambos mantuvieron contacto. Luego llegó Ginebra, abril de 1984. «Antes de nuestro encuentro habíamos hablado por teléfono y ella había terminado sus palabras con una frase que todavía hoy pienso y repienso: usted y yo hace tiempo que nos conocemos», a pesar de que realmente no habían mantenido casi ninguna relación. Esa afirmación, recordó, dio paso a «una conexión muy especial, llena de extrañas sintonías». Zambrano seguía siendo, entonces, la «última exiliada», y Colinas acababa de publicar un artículo en El País reclamando su regreso. Solo 45 años habían pasado desde que se tuvo que marchar de España.. El tercer reencuentro fue en Madrid, ya en el ocaso de su vida. «De aquellas conversaciones recuerdo los temas a los que efusivamente siempre regresaba: el mar, el bosque, la isla». De esos encuentros nació la entrevista «Sobre la iniciación». Había una segunda proyectada, pero la enfermedad lo impidió. «Cuando llegué a Madrid no se encontraba físicamente bien, su voz estaba fracturada, apenas podía ni hablar. No sabía que ese día sería el último en el que nos veríamos», señala Colinas. Antes de irse, éste le dejó su libro «Jardín de Orfeo». Pocos meses después, lamenta aún, escribió su obituario.. Esas tres etapas, entre las que pasan tres décadas, le dan a Colina la suerte de conocerla mejor y la capacidad hoy para contar lo que él definió como «una tercera María Zambrano, la que refleja su vida interior, sus amistades y la evolución de su pensamiento durante su prolongado exilio». Una Zambrano que fue, como enumeró, «mujer desde su infancia y adolescencia, mujer en sus años universitarios por su afán de saber y su fidelidad, mujer avanzada social y testimonialmente en su etapa republicana, mujer en el exilio fiel a sus raíces, nunca olvidando la cultura española ni la docencia que ejerce en México, Cuba y Puerto Rico».. La etapa en Roma: decisiva en el pensamiento de Zambrano. Esa fidelidad se extendió también al ámbito más íntimo, el de la presencia constante de su hermana Araceli y la amistad con figuras como Elena Croce, Cristina Campo o Ramón Gaya. Pero fue Roma, según Colinas, el lugar donde se reveló su mundo interior. «Esa Zambrano está caracterizada por una religiosidad heterodoxa, con un cristianismo pasado por otras culturas, sobre todo la grecolatina, y marcada por las vivencias de sus años en Roma». A pesar de tiempos de vacas flacas y la muerte de Araceli, «Roma no fue un lugar más en su peregrinaje, sino una metamorfosis de su mundo interior, un despertar del espíritu grecolatino con algunas connotaciones cristianas y donde pasó los años más felices de su vida». Al respecto, importante destacar que allí firmó junto a Croce y Campo un manifiesto dirigido al papa Juan XXIII «en defensa de los ritos sagrados en latín». Y en esa fidelidad a lo sagrado, decía Colinas, «con las plegarias podía llegar a las mismísimas estrellas o quizá simplemente se trate de una incuestionable fidelidad a los ritos».. El poeta evocó también la raíz espiritual que Zambrano llevaba desde la infancia, cuando en Segovia mostró «un interés temprano por la poesía de San Juan de la Cruz», al punto de que las obras del santo español fueron «uno de los tres únicos libros que escogió para llevar al exilio». Por mediación de su padre, había conocido también a Platón, Dante, Azorín, Unamuno y Leopardi, influencias, todos ellos, en su obra.. Colinas destacó su profunda identificación con Unamuno. «También hubo religiosidad en Unamuno a su manera; el mundo interior de Zambrano y sus silencios nos parecen que poco tienen que ver con un espíritu combativo unamuniano, pero ambos autores mantienen grandes sintonías», explicó. Los unía, añadió el escritor, una misma idea de España, «un nombre –el del país– del que los dos no se avergüenzan».. Zambrano, opinó Colinas, «piensa desde el sentir y justifica la poesía desde el pensar». Su filosofía es la reconciliación de lo humano y lo divino, de la razón y la ternura, de la historia y la piedad.. Y quizá ahí –en esa última palabra, «piedad»– se entiende por qué volvió. Porque, como concluyó Antonio Colinas, «María Zambrano no regresó entre esos y aquellos, sino con ese preciado salvador concepto llamado piedad, ese acto que supone e implica amor y compasión hacia el prójimo».

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